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July Naters: “Patacláun es una de las marcas más queridas de este país”
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El primer día de clases en la universidad fue su primer día de clases en el teatro. Tenía 16 años. La universidad la dejó al año y medio, pero del teatro nunca salió. Hasta ahí no imaginaba cómo sería su futuro.
Han pasado 22 años del estreno de Patacláun en la televisión, exitosa serie que marcaría un antes y un después en el humor peruano. La responsable es July Naters, quien antes ya había creado Patacláun en el amor, Patacláun en la Ciudad y Patacláun Enrollado. Y ahora ha vuelto con Patakultural, en el Teatro Julieta, que está en Pasaje Porta 132, Miraflores, desde las 10:30 de la noche. Hoy es la última función y la entrada general vale 45 soles. Y July ya piensa en seguir ampliando el universo Patacláun para 2020.
En su familia no hay un solo actor. Gracias al colegio y a Osvaldo Cattone, vio por primera vez teatro a los 12 años. Era El hombre de la mancha y su corazón latía. No sabía por qué. Quería tocar a los actores. “Tuve un romance muy fuerte con la actuación y tuve mucho éxito desde el inicio”, me dice sentados en una cafetería miraflorina. En esa obra encontró la posibilidad de soñar y de cumplir sus sueños. Sintió que iba a pertenecer a ese mundo del teatro que admiraba desde una de las butacas del Marsano.
¿Por qué Patacláun migró del teatro a la televisión?
La gente piensa que el fin supremo para nosotros era hacer televisión. Yo ganaba igual en el teatro que en la tele. Empecé a hacer televisión porque ya veía en un cuarto montaje cómo Machín solo sacaba su cara con nariz de clown y todo el mundo reía. No nos costaba. El público nos daba tanta comodidad, que iba a llegar un momento en que no nos íbamos a esforzar. Nos querían tanto que no importaba lo que hiciéramos. Es lo que siento hasta ahora con ese elenco. Entonces, teníamos que entrar en una nueva etapa.
A un nuevo Patacláun el público le exigiría esa brillantez. ¿Ahí está lo más difícil?
Sería difícil si el objetivo fuera superar a la primera promoción. Es como que un hijo supere al otro. Mi sentimiento es diferente.
Pero también es como una canción o un libro. Un autor quiere hacer una mejor canción o un mejor libro.
Puedo hacer algo mejor, pero no sé si será más querido. La gente cree que Patacláun es solo la serie de TV, cuando tengo 15 años de escuela, hemos sido campeones del mundo en match de improvisación. Hago Patacláun desde hace casi 30 años.
Hay una prehistoria de Patacláun, que se sitúa en Cuba y Argentina.
A Cuba fui como asistente de dirección de pedagogía de Alberto Isola. Yo tenía 21 años. Había 60 talleristas, entre ellos, por Argentina estaba el Clú del Claun, que tenía a Guillermo Angelelli, uno de los grandes maestros. Me fui a Argentina seis meses con él y ahí aprendí el clown.
¿Ya te veías trabajando el clown en Lima?
Ni hablar. Ni siquiera imaginaba que iba a ser directora. Pipo Gallo, profesor de la Universidad de Lima, me escuchaba hablar con mucha pasión del tema y un día me cuenta que estaba tratando de hacer una comedia: Dios, de Woody Allen, pero no le salía. Me propuso hacer un taller de clown a su elenco para conectar con la comedia. En ese grupo estaban Wendy Ramos y Tato Ventocilla, entre otros. Lo hice, pese a que nunca había enseñado. El elenco se apasionó tanto que le pidieron a Pipo ya no hacer Dios sino seguir experimentando con el clown. Les dije: “Okey, no me paguen, pero paguen una casa”, y alquilaron una en Barranco, que se estaba cayendo. El primer día de clases la tarea era ir a pintar la casa. Yo también pintaba. Les dije que esa casa tenía que tener un nombre, y eso les mandé de tarea. Tenía que ser una sola palabra que tenga la palabra “claun”. El único que hizo la tarea fue Tato y propuso: Patapuf y Patacláun. Yo le puse el signo de interrogación, porque en esa época me cuestionaba todo. Y así nació Patacláun, como un sentimiento de unión de chicos que teníamos ganas de encerrarnos a experimentar sobre algo que yo había aprendido.
En 1990 se estrenó la primera muestra. Ese año García había dejado el poder a Fujimori. Era un quiebre en nuestra realidad. ¿Patacláun fue un quiebre en el humor que se hacía en el Perú?
