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Leonardo Padura: “He escrito por miedo y he publicado para imponerme a mis miedos”

El escritor cubano Leonardo Padura, uno de los más relevantes de la literatura contemporánea, volvió a Lima y Perú21 lo entrevistó.

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Fecha Actualización
No sabía que iba a estudiar Literatura. No creía que poseía ese talento. Ser jugador de béisbol era su única opción deseable y probable. Pero el destino le tenía preparados unos 30 libros por publicar, el Premio Princesa de Asturias 2015 y ser el autor de 'El hombre que amaba a los perros' (Tusquets Editores/Planeta), una obra monumental.
El autor cubano volvió a Lima el último fin de semana. Lo hizo para ser parte del cierre de la Feria Internacional del Libro. El Perú ocupa un lugar especial en su obra, porque en la segunda mitad de los años 70, cuando estudiaba en la universidad, hizo un trabajo de fin de curso sobre el Inca Garcilaso y los 'Comentarios reales', que luego se convirtió en la tesis de grado y, finalmente, en su primer libro, bajo el título de 'Con la espada y con la pluma', que data de 1984.
Leonardo de la Caridad Padura Fuentes nació en el barrio de Mantilla, a 15 minutos del Centro de La Habana. En la cuna que lo esperaba al nacer había una pelota de béisbol, una Virgen de la Caridad del Cobre y, debajo, un perro. Ocurrió en la casa de ladrillos que sus padres construyeron un año antes de su nacimiento, donde hasta ahora vive con su madre, de 91 años de edad.
Siempre ha sido el hijo de Nardo y Alicia. Así lo llaman en el barrio. Su padre ha muerto, pero sigue siendo el hijo de Nardo y Alicia. “Cuando muera mi mamá, (se detiene y piensa), eh, no sé, será difícil...”, intenta explicarlo. Insisto: ¿por qué? “Mientras sea el hijo de alguien, voy a ser joven. El día en que no sea el hijo de alguien, empezaré a ser un viejo de mierda”, responde el hombre de barba blanca y gorra negra. El hombre que escribe con la mano izquierda.
-El hombre que amaba a los perros cumple 10 años. ¿Cuál fue la necesidad de escribirlo?
Quería intentar superar una ignorancia: ¿quién era León Trotski? En Cuba era un desconocido, estaba tan estigmatizado como en la Unión Soviética de la época de Stalin o Breznev. Era un personaje que había tenido un papel histórico y que luego había sido borrado de la historia. Otro factor fue cuando descubrí que su asesino, Ramón Mercader, había vivido los cuatro años finales de su vida en Cuba. Kapuscinski, el gran periodista polaco, decía que en los años ochenta creíamos que conocíamos toda la historia de la Unión Soviética. Pero en los años noventa descubrimos que conocíamos solo el 10%, que el 90% estaba oculto y se empezaba a conocer; que casi cada hora sabíamos algo nuevo sobre lo que había sido la historia de la Unión Soviética. Eso fue un impacto tremendo para el mundo, pero te podrás imaginar cómo fue para alguien que vivía en un país socialista como Cuba, donde la visión de la Unión Soviética era siempre heroica e idealizada.
-¿Pero hubo algo específico que gatilló su interés por contar esta historia?
El asesinato. El hecho de que en 1989, mucho antes de que pensara que podía escribir esta novela, estuve en la casa de Trotski, en México. Fue una conmoción ver el lugar donde había sido asesinado y de la manera en que había sido asesinado. Ahí cayó la primera semilla en una tierra que no sabía lo que estaba recibiendo pero que, al final, fructificó.
-En el 74, cuando Ramón Mercader llegó a Cuba, usted tenía 19 años. ¿En ese momento qué pensaba de lo que estaba pasando en el mundo?
Teníamos una visión muy optimista. En el mundo del año 74, la victoria universal del socialismo era algo que parecía que iba a llegar.
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-¿Usted creía en la revolución?
