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El cuento sobre una pandemia de hace diez años que nos recuerda lo repetitivos que somos
En 2010, hace solo diez años, el planeta ya había sufrido una pandemia, pero probablemente muy pocos la recordemos porque no causó tantos estragos como los que atravesamos hoy a causa del coronavirus.
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En 2010, hace solo diez años, el planeta ya había sufrido una pandemia, pero probablemente muy pocos la recordemos porque no causó tantos estragos como los que atravesamos hoy a causa del coronavirus.
Fue en México donde se originó la influeza AH1N1 o gripe porcina y se propagó a más de 200 países. La diferencia es que ese virus fue mucho menos contagioso y la tasa de mortalidad también fue menor a la del vigente SARS-CoV-2. Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, aquel virus alcanzó el 0,02% de víctimas mortales.
Para quienes nacimos en la década de los 90, esa gripe significó pequeñas tragedias como la cancelación del viaje de promoción del colegio o de las vacaciones familiares de fin de año; pero también nos nos regaló más días de libertad debido a que se aplazó el inicio de clases.
Para la escritora chilena Constanza Gutiérrez, esa pandemia significó algo más. Algo que ahora nos recuerda lo repetitivos que somos como humanidad. En su cuento Chiquita Linda, publicado en el libro “Educación Básica” (Pesopluma, 2019), Gutiérrez narra un viaje de una niña y su mamá hacia una pequeña ciudad del norte de Chile para participar de una celebración religiosa en plena pandemia.
Ambas tienen que montar buses malolientes y asientos incómodos para poder llegar a su destino. En el cuento, cuando arriban a Iquique, les toca cambiar de carro y un personaje -que ahora sonará muy conocido- también aborda el vehículo. Es una señora que pasa asiento por asiento para regalar mascarillas con volantes de un político que estaba en plena campaña.
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Ese intento de aprovecharse de aquella emergencia para propagandear, como es vieja costumbre de lo políticos, es rechazado por la mamá (personaje cuyo nombre nunca es mencionado en el cuento). “Pero si es gratis, insistió la señora”. Aún así, la madre no recibe la mascarilla. Ella conoce y desprecia las tantas mañas de los politiqueros.
En otro momento del viaje, se suben al bus dos inspectores para verificar los carnés de vacunación de los pasajeros y para repartir jabón para los ancianos y niños. La pequeña protagonista (que tampoco tiene nombre conocido) se emociona y cree que en esa ocasión sí le tocará algo. Pero, unas “señoras no tan viejas se abalanzaron a exigir un jabón gel como si se tratara de anillos de diamantes”. Y cuando los inspectores llegaron al sitio de la niña, ya no les quedaba nada.
Ese jabón gel podría ser fácilmente papel higiénico o un frasco de ivermectina o una botella de alcohol o un balón de oxígeno o cualquier otro producto que hoy nos arranchamos con uñas y dientes en una pelea frenética.
Ya casi para el final del trayecto, aparece una pasajera que durante todo el viaje se la pasó bebiendo cervezas. Se acerca al asiento de la niña riendo como una hiena y habla sobre lo que califica como un aparataje del Gobierno. “Según ella este nuevo brote de influenza era un invento del Estado para controlar la cantidad de gente que venía a la fiesta”. ¿Suena conocido?
México, además de la cuna de la gripe porcina, también lo fue de la cultura Azteca. Ellos tenían una particular percepción del tiempo. Su calendario era circular y estaba compuesto por dos ciclos distintos que cada 52 años coincidían en su punto de origen. Ese día, el sacerdote azteca realizaba un sacrificio humano y encendía una gran fogata como símbolo de un nuevo comienzo. Cuando la pandemia termine, toca a la humanidad prender un nuevo fuego que arda dentro de cada uno de nosotros para recordarnos todo lo que perdimos, todos a quienes perdimos y así intentar no volver a ser, una vez más, los mismos.
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