No me corresponde evaluarlo. Pero sí creo que hay un antes y un después. Entre Patacláun en el amor y Patacláun en la ciudad, yo viajé un año por Latinoamérica. Enseñé clown. Me afiancé mucho con el clown. Cuando regresé fue antes de Patacláun en la ciudad, que fue el espectáculo que la rompió y duró cuatro años. Había dejado un año el país y volví por tierra. Cada tres minutos nos paraban los soldados. Todo era documentos, papeleo, coche-bomba. Y dije: “Este será el tema”. Nuestro humor se empapó del sentimiento que la ciudad respiraba.
¿El humor dialoga con la política?
Totalmente. El clown es una mezcla del bufón y el borracho. El borracho dice todas las verdades y el bufón siempre desnudaba la condición humana, dentro de lo cual la política y el poder son claves.
¿Quien tiene el humor también tiene poder?
El humor te da la herramienta para decir lo que quieras sin que te cuestionen. Nosotros en la serie de televisión hablábamos de Fujimori pero como lo hacíamos con una naricita, era un “uy, no lo dije en verdad”, y todos nos aceptaban. El mismo año hice El cuarto de Juan, pero no sucedió lo mismo porque al no tener nariz me cayeron más de 15 juicios, demandas en el canal, quejas desde Universal Textil hasta Telefónica. Los Winter me pedían que le baje el tono al programa. Qué loco: hacíamos lo mismo, pero éramos más directos.
¿Y eso también pasa porque somos hipócritas?
No lo había pensado por ahí, pero es una buena... He dictado clases en distintos lugares y el humor es según su zona geográfica. El humor del cubano es más sensual; el huancaíno refiere mucho al campo: “parece un burro, como la vaca”; el humor del limeño es criollo, un poquito de bajarle la estima al otro, de hacer bullying.
¿Eso está bien?
Soy la persona menos indicada para juzgar.
Porque se juzga el humor de ‘El Negro Mama’ y ‘La Paisana Jacinta’.
De ellos no sé cómo es su proceso creativo.
¿Existe el humor racista?
Obvio, es uno de los que más perdura. Yo miro ahora la serie Patacláun y hay un montón de cosas que ahora no podríamos hacer. Creo que somos los humoristas que más chapas hemos puesto en el Perú. Y las chapas son bullying. Decirle ‘damajuana’ a Queca, a Monchi le decíamos vieja siempre, de Wendy nos burlábamos de su cutis porque era “cara de carapulcra”.
¿Eso no es reírse de uno mismo?
En mi nuevo espectáculo no habrá ni una sola chapa, estoy inventando un nuevo lenguaje. Saskia Bernaola destruía a Katia Palma: le decía cuerpo de parlante, y la gente lloraba de la risa. Si vuelvo con esa línea, será rechazada.
Ese humor del pasado es el éxito asegurado.
Obvio y ese es mi miedo.
¿Hay límites para el humor?
El límite te lo da el público. Y el límite te lo das tú como ser humano: ¿quieres promover el machismo? Mira, Machín Alberto le pegaba a Wendy; le decía “sit, up, sit, up”; “tengo ganas de hacer el amor”, y ella respondía: “¡ay, ya!”. Y él: “ya regreso”, y se iba con otra. La gente lo ama, pero no están escuchando bien lo que decíamos. Porque nos quieren, porque si eso lo hace Mateo Garrido Lecca, lo destruyen; pero si lo hace Machín, no pasa nada, porque ya te quieren y te perdonan. Patacláun es una de las marcas más queridas de este país.
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¿Qué posibilidades hay de reunir al Patacláun de la TV?
Cuando salga la ley del cine, saldré corriendo a proponer el proyecto de ‘Patacláun, las celebridades’ para el cine, en formato ficción. Me encantaría. Sin nariz, pero evocando la nariz permanentemente.
¿Y en el teatro?
Hay una posibilidad de juntar a Patacláun de la TV, pero no a todos. Hay posibilidad de volver con ellos al cine y al teatro.
¿Y es posible pensar en que vuelvan a la televisión con la serie de siempre?
Ellos no quieren. Dos capaz, pero los demás no, y está bien. Son ciclos que hay que dejar pasar. Estoy segura de que si volviéramos a hacer la serie no gustaría nunca tanto como en esa época. Hay que dejarla ir.
Sería como volver a juntar al Chavo del 8.
Sería muy triste.
¿Se puede comparar a Patacláun con el Chavo del 8?
