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Katya Adaui: Fingir la propia vejez
"Un calco digital que podría calzar con cómo te habías imaginado en tiempo futuro."
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Compartir imágenes de tu envejecimiento prematuro y ficticio. Asustarte de los surcos nuevos, asemejarte a una juventud ya ida, permitir que tus amigos se burlen. La adjudicación de un desfasaje: la edad engañosa, falseada, imposible.
Un calco digital que podría calzar con cómo te habías imaginado en tiempo futuro. El ego divertido que contrasta y se compara, se entrega al contagio, a una idea de lo colectivo, no vayas a perderte de la ilusión de ser parte. Y quizás una negligencia si usan las imágenes que entregas de forma voluntaria, irreflexiva, para afinar programas de reconocimiento facial.
Envejecer. Pensamiento soportable en tanto aprieto un botón indoloro y me devuelvo a mi edad actual. Sin transitar la experiencia. Sin haber perdido nada. Ni salud, ni memoria. Solo he tentado y no he tenido miedo.
¿Por qué no se vuelve viral una aplicación que nos muestra de nuevo niños? Por la certeza de sí saber cómo fuimos y cómo nunca más seremos. No hay especulación. De ese pasado, algo más hondo y ominoso que unas cuantas fotos. Incluso, sin tener una sola imagen que nos retrate niños; niños solitarios, niños juguetones, nos recordamos.
Solo en los sueños o en las pesadillas podemos regresar a la propia infancia. La reescribimos, la recreamos. En los sueños nunca somos viejos.
Durante los ochenta, las películas y las series se llamaban: PÍDELE AL TIEMPO QUE VUELVA, VIAJEROS, VOLVER AL FUTURO, COCOON. Una nostalgia por transitar entre el ayer y el hoy. Pero siempre regresar al presente, al ahora seguro y conocido y saberse estar ahí. El presente era de carne y hueso.
La tecnología saltó desde entonces. Y lo que no cambió en décadas, como el televisor con perilla, evolucionó en años y en meses. O así lo experimentamos: una trepidancia para la que siempre estamos a destiempo. Conocimos la obsolescencia programada. Las cosas se hacen con tiempo limitado: deben fallar y debemos ansiarlas de nuevo.
Hay también una obsolescencia percibida. La nuestra. Tarde para nuestros deseos, tarde para asistir de una vez a todo lo que hemos postergado. Nos sentimos anacrónicos para nosotros mismos, todavía muy lejos de una vida bien vivida.
Mientras tanto, el cuerpo vive más, soporta más. Hemos prolongado nuestra cronología. Envejecemos tanto tiempo como fuimos jóvenes. Lo fugaz fue la infancia.
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