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Chicos de la tele
La tarea de encantar a los niños de la casa nació a la par de las primeras transmisiones de televisión. Tarea ardua que nos ha legado personajes tan extravagantes como inolvidables.
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Juan Sedó era un respetadísimo locutor radial que había construido una carrera entre el periodismo deportivo y el político. No resultó una sorpresa, entonces, que recibiera pronto una propuesta para dar el salto a la televisión como el conductor de un programa que preparaba el incipiente canal América, que tan solo meses antes había estrenado su señal abierta.
El programa se emitió por primera vez el 27 de enero de 1959 a las cuatro de la tarde. Paternal y bonachón, la figura de Sedó fue un éxito. El Club de los Niños, como fue bautizado el programa, contaba también con un adolescente Ángel Parra que servía como enlace entre los niños ‘clubistas’ y el conductor del programa. En un escenario se juntaban decenas de niños y sus padres que eran presentados por Sedó. Había también payasos y poco a poco se fueron introduciendo clases académicas y concursos de conocimientos.
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Sedó quedaría marcado como el primer chico de la tele, el pionero de este arte de embrujar y tener atentos a los más pequeños de la casa, público importante y objetivo de los primeros años de la televisión peruana.
Pronto llegaría el turno del Tío Jhonny, uno de los animadores más recordados de aquellos primeros años. Juan Salim Facuse ideó el personaje en 1958 en las cabinas de radio América. Tío Johnny, un tío que se las trae fue el nombre del programa radial que se hizo rápidamente popular; sin embargo, su paso a la televisión esperaría unos años más. Fue el 3 de junio de 1963 cuando el show se estrenó en Canal 4. A diferencia de su antecesor, el programa era un espectáculo total. Desde la vestimenta del conductor (un colorido saco a rayas que terminaba con un sombrero) hasta los concursos o los retos y canciones.
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“Duraron años y dieron nostálgicos puntos de referencia a la generación de los ochenta que intuyó, viendo a través del Tío Johnny, una contingencia elemental: que todos los niños pueden divertirse igual, aunque no todos tienen los mismos recursos para ello”, sostiene el periodista Fernando Vivas en su libro En vivo y en directo: historia de la televisión peruana.
Su éxito también propició uno de los más sonados jales televisivos, cuando pasó al Canal 5 en enero de 1968. El Tío Jhonny en el 5 fue el nuevo nombre del espacio. El Canal 4 buscó inmediatamente un reemplazante, siendo Cachirulo y sus Cuatronautas los elegidos.
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HOLA, YOLA
La chica de la tele haría su estreno en 1972. El mundo de los niños fue el nombre del primer programa de Yola Piedad Polastri, una joven artista que deslumbraba no solo por su capacidad de entretener a los niños, sino también por sus habilidades de formación. Agrupó a un grupo de niños para adoptarlos como sus burbujitas (entre ellos al exlegislador Alberto Beingolea y el cómico Jorge Benavides), elevando la mística de lo que significaba un programa infantil.
Su longevidad por varios años se debió en parte a la exigencia que le puso a su labor de animadora. Bailes, canto, carisma. No solo se limitó a su trabajo en su programa. Expandió su éxito a discos musicales, dejando hits que hasta la fecha se recuerdan en los cumpleaños infantiles (“Mi ranchito”, “El telefonito” y “La feria de Cepillín”). Fueron 22 años ininterrumpidos los que estuvo en el aire con programas como El mundo de los niños, Los niños y su mundo y el recordado Hola Yola.
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“Yola postulaba una pequeña mística de la performance infantil. Su voz tupida, sus gestos respingados, su divismo revejido, sus mil disfuerzos, su soledad y sus sacrificios profesionales (sufrió serios problemas de visión causados por el uso de decenas de lentes de contacto coloridos) no eran los de una conductora paternal o maternal; eran los de una animadora –y esto va como cumplido y como definición de sus alcances– de sesgos realmente infantiles”, comenta Vivas sobre la conductora.
Luego de dejar la televisión, Yola pasaría a brindar shows particulares y también a la animación de eventos. Su nombre nunca ha dejado de estar ligado a la nostalgia de años que no volverán. Poco más de cincuenta años han pasado desde su estreno en la televisión y un programa como el suyo sería impensado, tal como ella misma lo decía.
En febrero, el coliseo Dibós albergaría uno de sus últimos shows. “Uno de mis últimos partidos”, diría, escueta. Hace unos días se conoció que sufrió un infarto cerebral. Su pronóstico es reservado. Cosas de la vida. La chica que dio tanta alegría y amor a varias generaciones por ahora la pasa mal. La conductora que hizo de la animación una forma de vida necesita de nuestras oraciones.
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