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Andrés Roca Rey enloqueció Sevilla [Crónica]
Andrés Roca Rey enloqueció Sevilla [Crónica]
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Por: Baldomero Cáceres
Un escándalo cercano a un desmán de orden público suscitó el pasado viernes el rotundo triunfo de nuestro compatriota en la Maestranza de Sevilla, templo máximo del toreo. Andrés Roca Rey había ya cortado las dos orejas de su primer toro tras faena aclamada, de muletazos hondos y ceñidos.
En el segundo de su lote, que cerraba la tarde en el día central de la Feria, el Presidente de la corrida le negó la oreja que le hubiera abierto la puerta del Príncipe, la única puerta grande que le falta traspasar al número uno del toreo mundial.
Roca Rey lo enfrentó decidido tras brindárselo a sus padres que se encontraban en el tendido. Clavó las dos rodillas en tierra y citó entonces desde los medios de la plaza. La arrancada del toro desde las tablas fue fuerte, como un terremoto invencible, la del galope desde 30 metros que como un torpedo se enfilaba hacia él. Suponía el todo o nada trágico, y Andrés dribleó la acometida con un cambio por la espalda, que repitió sin mover un músculo. Los 12,500 espectadores que llenaban los tendidos estallaron entonces gozosos.
En el cambio de mano para rematar la serie el toro quedó crujido y arrugó su impulso. El sometimiento había sido total y quedó el de Núñez del Cuvillo ya sin jugo. Tuvo entonces el peruano que inventarse una faena, exponiendo a centímetros del toro, montado encima para poder arrancarle los siguientes pases que fueron ceñidísimos, en brillante demostración de valor y poder.
Roca Rey fue entonces prendido y zarandeado por el toro que de milagro no lo hirió con su pitón reluciente. Volvió él a exponerse, impávido ante la admiración del público sevillano y más de un centenar de peruanos exaltados.
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De inmediato recuperar la muleta y ponerse a milímetros de la res fueron casi un solo movimiento. Andrés sabía que ya el triunfo era suyo, pero que, para su gloria personal, debía rematar la tarde incluso con su último suspiro.
Terminada ya la faena, enfiló con el estoque recto hacia la cruz del animal, y dejó una estocada suficiente que dejó al toro fulminado ante sus pies.
Fue entonces que Sevilla entera se volcó con nuestro paisano y afloraron los pañuelos pidiendo la multitud la oreja que el juez de plaza decidió ignorar. Roca Rey dio entonces la vuelta al ruedo, en medio del griterío enardecido de la multitud. Con el ruedo plagado de almohadillas, Roca Rey sabedor de su gesta daba dos vueltas al ruedo, como levitando.
Su máxima ambición, cruzar esa puerta del Príncipe, quedaba truncada por la tozudez del palco. Bien sabe él que ese alboroto no es común en esa plaza y que la defensa de su cetro como número uno del toreo fue sólida e incontestable. ¿Puede él sentirse menoscabado por una decisión terrena? En el mundo de estos semidioses míticos, los toreros, la bronca no excede al orgullo de saberse superiores.
Sobreponerse al sentido trágico de la vida, y ser dueño de ese espacio ritual que es el ruedo de una plaza de toros te pone en un plano superior. No cabe entonces la irritada rabia, ni esgrimir banderas, ni otra cosa que exaltar su capacidad y liderazgo.
Convencido él, cruzó la plaza buscando la salida. Allá en los tendidos el furor y la pasión encendían el magno templo del toreo. Andrés había vencido a la bestia y extendido su reinado.
Ya tiene desde sus inicios conquistado el mundo del toreo. Viene ahora la larga marca que cruza la temporada taurina europea hasta octubre, en que Andrés se reencontrará con su público de Acho, que le rendirá tributo. Antes tendrá que enfrentarse a esa otra bestia, al público de Madrid, que a las figuras del toreo mide y exige a veces hasta con crueldad.
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