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Carlos Bernasconi: “Los que nos dedicábamos al arte éramos ilusos”
Carlos Bernasconi, artista de 96 años. Lo entrevistamos.
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“Esta calle no ha cambiado mucho”. Dice Carlos Bernasconi sobre la cuadra 5 de Bellavista, en Miraflores, que en el primer piso del 512 tiene al Teatro de Lucía y en el segundo nivel, el taller del artista limeño de 96 años, que lleva medio siglo creando en ese espacio que antes fue un billar y donde me cita para esta entrevista.
“En tres generaciones era el único hombre”. Apunta y detalla que ha vivido rodeado de tías, hermanas e hijas. Su padre, otrora médico, murió cuando Carlos tenía 13 años, y a su madre no la conoció, porque falleció al año y medio de nacer. Pero hoy el apellido Bernasconi está asociado ineludiblemente al arte.
“Humareda no era mi amigo, pero lo conocí”. Recuerda sobre un episodio de hace casi medio siglo. Carlos salió a comprar cigarrillos y en la puerta estaba el pintor Víctor Humareda. “He venido a hacerte una pregunta: ¿no tienes un cuadro mío?”, le dijo. “No”, respondió Carlos. “Te lo voy a pintar”, prometió y se fue hablando solo. A los tres días apareció con un bello paisaje. Bernasconi le firmó un cheque. Pasaron cinco años y se reencontraron en una galería. “Tú tienes un cuadro mío, ¿lo puedo ver?”, preguntó Humareda. Fue un viernes y se sentó delante de la obra. “Qué maravilla, cómo pudiera seguir pintando así”, dijo Víctor. “Alucinante. Pasó así dos horas”, me dice Carlos, quien detrás de cada respuesta esconde una anécdota. Aquel cuadro aún lo conserva.
-¿Qué piensa de lo que vivimos con la pandemia?
Es lo más dramático que me ha tocado vivir. Si bien el terrorismo, en cierta forma, ya nos preparó para esto, porque nos volvimos muy reservados, más egoístas, ahora también hay terror, pero a los contagios.
-¿El aislamiento es el estado ideal para el artista?
A mi edad he perdido a todos los seres que me rodearon, mis amigos queridos ya no están. Mi vinculación es con otra generación. Artistas de mi época quedan Carlos Germán Belli y otros. Ya se fue (De) Szyszlo, que era un año menor que yo. Se acaba de ir Abelardo Oquendo, por un cáncer terrible. Recuerdo que salió de la clínica y me llamó por teléfono. Hace 20 años yo había publicado un libro, pero no soy escritor. La persona que tipeó no entendió bien la letra y cuando leí el texto, vi que tenía una serie de errores. Un amigo lo corrigió, pero el editor no respetó la corrección. Entonces, hice una edición muy breve, de solo 200 libros. No los puse a la venta, los regalé y los demás los boté. Uno le di a Abelardo. Era muy estricto. Entonces, aquella vez que salió de la clínica me llamó para felicitarme por el libro. Lo había leído recién, después de 20 años (ríe). Tengo una experiencia muy dramática con los libros. Con Sebastián Salazar Bondy hice un cuento que ahora lo pasan en la televisión. Se llama “El señor gallinazo vuelve a Lima”. Hicimos 300 ejemplares. Lo edité yo. Más o menos me salió 3 soles cada ejemplar. Yo lo había ilustrado con grabados en madera. Un tipo nos quería pagar 3.5 por cada libro. Dije no, prefiero regalarlo. Le di a Sebastián su porcentaje en libros y traté de ponerlo a la venta, pero no pude cobrar nunca un centavo, porque iba a la librería y no me pagaban (ríe). No soy un escritor.
-También ha tenido un paso por la política al lado de Salazar Bondy, José Matos Mar, con quienes formó un partido político.
Fue el gran partido generacional que hubo. Era el socialprogresismo. Fue en la época de Prado, en los 50. Hubiera sido verdaderamente importante porque los mejores cerebros de la generación del 50, una de las más brillantes, concurrieron en ese partido. Pero no teníamos raigambre popular.
-¿Qué quería lograr con aquel partido?
