Movía la antena para mejorar la señal del televisor. Se sentaba a lado de su abuela. Estaban listos para ver en blanco y negro, y durante tres horas, Trampolín a la Fama, cuando solo había tres canales. Algún sábado de aquellos nació su curiosidad por la cultura popular, por el lado B de la historia oficial.
Años más tarde se convirtió en público del programa que conducía Augusto Ferrando. Hacía cola desde las 6 de la tarde del viernes, confundido entre las amas de casa, entre las 350 personas que asistían al canal de la calle Mariano Carranza. Esperaba toda la madrugada y, por fin, ingresaba a las 5 de la tarde.
Cuando quiso explicar que era estudiante de Antropología y que estaba en pleno trabajo de campo para su tesis, no lo comprendían del todo. Vestía polo, jean y tenía el cabello más largo que ahora. “Era como un gringo en desgracia”, recuerda. Lo fastidiaban con la Gringa Inga, uno de los personajes del programa. No participó en ningún concurso por vergüenza y temor, pese a que fue unas 100 veces a Trampolín a la Fama. “Debo haber sido el ser humano que más veces ha ido”, vuelve a recordar sobre la última etapa del histórico programa.
Alexander Huerta-Mercado hoy no solo es antropólogo, sino también catedrático y autor de libros. El más reciente de ellos es Derramaba lisura. Frases célebres de la cultura popular para entender el Perú (Planeta, 2024). Será presentado el 4 de agosto, 5 p.m., en la Feria Internacional del Libro de Lima, en el auditorio Laura Riesco.
Tal vez la primera frase popular que conoció fue una de Ferrando, la que dice “un comercial y regreso”.
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En el libro resaltas el poder del lenguaje. ¿Qué tan poderoso es y no lo sabemos?
El lenguaje crea nuestra realidad. Es una cosa alucinante. El lenguaje es creado por el pensamiento, pero gracias al lenguaje modificamos el pensamiento. Y en el Perú creamos lenguajes (estira la s), ¡Dios mío! Y ese lenguaje tiene mucho que ver con la comida. Porque “me das palta”, “estoy bien piña”.
El “ay qué rico”.
Y todo eso es “bien yuca”, ¿no? (sonríe). El lenguaje nos hace cómplices. Las palabras tienen vida. Y en Perú la palabra oral tiene mucho poder, porque somos una tradición oral.
Y muy vinculada a la gastronomía. ¿Ese podría ser un rasgo distintivo del uso del lenguaje en el Perú?
En Perú tenemos poquísimos acuerdos sociales, no somos un país, somos un pequeño continente. Y tal vez lo que más nos une gloriosamente es la cocina, la ilusión de que somos los mejores del mundo... Que es no ilusión, es verdad.
El libro comienza con la frase de Susy Díaz: “Vive la vida y no dejes que la vida te viva”. ¿El Perú ha vivido en modo Susy Díaz?
Sí, en la república, porque vivimos marcados por la incertidumbre, como actualmente que no sabemos si tenemos gobierno o no.
Después de la independencia entramos en un caos absoluto.
Yo diría los primeros 200 años. Se ha preferido sacrificar democracia por orden. Esta incertidumbre hace que no tengamos una cultura del mañana, es el aquí y el ahora.
Vivimos una cultura medio zen de “un día a la vez”.
Una cosa es la filosofía oriental que te dice que “solo existe el presente”, pero la nuestra es “a gozar, a gozar que el mundo se va a acabar”. Es una cuestión más desesperada por sacarle el jugo a la vida.
Entonces, ¿qué hacemos?
Somos una cultura intensa. Siempre nos quejamos de lo malo que somos, pero Sofocleto decía: “El Perú es una pesadilla, pronto despertaremos y descubriremos que éramos suizos”. Somos intensos en el sentido de que somos una cultura del abrazo, de la familia, de los amigos, del cebiche, del horror al vacío, de vivir el amor muy intensamente, de besarnos, de emoticones por todos lados, colores por todos lados. Y es algo que se extraña cuando estás fuera del país.
Parte de esa intensidad es la frase de Tongo: “Sufre, peruano, sufre, si tú quieres progresar”, en el sentido de trabajar sin desmayo para lograr el éxito.
Ha habido toda una corriente en los últimos tiempos sobre este emprendedurismo, que es parte de la modernidad que nos cayó. No en vano una cultura andina se forjó en uno de los ecosistemas más difíciles del planeta. Creo yo que gran parte de la cultura andina no está en los museos, sino que está todavía en el día a día. Sin embargo, creo que el liberalismo moderno, la inserción del Perú en el mercado, ha sido como meter un masmelo en una alcancía, a la fuerza; y de los últimos tiempos no me gusta mucho esta idea del emprendedurismo, eso de ponerse la camiseta, porque ha sido incluso una forma de explotación laboral.
Otro capítulo lo dedicas a la frase “aló, hermanito”, del exjuez César Hinostroza, y ahí indicas que hay un tono familiar en la corrupción. ¿La corrupción empieza en la familia?