¡Sí! Jimmy Arteaga cuando me buscaba para hacer televisión y yo lo choteaba en la época que hacíamos teatro, me decía: ustedes son el futuro Chavo del 8. Yo toda purista le decía que a mí no me interesaba la televisión. Alguna vez conocí a Gómez Bolaño y cuando le contaban qué era Pataclaun, él decía: “ah, es como el Chavo del 8 peruano”.
¿Serías candidata al Congreso?
Ni cagando. (Se acerca a la grabadora y lo repite): ni cagando (risas).
Mira que es importante que entren personas capaces, inteligentes, decentes.
Alguna vez me ofrecieron postularme a la alcaldía de Barranco. Me reí. Me dijeron que se habían juntado dos fuerzas políticas. Y me reí un poquito más (ríe). Por más que tengas buenas intenciones, hay un sistema que te come, te absorbe y te transforma. Yo sueño que mi amigo Salvador del Solar lo pueda hacer.
Él es presidenciable.
Totalmente, pero no sé si lo hará.
¿Le dirías que postule?
Le diría que uno tiene que ser consecuente con lo que ama, sueña y desea.
¿Confías en que lo haría bien?
Sí. Es un tipo con grandes intenciones, brillante, inteligente y capaz. Pero el poder siempre me da miedo.
Vayamos a la ficción. Si fueras candidata, ¿qué propondrías?
Trabajaría mucho la educación. Metería clown e impro en toda la educación porque mejora la capacidad de mirarse a sí mismo, hace mejores personas. En Canadá el match de improvisación es el segundo deporte nacional, y está probado que curricularmente es lo que más transforma a los seres humanos: se vuelven más demócratas.
¿El humor puede cambiar el mundo?
Sí. Yo he visto muchos chicos que el clown les transforma la vida.
¿Es cierta la frase de que al humor hay que tomarlo en serio?
Sí, claro. El entrenamiento de un humorista es como el de un deportista. Son horas de kilometraje en el escenario. Para que salga una Patricia Portocarrero, una Katia Palma, un Carlos Alcántara, una Wendy Ramos han estado en, por lo menos, 4 mil horas de improvisación. Queca se demoró tres años en construirse. Wendy en el cuarto espectáculo recién nació. Aunque Machín desde el principio fue top.
¿El humorista es valorado?
En el mundo la comedia no es valorada. En el Oscar no hay premio a la mejor comedia. Las comedias eran para el pueblo, las tragedias eran para los señores importantes. La comedia es menospreciada, pero a su vez es tan popular y querida, que tiene mucho poder.
¿Qué te arranca una risa?
La verdad. Cuando veo a una persona que de verdad se le está escapando que es un celoso, ahí lloro de la risa. Amo lo que somos como condición humana y me sorprende el tiempo que invertimos en tratar de ocultar lo que realmente somos.
¿Cómo nos damos cuenta de quiénes somos?
El clown ayuda mucho.
¿Qué te molesta?
La doble moral, el menospreciar al otro por nada, no disfrutar del éxito ajeno, el rumoreo permanente por detrás de las espaldas. Por eso hago Patacláun y por eso tiene tanto éxito. Evidenciar los defectos humanos es casi terapéutico, sana.
¿Cuáles son tus defectos?
Muchísimos. Soy obsesiva, la tensión no es mi mejor amiga, no soy buena para los secretos, mi carácter.
¿Para qué eres buena?
Para sacar el clown de la gente. Sin ser mi intención, he logrado influir positivamente en la vida de muchas personas. Creo que soy buena mamá, una mamá divertida que hace feliz a su hijo. Y creo que soy una buena amiga.
AUTOFICHA:
-“Me llamo Julia María Naters Romero, nací en Miraflores. Solo los muy amigos míos me dicen Julia. Estudié en el colegio Peruano Británico. Pasé por la Universidad de Lima año y medio para estudiar Comunicaciones y la abandoné . Gracias a Patacláun llegué a la TV”.
-“Me dediqué mucho a viajar. En cuanto a obras de teatro que he creado debo haber superado la veintena. Pero he mirado más de 3 mil obras tranquilamente. En la televisión también hice El cuarto de Juan, Mad Science, Patacomix, El Santo Convento, entre otras”.
-“Para 2020 se vienen convocatorias de cursos y en paralelo quisiera reponer el Patakultural y el Patamatch. En mayo voy a estrenar un espectáculo con tres o cinco humoristas entorno al ser ‘pata’, tengo ganas de hablar de los hombres. Hasta ahora se llamará Patapatas”.
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