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Chema Salcedo: A voz en cuello
Salcedo se define como solitario, pero no está seguro de haber elegido ese camino.
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Es periodista, pero pudo ser político, escritor, historiador, actor, viajero empedernido o un romántico persiguiendo al amor más inalcanzable. Tal vez, todo lo anterior y sin duda algo más que prefiere mantener en secreto.
José María Salcedo es una caja de sorpresas. Me cita en una franquicia ‘yanqui’ para tomar un café y contarme sobre su revolucionaria vida al detalle. Le he pedido hablar sobre todo del último capítulo que, difícil y doloroso, se ha convertido, acaso, en la más dura de las pruebas que le ha tocado afrontar en la vida. Y de la que se viene reponiendo como el firme guerrero que es, a sus 72 años.
La conversación es intensa y prácticamente sin pausas. El Chema solo detiene la formulación de sus múltiples teorías cuando necesita sorber agua porque, tras la operación y posteriores terapias de radiación, no produce suficiente saliva. Las secuelas lo incomodan, pero casi no se queja. Le diagnosticaron cáncer a partir de un pequeño bulto en la encía, pero asegura que lo tomó con calma. “Lo primero que pregunté al doctor fue si se podía operar; me dijo que sí. En segundo lugar, quise saber si perdería la voz, y es que ¡yo vivo de la voz!, pero afortunadamente respondió que no. Así que confié. Aunque no lo creas, el diagnóstico me dio mucha tranquilidad. Había tenido una enorme inquietud durante largo tiempo y una vez que supe el nombre –por más grande y aterrador que fuese–, ya tenía una ruta que seguir”.
Cuatro meses y medio después de despedirse de su público, por las ondas radiales, el Chema Salcedo volvía triunfante y vestido de punta en blanco, como quien dice: ¡Aquí estoy yo! Durante el programa de bienvenida se esforzó por pronunciar correctamente las palabras –pese a las dificultades posoperatorias, a la vez que contaba, desde el crudo humor que lo caracteriza, el coctel de cirugías que había soportado y el alta médica, por su buen estado de salud. Los cambios físicos no fueron, sin embargo, los mayores. “Soy bastante soberbio, pero con esto tuve que inclinar la cabeza. Han rezado por mí desde todos los rincones, se hicieron muchas vigilias y ahora cuando voy por la calle, me paran muchas personas para decirme que oran por mí y que lo hicieron por mi recuperación”.
Desde esa faceta escondida o inédita de humildad, el ‘Chema’ se remonta a su llegada desde Bilbao, España, hace 68 años. Tenía cuatro y aún recuerda que no quería bajarse del barco que, tras un mes de viaje, lo desembarcaría en el lejano Perú para siempre. Quizá desde esa sabiduría innata, era mejor quedarse en el mar junto a sus padres antes que vivir en esa extraña ciudad que poco se parece a la de hoy. Su casa en Miraflores, la de siempre, estaba rodeada de terrenos agrícolas. “A la hora del crepúsculo, aproximadamente a las seis de la tarde, me sentaba en la puerta junto a mi madre y veíamos pasar al hombre de las cabras: el cabrero; ese señor cuyo nombre jamás supe y que tenía, no miento, cara de cabra”.
También estaba en las cercanías el aeródromo al cual llegaba la correspondencia en avioneta. Luego, ese espacio se convirtió en la residencial Santa Cruz. Y claro, los primeros amigos: “Cucho y Chino, los hijos de los bodegueros de la esquina, que eran de Ayacucho; y el mayor de tres hijos de una pareja china que vivía en la misma calle”. Completarían la pandilla otros extranjeros que fueron llegando después al barrio: “Éramos todos personajes raros... como comprenderás, desde pequeño empezaba a ver esto como una premonición de que yo era muy especial”.
Tan especial que estudió Derecho pero jamás ejerció. Fue activista de la izquierda peruana junto a Alfonso Barrantes, pero al tiempo se dio cuenta de que lo suyo no era la política. Como periodista, oficio que le daba muchas satisfacciones, fue director de varias publicaciones, hasta que escribió entre varios libros, uno en solo tres días llamado “Tsunami Fujimori”. Un texto que él describe como un panfleto, pero sus colegas recuerdan como una especie de best seller. Luego probó la radio, donde aún se mantiene. Cuando incursionó en la televisión, con el programa “Fulanos y Menganos”, estuvo al aire nada menos que ocho exitosos años. Lo que toca el ‘Chema’ suele convertirse en oro: en el cine, como dramaturgo y como actor; en el teatro, donde al día de hoy prepara un unipersonal… Y, sin embargo, hay un rubro en el que al ‘Chema’ no le ha ido tan bien: el amor.
Se define como solitario, pero no está seguro de haber elegido ese camino. Cuenta que hasta en tres oportunidades propuso matrimonio, pero que, al final, esas mujeres prefirieron no casarse con él. Y, a pesar de teorizar mucho –casi siempre y sobre casi todo–, confiesa que a ese tema ha preferido no darle muchas vueltas. “Entiendo que las chicas con las que he salido sí lo han analizado porque alguna vez, una tercera persona, escuchó que me tildaban de narcisista”, confiesa. “Fuerte la palabra, pero si dos mujeres que me conocían coincidían en eso, por algo será”.
Tras los rechazos reconoce que tuvo “crisis emocionales espantosas de verdadero espanto” y como consecuencia pasó de ser un romántico sin freno a un conquistador sin planes de vida conyugal. “Indirectamente rechacé la posibilidad de tener hijos y por momentos pienso que me hubiera gustado ser padre”, añade con cierta resignación.
Lo cierto es que el ‘Chema’ asegura poseer remedios infalibles para combatir la soledad. El primero: la Champions; el segundo: las tres grandes vueltas ciclísticas en el mundo; y en tercer lugar: siempre tener algo que hacer. Eso incluye darle una buena bienvenida a quien quiera hacerle compañía y, advierte casi a modo de amenaza, garantizarle que no se va a aburrir. Y puedo afirmar que tiene razón.
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