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Lorenzo
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Escóndete, escóndete, dice.
Detrás del árbol cuenta impares. Uno, tres, cinco, siete. Todos los números que conoce. Apenas se cubre los ojos, me espía. Sin trampa, le digo. No, no, no, trampa no. Ríe. Corre hacia mí, tengo medio cuerpo detrás de una palmera. El juego es verlo todo, que yo no desaparezca. Otra vez. Las repeticiones. Ahora te toca esconderte a ti, le digo. No quiere. Cuenta. Corro más lejos. Se asegura, ve dónde, se asoma y resplandece.
Los próximos dos o tres meses estaremos separados. Vivo afuera. Solo hemos coincidido cinco largos meses. Lo cargué cuando nació. Yo me sentí la recién llegada. Cada reencuentro, un asombro. Él me observa, desconfiado, le doy su espacio, aceptarme de vuelta.
Nuevos gestos, una personalidad con puntos de apoyo, se aplaca, conquista. Tan pequeño y enojado. Tan pequeño y carcajada y fragilidad. Autoritario y cálido.
Cómo protegerlo. Todo le duele, todo irá a dolerle. Cómo amortiguar.
Voy conociendo sus obsesiones. Durante el sueño se despierta emocionado por los ruidos. Es la policía, dice. ¡Los bomberos, son los bomberos!, y busca de inmediato su camión rojo y despliega la escalera telescópica, hace avanzar grada a grada a un perrito de plástico. Uno, tres, cinco, diez. Sube. Fuego, arriba, le dice al perro.
Desde su triciclo, señala patrulleros, grúas, volquetes, los persigue por la vereda hasta que lo dejan atrás. Trata de identificarlos. ¿Los verá como juguetes fuera de escala?
Va coleccionando. Acopia. Es un recolector selectivo, con esa curiosidad indescifrable, proclive a lo impoluto y al embadurnamiento. ¿Qué es eso?, muéstrame. Todavía no pregunta cómo funcionan las cosas. Muéstrame, muéstrame. Está en el breve universo del qué y no del por qué. Se relaciona con las cosas sintiéndose parte. Inventa palabras o pronuncia mal algunas. Ni se me ocurre corregirlo. El lenguaje renace en la boca de los niños.
Está esperando en el borde de la piscina. No hay otros bañistas. No supe cómo inflar los flotadores de los brazos. Lánzate, lánzate, le digo. Sé nadar. En el agua calma, se acurruca un segundo. No me hundas la cabeza. Jamás, le prometo.
Yo le escribo a mi sobrino aunque no sepa leer.
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