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Chavela Vargas, en un rincón del alma [CRÓNICA Y VIDEO]
El estreno del documental 'Chavela' en Netflix nos permite recordar, como siempre, a esa huracán llamado Chavela. La editora Consuelo Sáizar y Tania Libertad nos hablan de esta mujer leyenda.
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Chavela Vargas, la leyenda
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Chavela Vargas amaba su soledad, pero era enamoradiza.
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Chavela Vargas fue un huracán, una mujer que vivió como quiso en un país que adoptó como propio.
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Chavela Vargas venció el alcoholismo y reconoció que era una enfermedad. "Una enfermedad del alma", admitió.
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Chavela Vargas y Pedro Almodóvar. La cantante decía que el cineasta español era su "marido en la tierra".
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El documental Chavela (Netflix), de las directoras Catherine Gund (Australia) y Daresha Kyi (Estados Unidos), reconstruye parte de la vida de María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano.
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Los recuerdos de su tierra son amargos: sus padres no la aceptaban por ser poco femenina, la sociedad la miraba como ‘marimacho’, entre otras heridas definitivas.
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Chavela Vargas nació en Costa Rica, pero su corazón se hizo mexicano, país donde murió a los 93 años
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Hay mujeres tan imponentes y únicas que no hay una sola palabra para definirlas, tampoco hay formas de olvidarlas, menos de ignorarlas. Chavela Vargas era de esas indomables señoras que te envolvían con su voz desgarrada, con sus silencios, con su mirada y esa extraña complicidad que tenía cuando identificaba a quienes sentíamos en la piel las letras de sus canciones. A ese mundo raro de Chavela, donde habitaban fantasmas y marginales, dolientes y tercos amantes, no es difícil entrar cuando siempre vives en la frontera entre la felicidad y la desdicha. Esa noche que la vi, en 2002, y besé su mano, en el camerino del hotel María Angola de Miraflores, sentí que estaba frente a la memoria de mis amores y de mis futuros despechos. Irrepetible instante, con algunos testigos, y un concierto que estremeció a todos, incluso a aquellos que no sabían sus letras, y no tenían idea de la leyenda que había llegado a Perú.
Nació en Costa Rica el 17 de abril de 1919, pero su corazón se forjó mexicano a los pocos años de llegar a ese país, cuando tenía 17 años. Los recuerdos de su tierra son amargos: sus padres no la aceptaban por ser poco femenina, la sociedad la miraba como ‘marimacho’, entre otras heridas definitivas.
En México encontraría a sus amigos más entrañables, a esos amores que la partieron tantas veces hasta hacerla inmortal, a esas fiestas sin fin, a su público más fiel. Era el lugar en el que amó la vida, donde –dice– aprendió a cantar, aunque lo hacía desde niña. Allí se casó con el tequila, una relación que la destrozó. Allí encontró la soledad que la hacía libre, y allí estaban sus pasiones volcánicas, esas damas en las que se perdía para luego salir huyendo.
Se hizo leyenda en vida, privilegio de algunos cuantos. El documental Chavela (Netflix), de las directoras Catherine Gund (Australia) y Daresha Kyi (Estados Unidos), reconstruye parte de la vida de María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano.
La cantante cuenta el amor que tuvo con Frida Khalo, y su despedida. “No te puedo atar ni a mis muletas ni a mi cama”, le dijo al verla partir. Reconoce también que el alcoholismo es una enfermedad; que no se arrepiente de lo vivido y sentencia que los amores eternos no existen. Chavela era un rompecabezas de recuerdos, cada mujer tenía un lugar en su corazón y su cuerpo.
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EL CONSTANTE ADIÓS
Consuelo Sáizar, editora, exdirectora del FCE y expresidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) –ahora Secretaría de Cultura de México–, organizó los funerales de Chavela Vargas en Bellas Artes, el máximo recinto artístico de México, decisión que le generó algunas críticas, y que sin embargo está segura de que era lo que correspondía, “porque Chavela se lo merecía”.