Vivía como un joven cubano normal en un país que nuestra normalidad era esa. Con 15 años estaba en un campo cortando caña, haciendo lo que debía hacer. Teníamos un propósito muy extendido: queríamos ser mejores y había un país que nos daba la posibilidad de ser mejores. Mi generación es la primera que acude masivamente a la universidad. Pero fíjate que los años setenta fue un periodo bastante oscuro para la cultura cubana, lo que se llamó el decenio negro, cuando se margina a toda una serie de intelectuales. Ocurría y nosotros no nos enteramos de qué ocurría. Pero cuando cae el Muro de Berlín y se desintegra la Unión Soviética, viene un gran desencanto y una gran incertidumbre por lo que puede ser el mundo.
-En esos años, su familia pasó de un estado mediano burgués al proletariado. De padre masón y madre católica, ellos habían sentido el impacto de la revolución. Pese a eso, ¿había optimismo?
Sí. Éramos de una pequeña clase media, teníamos una buena casa, un automóvil, podíamos salir a comer a un restaurante. Llega la revolución y cambian muchas cosas. Mi padre perdió su negocio por cuestiones familiares y trabajó muchos años en el mundo del transporte urbano, como cobrador, chofer, inspector. Mi madre tenía un pequeño negocio de peluquería, que en ese momento era clandestino, porque en el año 68 se eliminaron todos los comercios privados. Me críe en ese mundo. Fue una experiencia que agradezco, porque me enseñó algunos de los principios más importantes de mi vida: la solidaridad, la amistad, protegernos unos a otros, sentir que de verdad éramos muy iguales y que el ser mejores dependía exclusivamente del esfuerzo de cada uno, porque los medios para lograrlo el Estado te los brindaba. Todavía hoy mis amigos que viven en Cuba, Miami, España o en Francia son ingenieros, arquitectos, médicos, geólogos, cibernéticos, biólogos.
-¿Y usted qué quería ser?
Jugador de béisbol. Cuando me di cuenta de que no tenía condiciones, pensé en ser periodista deportivo. Pero alguien decidió que en Cuba existían suficientes periodistas y el año que terminé el pre universitario, no abrió la escuela de periodismo. Me terminé matriculando en Historia del arte. Cuando llegué, me dijeron: es que este año también está cerrada Historia del arte. Y por eso acabo estudiando Literatura. Fue la construcción de un destino para que yo, que nunca imaginé que fuera a ser escritor, terminara estudiando Literatura.
-¿Pensó que podía hacerlo?
No consideraba que tuviera imaginación suficiente para escribir literatura. Iba a estudiar por estudiar, porque me gustaba leer.
-¿Y cómo llegó el talento?
Todo se fue desarrollando de una manera no prevista. Yo era buen estudiante. Pero, sobre todo, ahí empezó algo que creo que me ha definido hasta ahora: mi empecinamiento y mi disciplina. Mientras muchos de mis compañeros hacían cualquier cosa, yo empecé a trabajar, escribir, me hice periodista, llegué a ser en los ochenta un periodista referencia en Cuba.
-¿Pasó por lo mismo que vivió Iván, el aspirante a escritor en El hombre que amaba los perros?
Afortunadamente, no (sonríe). Pero pude haber pasado por lo mismo. Él tuvo un destino trágico y yo un destino que podría calificar, sin que esto sea una muestra de vanidad, de maravilloso. En 1989, empecé a escribir la primera novela del personaje de Mario Conde y hoy se está haciendo una reedición para quioscos en Italia, la edición diez en ese país, de cien mil ejemplares. Años más tarde obtuve el Premio Princesa de Asturias, dos doctorados honoris causa, ocho premios de la crítica, reconocimientos en todo el mundo, traducciones a 30 idiomas. Si a ese escritor de 1989 le hubieras dicho que iba a pasar todo eso, te hubiera dicho que estás delirando. Pero me pasó y creo que se lo debo a mi empecinamiento y disciplina.
-¿Empecinamiento por qué?
