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El árbol de Chabuca Granda: la historia del cedro que se salvó de ser cortado
El árbol de Chabuca Granda: la historia del cedro que se salvó de ser cortado
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El título de esta breve historia lo cuenta casi todo. Entonces queda por saber qué pasó por la mente de nuestra más célebre cantautora para que una mañana de 1977 salte disparada hacia la calle para salvar —literalmente— a un árbol.
Ha pasado poco menos de medio siglo y el cedro continúa aún ahí en Miraflores. Más de seis metros, fuerte. Sus dos enormes ramas son el inicio de muchas más. Es octubre y el brillo solar resalta su tronco y copa que compiten en altura con los edificios de alrededor. Es octubre y está floreciendo. Ya se ve el verde, pero en unos meses lo estará completamente. En total son 11 los árboles de cedro que se levantan en la cuadra seis de la avenida 28 de julio, once árboles que permanecen y otorgan orden a esta cuadra que tiene la suerte de tener mucha vegetación ante lo sofocante que puede resultar el cemento.
Esta cuadra se convirtió en el barrio de Chabuca Granda por veinte años, hasta que partió en 1983.
Pero su noble gesto ocurrió años antes. Un 3 de septiembre de 1977, el mismo día de su cumpleaños. La compositora había recibido las doce en su departamento, ubicado en un segundo piso, con una serenata inolvidable. Se levantó, pues por la mañana con toda la felicidad del mundo. Se sentó junto a la ventana que daba hacia la calle para aprestarse a desayunar. El cedro —su cedro— la esperaba como siempre en la vereda del frente. Lo hacía majestuoso, con una de sus ramas apuntando a la ventana de la criolla, como si quisiera invitarla a bailar. Parecía ser una mañana cualquiera, con la paz y serenidad que da tener un árbol frente a nuestros ojos.
Pero algo estaba por ocurrir. De pronto, Chabuca vio como un sospechoso camión se estacionó frente a sus ojos. Las intenciones no parecían ser las mejores. Del vehículo bajaron unos trabajadores municipales con herramientas pesadas y rodearon el árbol en mención. Chabuca entonces confirmó sus temores: iban a cortarlo. Agarró un abrigo cualquiera y salió a la calle, rauda, como si escuchara el grito de auxilio de un amigo.
Teresa Fuller, hija de Chabuca, tenía 29 años por aquel entonces. “Mi mamá se horrorizó, se puso un abrigo encima de la camisa de dormir, bajó y se agarró al árbol. Dijo que no, que no lo iban a tocar”, cuenta con la misma sorpresa que tuvo aquella mañana.
Sin pensarlo, Chabuca entendió que la mejor forma de impedir el derribo de su amigo era abrazándolo. El ímpetu de la artista no solo era cuestión de valses, landó o zamacueca. Los trabajadores inmediatamente reconocieron que lo mejor era irse y dejar el árbol en paz. “Hasta le dijeron ‘disculpe, señora Chabuca’”, narra Teresa, quien aquel día comprendió que el amor de su madre a los árboles podía alcanzar niveles apasionados.
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Ocho meses antes de aquella mañana Chabuca había publicado su único poema. Canción al árbol del canto, tituló. “Solo conmigo en silencio”, dice uno de los versos. Entendemos, pues que el árbol no solo era un árbol. Era más bien un testigo, un acompañante, un oidor privilegiado de sus canciones, poemas y secretos.
¿Qué significa salvar un árbol? Parado frente al árbol que su mamá siempre miró, le cuento a Teresa por teléfono que aquel acto quizás sirvió para que cualquier autoridad lo piense mil veces antes de plantear quitar uno de estos árboles. “Que ni se les ocurra”, dice entre risas, mientras le cuento lo bonita que permanece la cuadra gracias a los once cedros. Ella no ha vuelto a pisar la cuadra seis de 28 de julio desde hace varios años porque se le encoge el corazón.
La casa de Chabuca ya no está debido a la promesa de la modernidad inmobiliaria. Pero es imposible estar junto al árbol y no imaginarla en su ventana mirando a su cedro. Dicen que un árbol como este puede llegar a vivir hasta dos mil años. No sabemos si ese cedro lo logrará, pero día tras día durante dos décadas cumplió con la honorable tarea de sacarle una sonrisa a Chabuca. Quien sabe si salvarla, tal como ella misma lo hizo con su abrazo.
Canción al árbol del canto
A cuál ventana me acerco para cantarle; / nada le digo, / nada puedo decirle: sólo le miro. // Como un testigo, conmigo / comparte lo que sucede / y parece, / como que a veces desaira / lo sucedido. // Sombra tras sombra, / dormido fronda. // Detrás del verde se esconde / y entre el silencio / algún desgano le agita / la copa joven: / todo se ha muerto conmigo, / nada es conforme. / Sobre su mismo terreno, los años / ni le conmueven / en busca de nadie siempre, / sólo conmigo en silencio, / sombra tras sombra, / su silencio y mi silencio, dormido fronda. // Danza una danza llorosa / sujeto al viento; / y yo le cuento / las ramas, / los gorriones y las hojas; / él se desprende en un instante / pero no puede / no puede emprender un viaje. // // Fue un árbol de pueblo solo, / de callejuela vencida, / árbol cuando todavía / ser un árbol se podía. / Y no puedo preguntarle / del tedio que lo retiene: / nada le digo, / nada puedo decirle, sólo le miro. // Destino, / sombra tras sombra, / nostalgia, / dormido fronda. / De nuevo reverdecido / todo el verano / verá pasar el mañana / cual si no hubiera venido / como si hubiera llegado / tarde y en vano. Qué costumbre estarse allí. / Estarse allí nada más. / Y no le hundo un cuchillo / sino mis ojos, / que yo misma me lo hundo / y como el viento traspaso / su canto roto, / sombra tras sombra, / como un testigo, conmigo / dormido fronda. // Y vemos pasar la vida / sombra tras sombra, / su silencio y mi silencio, / danza llorosa. // Cuando ya el tiempo se vaya / y él con el tiempo, / yo lo dejaré conmigo, / a ambas orillas del río, / solo y conmigo, / como un testigo / perdido. // A cuál ventana me acerco para cantarle; / nada le digo, / nada puedo decirle: sólo le miro.
Enero, 6 de 1977.
POR: PABLO VILCACHAGUA
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