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Carta a Frankenstein, el monstruo incomprendido
Frankenstein. Me cuesta llamarte así porque ese nunca fue tu nombre. Víctor Frankenstein fue el médico que te creó. Por eso eres conocido por su apellido, a pesar de que él solo tuvo sentimientos de miedo y odio hacia ti. En cuanto recibiste el soplo de vida, el muy cobarde huyó del susto. No soportó ver el gesto de tu rostro arrugado y amarillento, ni tus dientes blanquísimos cubiertos por dos labios grises, ni las greñas negras y largas que él mismo te sembró en la cabeza. ¿Qué culpa tenías tú de tener un diseñador tan torpe?
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Frankenstein. Me cuesta llamarte así porque ese nunca fue tu nombre. Víctor Frankenstein fue el médico que te creó. Por eso eres conocido por su apellido, a pesar de que él solo tuvo sentimientos de miedo y odio hacia ti. En cuanto recibiste el soplo de vida, el muy cobarde huyó del susto. No soportó ver el gesto de tu rostro arrugado y amarillento, ni tus dientes blanquísimos cubiertos por dos labios grises, ni las greñas negras y largas que él mismo te sembró en la cabeza. ¿Qué culpa tenías tú de tener un diseñador tan torpe?
La gente que se cruzaba contigo -tan prejuiciosa y cruel como siempre- te llamaba Engendro o Demonio o Monstruo o Criatura del Averno. Pero a ti, eso no te preocupó nunca. Estabas más ocupado intentando entender el mundo y descubrir el lugar que tú ocupabas en él. Creo que nadie ha tenido la posibilidad de escoger su propio nombre, así que perdiste una oportunidad de oro.
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Después de un tiempo vagando y ocultándote de los seres humanos concluiste que el asunto que resolvería tus problemas sería tener una pareja. Por eso emprendiste una sangrienta cacería contra Víctor, tu creador, para exigirle que fabrique una novia tan monstruosa como tú porque creías que solo un ser horrible sería capaz de amarte. Pero, sabes, aunque lo hubieses conseguido, no tenías nada asegurado. Existía la posibilidad de que ella también se te hubiera escabullido entre los dedos. Los engranajes del amor son tan imperfectos que nunca encajan completamente con nada.
Te lo digo porque los humanos somos muy monstruosos también, pero solemos ocultarlo bastante bien, incluso, de nosotros mismos. Hacemos un gran esfuerzo por aparentar ser bellos, valientes, bondadosos y encontrar a una pareja igual de ideal. Pero muchas, muchísimas veces, cuando creemos haber encontrado a la persona con la que por fin empatamos, la relación en algún punto se empieza a desmoronar como una torrecita de arena.
Quizás es porque a todos nos quedan partes incompletas y deformes que nos cuelgan por dentro. ¿Te imaginas si se vieran? Tú serías un playboy. Creo que el mayor problema que tuvimos contigo fue que esas heridas, nudos y malformaciones evidentes en tu cuerpo fueron el más honesto signo de humanidad. Por eso nadie soportaba verte, eras un espejo de nosotros. No nos gusta reconocer que somos, en realidad, un montón de monstruitos agazapados, maquillados, torturados y perdidos.
Soy incapaz de imaginar la soledad que tuviste que enfrentar mientras te escondías en bosques, cavernas y montañas para no ser perseguido ni atacado. Pero todo ese dolor, no justifica que hayas asesinado al hermano menor y a la esposa de Víctor. Ellos no tenían nada que ver, eran inocentes. ¿Por qué lo hiciste?
Mientras leía tu historia, te juro que deseé con todas mis fuerzas que Freud se equivocara esta vez y te hubieses parecido menos a tu padre, el verdadero Frankenstein que tanto te odió. Quería que no se hiciera realidad esa advertencia que Don Draper le hizo a su hija Sally (en la serie Mad Men): “Soy tu padre. Y no querrás escuchar esto, pero eres como nosotros. Ya lo verás”.
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