No quería obtener un cargo político ni nada. Estudié en Bellas Artes, estuve tres meses con Sabogal, porque lo sacaron, y la escuela se clausuró e hice dos años de Letras en San Marcos, muy provechosos. Fui a Bellas Artes y ya estaba cambiada. Se fue todo lo vernacular y vino la técnica europea. En los años 40 no había ningún espacio cultural para la pintura. Los que nos dedicábamos al arte éramos ilusos, porque no había ni una galería en Lima. La pintura europea la estudiábamos en blanco y negro. Terminó la guerra y vino una editorial que divulgó la pintura, y llegó una exposición muy importante de París. Nos abrió un horizonte insospechado. Al final de los 50, empezaron a haber dos o tres escasas galerías y ahora estamos de nuevo en cero.
-¿Hoy es difícil ser artista?
Siempre ha sido difícil y es difícil en todas partes. Depende de la personalidad de cada artista y del medio.
-¿Pero por qué sigue siendo difícil?
Porque el arte no es un material de consumo. Está en otro nivel, de cierto refinamiento.
-Entonces, está destinado a ser así siempre.
No debería ser. Los mexicanos hicieron un arte que tuvo cierta repercusión social. Con la globalización se ha perdido lo vernacular. Se ha universalizado la imagen. Me contaban que algunas tablas de Sarhua vienen con dibujos de Botero.
-Usted iba a ser médico. ¿Le habría ido mejor?
Se supone que los médicos tienen mayores posibilidades de sobrevivir que los artistas, desde el punto de vista financiero. Pero ese no era mi interés. Desde niño siempre me gustó dibujar. Mi abuelo me mantuvo, él veía en mí la única esperanza familiar por ser el único hombre. Pero murió a los dos años que estuve en Letras y, entonces, me fui a Bellas Artes. Mi situación económica se tornó muy precaria. En esa época había un grabador en la Casa de la Moneda, era Armando Pareja, un artista extraordinario de Huancavelica. Me dijo: “No te puedo dar trabajo, porque no sabes hacer nada, pero ven a aprender pues”. Yo estudiaba en la mañana en Bellas Artes y, a dos cuadras, trabajaba en la Casa de la Moneda, en las tardes. Gané una beca, trabajé en la Casa de la Moneda de Madrid y me fui a Francia.
-¿En esta pandemia ha producido, Carlos?
De la pintura prácticamente estoy alejado, desde el punto de vista profesional. Me he dedicado a joyería y la he enseñado, pero hace como 20 años la dejé de hacer, porque ya no tengo la vista de antes. Yo veía la joyería como esculturas pequeñas. Usaba madera, hueso, marfil y esmaltes sobre todo, porque yo introduje los esmaltes en el Perú.
-¿Y artísticamente hablando a qué se ha dedicado más en la pandemia?
A leer (ríe). Y en escultura he hecho dos figuras que están todavía en crudo.
-Usted dice en una entrevista: “He vivido tanto...”. ¿Qué le falta vivir?
Presumo que poco tiempo. Vivo muy contento todas las mañanas. Después viene mi padecimiento porque tengo problemas con las arterias. Los pies se me ponen helados, debo tener una estufa. Y, bueno, me pongo a leer. Tengo el proyecto de escribir, pero a veces los libros me atraen más que la escritura.
-¿Qué tendría que decirse de acá a 50 años de Carlos Bernasconi?
Nada. Hay personas más importantes. No me considero ni importante ni personaje.
AUTOFICHA:
- “Mi nombre es Carlos Alberto Bernasconi Montoya. Hay muchos Bernasconi en la Lombardía. Mi abuelo no era italiano, sino suizo. Nací en Lima, a dos cuadras de la plaza San Martín, en una casa que todavía existe, una calle que da a San Marcos”.
- “No tengo una contabilidad de la cantidad de obras que he producido. He hecho mucho grabado, que se hace relativamente rápido. Debo tener unos 300 grabados. Nunca he hecho la gestión para tener esculturas en plazas y tengo tres piezas que podrían verse bien”.
- “Estudié grabado de monedas y medallas en la única escuela que había en el mundo, en Roma. Volví para trabajar en la Casa de la Moneda. Pero fue imposible. Fundé la escuela de Bellas Artes de Ayacucho. Y luego estuve en la Facultad de Arquitectura de una universidad local; fueron 20 años y me jubilé”.
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