En los momentos en que mucha gente de mi generación se derrumbó en los años 90, varios amigos se alcoholizaron, y yo dije: para no volverme loco, lo único que puedo hacer es escribir como un loco. En esos años noventa escribía las primeras novelas de Mario Conde, mi ensayo sobre Carpentier, mi segundo libro de cuentos, preparé varias antologías, hice guiones para el cine, trabajé, trabajé, trabajé. Y hay un elemento que ha sido importante en todo este proceso: he tenido una vida muy estable. Primero me la garantizaron mis padres, y después, mi mujer. El hecho de haber comenzado una relación con Lucía, en 1978, cuando todavía estábamos estudiando los dos en la universidad, y haber encontrado en ella la compañera que me ha apoyado en todo, ha sido fundamental. Ahora mismo estoy trabajando una novela, que espero publicar el año que viene, y hace un mes terminé una versión. Se la di a leer a Lucía y la lectura que hizo fue... Coño, si yo no la tuviera, sería otro escritor. Lucía es la persona que sin ningún temor me dice: “El capítulo 8 completo es una mierda. Tienes que escribirlo completo porque eso no tiene salvación”.
-¿Y eso es amor?
Eso es crueldad (ríe a carcajadas), pero por amor.
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Uno de los momentos claves de El hombre que amaba a los perros es cuando al dirigente Bujarin, enviado de Stalin, le dicen que se quede en Europa, que no vuelva a la Unión Soviética y él responde que debe regresar, pero que lo hace por miedo. ¿Qué tan grande es el miedo, Leonardo?
El miedo es uno de los temas de mi literatura. En esta novela que estoy escribiendo tengo personajes que se van de Cuba por miedo. No solo hablamos de miedos políticos, aunque el miedo político es muy sórdido, porque es el miedo al poder y los poderes pueden ser muy feroces cuando te consideran que eres prescindible, enemigo o peligroso. En La novela de mi vida, que después tomo una parte y hago el guion para la película Regreso a Ítaca, el miedo es fundamental. En El hombre... el miedo mueve a muchos personajes. El miedo que tanto lacera a la persona que lo sufre, también afecta, de alguna manera, la humanidad de la persona que lo provoca. El miedo es una relación de poder donde el otro está en desventaja. Puede ocurrir desde un padre con un hijo, en una pareja, en un contexto social o viviendo en un sistema.
¿Qué hizo por miedo?
(Se queda en silencio y piensa su respuesta). He escrito por miedo y lo que he publicado es porque he decidido imponerme a mis miedos. No soy valiente, pero lo único que trato de hacer es no dejarme vencer por ningún miedo.
-Parafraseando un pasaje del libro, ¿es posible pensar en “revoluciones verdaderas”?
Yo creo que sí. Hay revoluciones que han cambiado el curso de la historia. Cuba es uno de los casos. A la revolución cubana la podrás acusar de ser mejor o peor, puedes estar más de acuerdo o menos de acuerdo, decir que ha tenido más errores y menos aciertos, pero no puedes negar que ha sido una revolución.
-¿Cuál ha sido su revolución?
(Tarda algunos segundos en responder). Nunca lo he pensado en esos términos. Yo he vivido en Cuba como un cubano, como una persona que he tenido posibilidades de realización personal muy peculiares, porque no me he realizado económicamente ni políticamente ni por un ascenso profesional sino como escritor, en la cual el éxito es una cosa tan improbable. Si piensas escribir para ser exitoso, lo mejor que puedes hacer es dejar de escribir, porque empezarías a prostituirte, en el sentido de que buscar el éxito no es el fin de la literatura. El fin de la literatura es expresar lo que tienes adentro, comunicárselo a otras personas y tratar de hacer pensar a los otros, a la vez que piensas tú. Creo que mi revolución ha sido vivir en un país que me ha dado suficiente material para poder haber escrito unos 30 libros y poder haber hablado de una realidad tan peculiar, como es la cubana, con códigos tan especiales, tan propios que a la vez me han servido para expresar determinadas constantes de la condición humana, como el miedo.
