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“La Zona de Interés”: La apatía del mal [RESEÑA]
Nominada al Óscar en la categoría Mejor Película, “La Zona de Interés” nos presenta uno de los periodos más oscuros de nuestra historia desde los ojos de sus villanos. Una ilustración de la frivolidad.
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“La Zona de Interés” presenta una propuesta novedosa para los premios Óscar y para el género bélico-histórico. Se trata de un proyecto con intenciones artísticas que va de la mano de un tema recurrente en las nominaciones al galardón de la Academia. Hablamos del Holocausto, un tópico que puede llegar a trivializarse en varias cintas, pero el título del director Jonathan Glazer llega a reinterpretar una historia conocida de una manera inusual.
En la cinta, el comandante Rudolf Höss (Christian Friedel) intenta vivir una vida idílica junto a su esposa, Hedwig (Sandra Hüller), y sus hijos. Pero no son realmente el cuadro perfecto de la familia ideal, puesto que Höss dirige el campo de concentración de Auschwitz y su familia intenta vivir en una casa al lado de donde se vienen cometiendo algunas de las mayores atrocidades de la historia. El resto de la película muestra el contraste entre la supuesta vida perfecta de la familia aria y los horrores ocurridos a sus espaldas.
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En cierta manera, la cinta de Glazer representa una teoría que filósofos e historiadores como Hannah Arendt han comentado frecuentemente sobre los crímenes del Holocausto: “la banalidad del mal” o la completa separación de la ética en el ser para cometer crímenes a tal nivel sin que el remordimiento asome por su cabeza. En las escenas revisamos que muchos de los nazis llegaron a asesinar y torturar a las víctimas del Holocausto sin mucha pausa debido no solo a la propaganda que habían internalizado con los años, sino también por pensar en los crímenes de manera mecánica, cual secretario burócrata moviendo papeles.
Nunca vemos a ninguna escena tener lugar en el campo de concentración, pero los gritos y ruidos siempre nos persiguen, están presentes. Las víctimas son fantasmas, sus gritos irrumpen la ilusión de calma que presentan los nazis. El director llegó a explicar que buscó jugar con presunciones, mostrando la “película real” solo mediante el audio y llevando a que las audiencias usen su imaginación para todo lo demás. En sí, presentar el horror del Holocausto en el cine de forma irresponsable puede llevar a la minimización de tales actos monstruosos y a la explotación del dolor. Pero este no es el caso, puesto que la cinematografía de Glazer llega a expandir las ideas presentes en el guion con seriedad e intención. Por ejemplo, la forma en la que las escenas en la casa son filmadas, siempre con planos enteros, crean una sensación de artificialidad, de vacío.
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La película quiere mostrarnos la apatía que los nazis sienten hacia sus víctimas. Gente inocente muere diariamente al lado, pero la única preocupación de la familia protagonista es cuidar de su jardín o planear una fiesta de cumpleaños. Por ende, la cámara desea negarle encuadres centrales, para evitar humanizarlos en cualquier momento. Los vemos paseando en casas de colores apagados, como si de una casa de muñecas se tratara. Afuera, la muerte y la realidad los rodean.
Cintas como La Zona de Interés son recordatorios necesarios de que la maldad estuvo (y está) vigente en nuestro mundo. Ante la injusticia y la muerte, uno nunca debe recaer en la apatía.
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