Se cuestionó ese reconocimiento: no era mexicana y, además, era lesbiana.
“Su muerte realmente me cimbró. Nos dejaba una mujer que había tenido dos países y tantas vidas que había conquistado al mundo con su emoción y su capacidad de decir los sentimientos de una manera que tocaban las fibras más íntimas en el universo. Desaparecía una figura absolutamente única que había logrado conquistar un espacio en un país, México, que tiene una gran tradición de enormes cantantes. Pienso en Lola Beltrán, Lucha Villa, Lucha Reyes, Flor Silvestre y en estas jóvenes que han venido a tomar el relevo de una manera digna como Lila Downs, en la inmensa Tania Libertad, en Eugenia León”.
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Sáizar, amiga íntima de Carlos Monsiváis, comenta que la voz de Chavela lograba trastocar absolutamente todo y le daba una nueva versión y una nueva manera de decir las cosas a lo que los compositores habían imaginado: “Era una nueva dimensión donde no se requería el ornato del mariachi para poder transmitir el dolor desgarrador con el que interpretaba sus canciones”.
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Chavela se describía como una niña triste que creció sola, como una niña rara, jamás jugó con muñecas, y escapaba de casa en busca de serenatas y para contemplar la Luna.
“Me intimidaba, primero, por mi enorme admiración y, después, por la leyenda que se intuía al estar frente a ella. Me pasaba algo muy curioso: encontraba una enorme desolación cuando cantaba y una enorme alegría cuando conversaba contigo, y esa dualidad, por razones que buscamos argumentar, nunca supe resolverla. La anécdota que más me emociona es contemplar las conversaciones con Monsiváis. Era ver a dos monstruos de la cultura popular conversando en un lenguaje que construía una atmósfera en la que solo ellos gravitaban, sostenida en una admiración mutua que siempre hizo que los que estábamos testificando ese intercambio de ideas quedáramos excluidos”.
En ese funeral épico, Tania Libertad, Lila Downs y Eugenia León le cantaron a viva voz.
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“Cuando llegó a vivir a México, en 1980, ella era casi una leyenda. Ya se había retirado de cantar, ya no bebía, y no se sabía bien dónde vivía. Años más tarde me enteré de que radicaba en Tepoztlán, Morelos, y que cantaba, de cuando en cuando, en un bar. Unas amigas, artistas también, la convencieron de volver a cantar en la Ciudad de México, en un café concert que ellas tenían. Cantaba una vez por semana y no me perdía ninguna de sus presentaciones. La importancia de Chavela radica en el hecho de que, como persona, supo ejercer sus libertades con mucha valentía, en épocas muy difíciles, ya que las mujeres que lo hacían eran mal vistas”, me dice Tania sobre la mejor intérprete del gran José Alfredo Jiménez, amigo de la ‘Chamana’, cómplice de inspiración y borracheras en el bar Tenampa.
“Como artista, me ayudó a reafirmarme en la importancia de la interpretación en la canción y en que no es necesario tener una gran voz para transmitir emociones y sentimientos. Reconfirmé algo que me había enseñado mi siempre recordada y admirada Chabuca Granda: la importancia de los silencios en la música y la canción”.
Tania rememora así el adiós a Chavela: “Los recuerdos del funeral son muy fuertes. Estábamos velando a una mujer de una fortaleza única, una mujer que decidió volver a comenzar como artista a los 70 años y que, con su personalidad imponente, conquistó al mundo”. A esas alturas ya se le consideraba también una Chamana, que en México significa una bruja mayor con mucho poder, el cual demostró siempre en los escenarios, donde se consagró como una intérprete irreemplazable. Por eso seguimos llorándola y recordándola con su inolvidable versión de “La Llorona”.
A los 93 años, Chavela murió. No la venció el alcohol ni el olvido. No la derrotó el amor. Se fue cuando le dio la gana.
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