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Darío Sztajnszrajber, filósofo argentino: “El amor es básicamente un terremoto”
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Una confesión de la madre del filósofo Darío Sztajnszrajber inspiró su nuevo libro ‘El amor es imposible’’. El intento por aprehenderlo es materializado en 8 tesis filosóficas que demuelen los conceptos más institucionalizados para luego reconstruir una nueva manera de pensar el amor.
¿Por qué la filosofía lo enganchó para siempre?
Nunca pensé, cuando descubrí que existía la carrera de filosofía, que había una disciplina que expresara la mayoría de pensamientos y reflexiones internas que yo venía sobrellevando desde niño. Fue una felicidad saber que me iba a dedicar a lo único que me interesa: las grandes preguntas sobre las grandes cuestiones de la existencia. Hay algo de la pregunta recurrente, de este estado de sospecha frente a todo lo instituido, de poder siempre darle una vuelta más a una realidad que se nos impone solo desde una versión, que siempre me erotizó, me generó deseo de saber más.
¿Qué pasó con su madre que detonó el inicio de este libro?
Hay una revelación que se da desde mi madre. Muy poco antes de morir ella me comenta que, además de estar enamorada de mi padre, se había enamorado de otra persona, generando una imposibilidad para ella. Una mujer nacida en 1942, con toda una historia, una memoria en su cuerpo de absoluto disciplinamiento, de encaje a los mandatos sociales, un producto de la sociedad heteronormativa… Ella no supo qué hacer, a priori, con esa dualidad, porque vivimos en una cultura del amor monoteísta. Así como solo podemos creer en un único dios, solo podemos enamorarnos de una única persona. Esta idea que se le sobrevino a mi vieja: “estoy enamorada de más de una persona”, es algo que tenemos anulado. Pude tomar todo ese relato como punto de partida de la escritura de este libro, porque me encontré en su imposibilidad y en la forma en que ella encontró de darle cauce a esa situación con la que se enfrentó y no podía, de algún modo, resolver.
Por el título del libro, uno entendería que amar está fuera de nuestra capacidad. Pero usted plantea lo imposible como esperanzador.
El título es una afirmación provocativa, pero que nos empuja a repreguntarnos acerca del estatus de lo imposible, siendo que este término no es unívoco. Muchos, cuando leen el título, me dicen: ¿vos pensás que el amor no existe? No, digo yo, todo lo contrario: pienso que existe, pero con una existencia tan potente que se vuelve inaccesible dentro de los parámetros, cánones y formatos con los que vivimos el amor en este mundo. Si hay amor, no tiene nada que ver con aquellas prácticas que vivimos en nombre del amor, porque de algún modo lo terminan encorsetando, traicionando, degradando.
¿Lo imposible y el amor sí son posibles?
Reducir el significado de la palabra imposible a lo que no es posible es reducir todo lo que inspira el término. Hay una frase del Mayo francés que dice “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Vivimos en una especie de domesticación, donde no tenemos ninguna posibilidad frente al mundo, pero podemos desmarcarnos de lo que creemos que no puede ser de otro modo. Por eso es fundamental jugar con las palabras. El lenguaje es un campo en disputa todo el tiempo. Por eso, en el libro hay una tesis entera que dice que el amor es imposible porque es inefable. Ahí se resume toda esta idea de pensar que el amor puede sintetizarse en una fórmula lingüística que lo define. Esa restricción que impone el lenguaje es también la posibilidad de batallarlo, de abrir el lenguaje, de ver si hay otras posibilidades de asumir su finitud y seguir preguntándonos acerca de lo que es el amor, más allá de cómo lo decimos.
¿Cómo cree que nos afecta la idea de la ‘media naranja’?
Yo parto de otra idea del amor, que es el encuentro con el otro. Y lo que más me interesa es lo que el otro tiene de sí mismo, no lo que tiene para encajar en lo que yo necesito. La idea del encuentro con el otro fomenta un desencuentro. Es un encuentro paradójico que nunca puede terminar de plasmarse. Por eso el amor es imposible, porque el encuentro con el otro nunca termina de darse. Lo interesante, lo erótico, lo excitante del amor es que ese encuentro, justamente, nunca se produzca, sino que uno esté en permanente búsqueda. La idea de la otra mitad anula la búsqueda porque se supone que cuando la encontrás, el amor alcanzó su objetivo, su eficacia. Yo creo en un amor exactamente opuesto. Creo que es la experiencia de un derrumbe. No solo no encontramos la otra mitad, sino que enamorándonos nos fragmentamos. Ni siquiera somos ya una mitad, sino que somos una multiplicidad de fragmentos, porque el amor tiene un poder de socavamiento que resquebraja cualquier tipo de estabilidad. Creo que la metáfora de la otra mitad es una forma de transformar al amor en una especie de antídoto contra la finitud, pero yo creo que la finitud no solo no tiene antídoto ni remedio, sino que la ilusión es creer que es algo que tiene que resolverse. Al revés, lo más interesante para el ser humano es poder asumir la finitud y ver entonces qué tipo de vida se abre a parte de eso.
¿Qué espera detonar en sus lectores con este libro? ¿Cómo se sentiría satisfecho?
Yo estaría satisfecho si el público se interpela a sí mismo en aquellos lugares en los que se siente cómodo y seguro. Porque creo que la idea de que el sujeto logra alcanzar estabilidad y tranquilidad es uno de los principales objetivos del disciplinamiento social que nos constituye en personas demasiado devotas de nosotros mismos. Y me parece que el amor es básicamente un terremoto que, entre otras cosas, por un lado prioriza al otro frente al yo y, segundo, evidencia que el yo es una construcción porque supone una fuerza absolutamente excesiva que está mucho más allá de nosotros y que nos disuelve en cualquier capacidad de cálculo, estrategia, análisis, observación.
AUTOFICHA
“De muy chiquito me enviaron a un colegio religioso y esa educación me involucró en una serie de preguntas que la misma narrativa religiosa no me podía responder. Eso me impulsó a una especie de interpelación existencial de todos esos grandes relatos bíblicos.”
“Tengo una perra que se llama Mina. No es una mascota sino una compañera. La adopté hace un año, ahora tiene cuatro. Me gusta cocinar y mirar fútbol. Soy hincha del mejor del mundo: Estudiantes de la Plata. Tuve la suerte de dedicarme a la filosofía desde hace 40 años.”
“El fin de la dictadura militar y la vuelta a la democracia me alentó a una búsqueda de mi vocación. Mi familia me miró con una cara extraña, pero no pusieron obstáculos. Estudiar filosofía en la universidad formaba parte de un paquete: teatro, poesía, política. Un monstruo con el que tuvieron que lidiar.”
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