Gerardo Chávez (Trujillo, 1937) ha trabajado prácticamente todos los días de su vida. Desde los 9 años, cuando, acompañando al carpintero de Paiján encargado de fabricar ataúdes, escribía el nombre de los finados con purpurina dorada y plateada. Ahora, a los 87 años, busca que el Museo de Arte Moderno de Trujillo reabra sus puertas. Busca la continuidad de su legado institucional.
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En medio, un viaje por distintos campos del arte y una dedicación férrea al trabajo. Sintió su primer acercamiento a la pintura, así lo declara en su biografía Antes del olvido, cuando, en la pubertad, retocaba con brocha los números de las gastadas placas de los camiones. Por ese tiempo también se cachueleaba a la salida del colegio repartiendo agua en baldes de latón y, si algún dueño de camión necesitaba transportar leña, hacía de ayudante.
Su infancia y parte de su adolescencia transcurrieron en Paiján. A los 11 años, se trazó la meta de ir a buscar a Lima a su hermano artista, Ángel, y nada se opuso a su voluntad. Antes de la capital, se fugó a Trujillo, tenía que ahorrar para viajar. Ahí, incluso, retocaba nichos en el cementerio Miraflores.
En Lima, en 1955, entró a Bellas Artes y, terminados los estudios, viajó a Europa con Tilsa Tsuchiya y Alfredo González Basurco. Vivió en Florencia y Roma, donde cambió un cuadro por una semana de platos de pasta en un restaurante. En 1966, representó a Perú, junto a Jorge Eduardo Eielson y Joaquín Roca Rey, en la Bienal de Venecia.
Al famosísimo cantante canadiense Paul Anka le vendió un cuadro. Fue en 1973, en su segunda muestra individual en París, adonde llegó después de la capital italiana.
Ha realizado un centenar de exposiciones dentro y fuera del país. Obviamente, desarrolló una notable obra pictórica con piezas como El otro ekeko (1990), La procesión de la papa (1995, reconocida Patrimonio Cultural de la Nación) o La justicia en su laberinto (2006).
REVIVIR EL SUEÑO DEL MUSEO
Lo de Gerardo, quien incluso se casó en su taller, no ha sido solo búsqueda personal, sino también trabajo por su comunidad. En 1981 fundó la primera bienal de arte del Perú: la Bienal de Trujillo. En 2001 inauguró el Museo del Juguete en esa ciudad, y en 2006 llegaría el Museo de Arte Moderno de Trujillo, que cerró a causa de El Niño de 2017.
Se ha buscado reabrir, pero ese espacio, establecido con capital familiar, se ha encontrado con la falta de apoyo privado y estatal. Desde el Gobierno falta descentralización, dice Chávez Maza. “Se ha olvidado del interior y, paradójicamente, de Trujillo: capital histórica de cultura e intelectualidad”, plantea el también curador en referencia a personajes como Haya de la Torre oVallejo.
“No hay que separar cultura de desarrollo”, indica Chávez Maza haciendo referencia a que en Trujillo prima la delincuencia, la extorsión y la presencia de basura en las calles. El museo, en su propuesta de reapertura, se propone como un espacio abierto a artistas emergentes y múltiples disciplinas, además de contar con un programa educativo y abierto a la comunidad. A ello se suma que la colección de Gerardo Chávez cuenta, más allá de obras de artistas latinoamericanos, con 7,000 piezas de arte precolombino. La idea: la convergencia de lo local con lo global y del pasado con la actualidad. Un espacio que ayude a responder qué significa hablar de modernidad en provincia. “No solo somos herencia; somos la construcción de muchas cosas”, acota.
La biografía de Chávez, publicada en 2022, termina contando que quisiera trabajar una escultura pública de unos cinco metros en acero: un gigante que lance sus pasos hacia delante. “Es mi filosofía; que el hombre, a pesar de las dificultades, siga andando, mirando al futuro, y más en un país como Perú, dividido, golpeado por décadas de corrupción”, dice el texto del artista que pudo aprender de lo precolombino y lo contemporáneo (como el surrealismo), de lo local y lo cosmopolita, de las historias sobre duendes y diablos en Paiján y la vida cotidiana de las ciudades.
Llegado el 2023, pudo avanzar el proyecto: desarrolló en acero la pieza de 85 cm Llegando al cielo, la que es su última obra. Sin embargo, no ha podido construirla en grande. “Diría que el gigante que lanza sus pasos al futuro es él mismo, con su fundamental relevancia en el arte latinoamericano, y su labor de gestión cultural”, dice Chávez Maza.
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