(Ríe). No… Venimos de sociedades que no tenían dinero sino otro tipo de riqueza, que eran las relaciones. Los humanos hemos creado una ficción que es la familia. Pero en el mundo andino, amazónico y costero prehispánico se creó una familia extensa que garantizaba que se podía cuidar a los ancianos y a los bebés, y se podía heredar la tierra y se podía hacer alianzas para trabajar agrícolamente; y eso hasta el día de hoy y con la migración funcionó muy bien con las empresas en Gamarra. Entonces, si te casas con peruanas o peruanos te casas con toda la familia. Ahora bien, cuando esas alianzas, esa tendencia a la familiaridad se mezclan con el tipo de relaciones que busca la modernidad que es la meritocracia, hay un cortocircuito, corrupción.
Entonces, estamos complicados porque esa ‘tradición familiar’ está instalada en nuestra cultura.
Por un lado, es bueno que en el Perú tengamos el concepto de familia como algo muy bien establecido, y cuando sentimos que alguien en nuestra familia está en problemas, queramos ayudarlo. Por otro lado, hay cosas que la cultura debe cambiar.
¿Podremos cambiar?
Claro que sí. Antes había chistes racistas y cada cierto tiempo en la televisión aparecen grupos que antes no tenían voz, que ahora pueden quejarse, y han obligado a los comediantes a autorregularse. Antes podía haber chistes que podían ser ofensivos para grupos neuro-diversos, y ahora esos grupos tienen voz. Antes creo que el machismo estaba más presente en los medios de comunicación, ahora hay más conciencia.
¿Esa autorregulación ocurre en las redes sociales, en los creadores de contenido, en los podcasts? ¿Hablando Huevadas no serían como los nuevo Trampolín a la Fama?
Estamos encontrando nuevos desafíos. Es un tema que podríamos discutir. Ahora bien, las redes tienen mayor participación de las personas, pero también generan una ilusión de poder que a lo mejor no tenemos. Se ha perdido la noción de diálogo porque más pareciera en las redes que se escucha para responder, que para comprender.
Otro capítulo del libro es sobre “¡que pase el desgraciado!”, que acuñó Laura Bozzo. ¿Hoy esa frase se podría haber actualizado en el apedreamiento público en las redes sociales?
Claro, la idea es el castigo. Antes el castigado era exhibido e incluso se le colgaba.
Como el caso de los hermanos Gutiérrez en la Plaza de Armas.
O a veces se les azotaba delante de todos. Se supone que hoy se encierra, pero las redes los exhiben para humillarlos. El castigo sería la humillación pública. La 'funa' constituye la idea de “ataco a alguien”; y ahora es más fácil generar, por miedo al qué dirán, que yo me una a los que atacan. Y eso lo uno con otra frase: “¡Ampay!”: lo que más tememos es la humillación, la vigilancia social. Nos portamos bien por el miedo al qué dirán. La mayor vigilancia ya no es el gran ojo de Orwell en 1984 sino todos nosotros: nos vigilamos entre nosotros. Entonces, vivimos en un mundo de terror, porque todos nos estamos vigilando y todos tenemos miedo al qué dirán. También da miedo defender, porque comienzan a atacarte si tú defiendes. Es más fácil conseguir el efecto borreguismo, porque la estructura de internet es a o b, sí o no, no hay diálogo.
Nuevamente: ¿qué hacer?
Retomar el diálogo. Internet es una plantilla, nada más. O sea, es una ilusión de poder. Y creo que los jóvenes se están dando cuenta de que no hay nada mejor que la realidad. Cada uno de nosotros tiene una historia; hay que aprender a escuchar para entender y no tanto para responder. Hay mucho miedo a la 'funa', a esa vigilancia, nos hemos convertido en vigilantes.
También le dedicas un texto al “¡no vayan!” de Melcochita, que —como se dice hoy— es disruptor.
Es el efecto contradicción, de una psicología inversa. Y él lo que me decía es sobre el ritmo (a la hora de decirlo), que rompía con lo normal. Y eso nos falta en el Perú, ser un poco más trasgresores con cosas positivas, porque somos conservadores. Tal vez esta idea del “¡no vayan!” es una forma de decir seamos un poco más libres de vivir y expresarnos de manera más lúdica, juguemos y volvamos a ser niños.
¿Qué decirle al Perú en este aniversario patrio?
“¡No vayan!” (risas)… Seamos nosotros mismos, todavía hay mucho racismo, mucho machismo, mucha homofobia, descolonicémonos un poco, seamos más libres. No tengamos miedo a mostrar nuestra vulnerabilidad.
¿A qué frase popular siempre vuelves?
Me gusta “vive la vida y no dejes que la vida te viva”, porque creo que un hoy bien vivido es un excelente futuro.
AUTOFICHA:
-“Soy Víctor Alexander Huerta-Mercado Tenorio. Soy antropólogo PUCP. Tengo 55 años. Nací en Lima. En el año 86 ingresé a estudiar Antropología. No sabía qué hacer, no había futuro, pero tenía ansiedad de entender las cosas; y dando tumbos, uno llega lleno de dudas”.
-“Hice la maestría y doctorado afuera, en Nueva York. He sido nombrado decano interino de Letras PUCP. En la Católica enseño todo lo que sea antropología: en Artes Escénicas, en Artes Plásticas, en Antropología y en Estudios Generales. Escribo otro libro sobre humor”.
-“También planeo hacer otro libro sobre cultura japonesa pop, tipo anime, manga en Perú. Otro proyecto sobre lucha libre peruana. Y otro libro sobre relaciones animales y personas en el Perú. Quiero entender a la sociedad peruana, quiero entendernos. He sido entrenado para entender tribus”.
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