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“Estamos quizá ante una de las novelas menos importantes de nuestro Nobel, en dura competencia con Los cuadernos de Don Rigoberto y _El héroe discreto_”.

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No es ni el libro logrado y cautivador del que han hablado algunos críticos ni el desastre sin atenuantes que anunciaba el primer capítulo entregado por la editorial como adelanto. Cinco esquinas, la última novela de Mario Vargas Llosa, es una narración que se lee con fluidez y entretenimiento. El mayor mérito que le encuentro es que esto sea así, a pesar de los múltiples defectos y problemas que la maculan. Lo diré de una vez: estamos quizá ante una de las novelas menos importantes de nuestro Nobel, en dura competencia con Los cuadernos de Don Rigoberto y El héroe discreto.

Empecemos por lo peor: el tratamiento de la relación erótica entre Marisa y Chabela, con la que este libro principia. Es verdad que el erotismo, salvo contadas excepciones, nunca ha sido uno de los puntos fuertes de Vargas Llosa, pero lo que en anteriores ficciones producía insatisfacción, en Cinco esquinas provoca desconcierto e incluso humor involuntario. Los escarceos y los diálogos entre estas dos amantes son inverosímiles y afectados, llegando a momentos francamente ridículos ("Trágate esos juguitos deliciosos que te saco cuando te chupo"). Si la intención del autor era edificar turbadoras escenas de cama, lo que en realidad consigue es que el lector presencie la monótona rutina de unas calenturientas muñecas parlantes que se ayuntan sin mayor gracia. Cualquier elucubración sobre las relaciones simbólicas entre erotismo, moral y corrupción en la novela queda completamente fuera de lugar por la insustancialidad y pobreza con la que esta faceta de la historia ha sido pergeñada.

Otra de las grandes deudas de Cinco esquinas es el acabado de los personajes, tanto los principales como los secundarios. Salvo la Retaquita, que exhibe alguna consistencia e interés, todos los demás son completamente decepcionantes. Los que personifican a la clase alta son meros estereotipos de la frivolidad y de un acartonado hedonismo; los que representan a los bajos fondos son apenas bocetos maniqueos que hubieran hecho sonrojar al delirante Pedro Camacho, como es el caso de Juan Peineta (cuyo destino final, envuelto en la amnesia y la locura, es una de las cosas más deleznables del libro). El peor de todos es sin duda el personaje del Doctor (una obvia referencia a Vladimiro Montesinos), caricatural y tedioso en su maldad monolítica.

Y sin embargo, como dije, Vargas Llosa se las ingenia para sacar adelante la novela a punta de oficio y de un ritmo narrativo que no ha perdido del todo. Cierto es que esto no basta para rescatarla de la medianía a la que nos tiene acostumbrados hace ya algunos años; pero también es verdad que Cinco esquinas está construida a partir de una estructura solvente (aunque esta se resienta en los últimos tramos) y que incluye algunos pocos pasajes que recuperan al mejor Vargas Llosa (el más memorable es el breve capítulo en el que Quique Cárdenas es humillado sexualmente por los presos de una sórdida carceleta). La impresión final que nos deja esta lectura, sumada a la de sus últimas novelas, es que la obra ficcional de Vargas Llosa ya ha brindado, hace buen rato ya, sus mejores frutos. Ojalá que pronto se anime a escribir la segunda parte de sus memorias; quienes nos consideramos admiradores de su figura y de sus libros las esperamos hace mucho tiempo.

FICHAAutor: Mario Vargas LlosaObra: Cinco esquinas. Alfaguara, 2016, 314 pp.Relación con el autor: ninguna.Puntuación: 2 de 5 estrellas.