-¿Llegar casi por accidente para estudiar Literatura, hacerlo rodeado de jóvenes que quizás tenían claro que querían ser escritores y enfrentarse a todo ello no fue su primera revolución?
Ahí pasó una cosa muy importante. Llego a la universidad, a un grupo de estudiantes que ya querían estudiar Literatura. Yo no sabía que iba a estudiar literatura. Y llegué con una enorme desventaja con respecto a muchos de ellos. Casi todos habían leído Cien años de soledad, Rayuela y La ciudad y los perros. Yo había estado jugando béisbol mientras tanto. En los cinco años de universidad tuve que hacer dos carreras: la académica y la carrera de la lectura. Y una cosa que me ayudó fue haber jugado béisbol. Hay un término que últimamente está un poco devaluado y se le considera peyorativo: ser competitivo. El béisbol me enseñó a ser competitivo: coño, si otros pueden, yo tengo que poder también.
-¿La literatura es una competencia?
No. Pero el acto de escribir sí es competitivo. Hemingway decía que hay que competir con los muertos. Y yo creo que sí, hay que derrotar a los que están detrás, pero tienes que vencerte a ti mismo.
-¿Ha sido difícil vencer a Leonardo Padura?
Cada vez es más difícil y, sobre todo, después de escribir la novela que se llamaba El hombre que amaba a los perros, que ha tenido más de 100 ediciones en español, que ha ganado no sé cuántos premios, que me ha significado una visibilidad. Pero sigo retándome en cada libro que escribo.
-En El hombre que amaba a los perros hay una carga política. Pero usted ha dicho que hacer política desde la literatura es un error.
Es una mala relación en sentido general, sobre todo cuando utilizas la literatura con fines políticos. La política es parte de la vida y en una novela como El hombre que amaba a los perros la política no podía dejar de estar, porque estamos hablando de un personaje como Trotski.
-Y donde el autor dispara frases fuertes contra el estalinismo.
Pero no puedes utilizar la literatura como un documento político y la literatura está para cosas mucho más profundas que lo meramente político.
Señala que en los setenta, en Cuba, se vivía en una “vigilancia revolucionaria”. ¿Hoy cómo se vive?
De una manera mucho más abierta. Los espacios de expresión han crecido, pero no son todo lo amplios que deberían.
-¿Hacia dónde camina Cuba?
Esa es la pregunta que si me ayudaras a entenderla, te lo agradecería eternamente. No lo sabemos. Tengo más preguntas que posibles respuestas.
-¿Qué le preguntaría a León Trotski?
¿Te mataron o te dejaste matar? Siempre me ha parecido que Trotski estaba en un nivel de agotamiento emocional y político que él sabía que si Stalin lo mataba, lo hacía inmortal, pero que si se moría en una cama, desaparecía.
-En el libro deja notar que, desde su exilio, Trotski caminó hacia su muerte.
Sí, yo creo que, de alguna forma, dejó que lo mataran y era parte de su martirologio. Era un revolucionario profesional.
-¿El estalinismo está vivo?
Yo creo que no, pero tampoco está muerto (risas).
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AUTOFICHA:

- “Soy Leonardo de la Caridad Padura Fuentes. Mi padre y mi madre eran devotos de la Virgen de la Caridad del Cobre. Yo no soy religioso, pero soy un gran admirador de lo que significa cultural y espiritualmente la Virgen de la Caridad. Considero que es una de las representaciones de Cuba”.

- “Nací en 1955, cumplo 64 años en octubre. También cuido mis plantas de plátano y mango, y hago ejercicios. Soy un hombre que ama a los perros, aunque no tenga uno. En la cuna donde llegué tras nacer había una pelota de béisbol, una Virgen de la Caridad y, debajo, un perro”.

- “Mi próximo libro se llamará Los fragmentos del imán, es sobre la dispersión de los cubanos de mi generación por el mundo. Es una novela con una estructura difícil. Ocurre en La Habana, Miami, Washington, Madrid, Barcelona, Toulouse. Tiene varios personajes y muchos escenarios que debo describirlos”.