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Maria Almenara: “El postre es para compartir, para alegrar los corazones”
Una historia que empezó en la infancia, preparando dulces en casa al lado de su madre, invitando queques en el colegio. Maria Almenara tiene 11 tiendas y cuatro por abrir. Perú21 la entrevistó.
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Fecha Actualización
Todo empezó en un campamento petrolero. Talara. Su padre era ingeniero y la familia Almenara se mudó al norte. Después del colegio, su madre la esperaba para preparar un postre. No era una obligación, se volvió una tradición. Queque de piña, torta de chocolate, queques marmoleados. Era la ilusión de llegar a la casa para ver qué postre se hacía esa tarde. El momento feliz del día.
La curiosidad por saber cómo quedaba un postre se transformó en un emprendimiento escolar de secundaria. “Véndeme”, le pedían cuando llevaba para invitar y ya no le quedaban más tortas. “Será pues”, pensó. En casa le daban un sol de propina, pero de una torta salían 24 porciones. Empezó a vender a un sol cada porción. “Me sentía millonaria”, me dice. En el recreo le tocaban la ventana del salón. “Yo, yo, yo”, pedían. Luego fueron dos tortas. 48 soles. Cada viernes, su madre la acompañaba al banco para depositar aquellas ganancias. Con todo lo ahorrado en secundaria y tiempo después de salir del colegio, se compró un primer horno en Lima para empezar Maria Almenara, entrañable espacio que lleva su nombre y que lidera junto a su esposo Carlos Armando de la Flor, donde se crean tortas de chocolate, alfajores, bruselinas, cheesecakes y más, y que este año obtuvo el Premio Summum en la categoría Mejor Pastelería. Delicias que hoy se exhiben en 11 tiendas y pronto en cuatro más.
“Todo el día como dulces”, me dice y aclara que también corre y toma agua. “Hasta el desayuno todo bien y de ahí empiezo: todo el día dulce, dulce”, agrega y desliza una sonrisa culpable. ¿Lo hace obligada por el trabajo? No. “Yo digo que sí, pero en realidad no. Es porque me encanta”, dice y otra vez una dulce sonrisa.
-¿Dónde se aprende esa calidez y detalle que le imprimes a los postres?
El cariño que me transmitía mi mamá provocaba hacer detalles en las preparaciones; ella siempre ha sido súper cariñosa con todos y, en especial, conmigo.
-¿Te decía algo?
Ya de más grande, cuando empecé mi negocio. Como yo quería hacer todo y no dormía, a veces me frustraba porque no me salía bien algo y ella me decía “tranquila, para todo hay solución”. Siempre ha sido positiva y hasta hoy es igualita. Siempre he practicado la ley de la atracción: atraes lo que quieras.
-¿Un postre te ayuda a pensar en positivo?
Así como salgo a correr todos los días para relajarme, me relaja hacer un postre. Me encanta ver la cara de mi hijo de 4 años cuando le digo para hacer un postre y él corre, saca su banquito y empieza.
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-¿Llegaste de Talara con la idea de poner la pastelería?
Quería estudiar repostería, pero en esa época estudiar pastelería era como estudiar arte. Justo mi prima me dijo para estudiar Publicidad. “Será”, dije. Estudié y entré a trabajar a un canal de TV; en esa época las prácticas eran ir a sacar fotocopia y batir el café, y eso que me pagaban súper bien. Duré batiendo cafés un mes y medio (ríe). Estaba aburrida y retomé las tortas. Como todas mis amigas publicistas estaban en agencias o en empresas como Ebel, empecé a vender ahí. Una amiga me hizo mi primer logo con mi nombre. Vendía brownies, alfajores. Iba en bicicleta con mis dos bolsas y los dulcecitos calientitos. En plata sacaba 500 a 600 soles al día. Pero todo lo fiaba (ríe), cuando volvía ya ni existía la persona y tenía una deuda amplia, o me decían que ya me habían pagado. En realidad, no me molestaba. “Al menos dime que te gustó y ya, pagado”, decía. Nunca he sido pegada al número, más he sido emocional. Además, todo el mundo empezó a hacer postres y ya no dejaban entrar tan fácil a las empresas. Ahí pensé que necesitaba un lugar. Mi esposo, que es administrador y que aún no era mi esposo, me dijo que alquile un departamento que se había desocupado en el edificio donde yo vivía. Lo amoblamos como si fuera un taller de producción y compré mi primer horno con ese guardadito que tenía desde el colegio. Entonces, necesitaba buscar una cafetería donde pueda dejar mis productos. Yo pensaba que eso sería un sueño. Hasta que un día me llamaron de una importante cafetería, que habían probado mis brownies y les había encantado. Querían visitar mi planta. Pero solo tenía un departamento de 60 metros (ríe). Fueron de las áreas de calidad, compras, marketing, etc., ni entrábamos (ríe). Me pidieron muestras, las hice y las aprobaron. Hasta que un día llegaron de la municipalidad para clausurar el lugar.
-Alguien ‘te tiró dedo’.
Las vecinas venían con pancartas: “Aquí no se trabaja”. En ese momento las odié, pero ahora pienso que tenían razón. Y al final me hicieron un favor, porque ese día tuve que salir y nos mudamos a una casa del papá de mi esposo. Como tenía mi ahorradito, pude tener un lugar en Chorrillos y arreglarlo para hacer la producción. Con esa cafetería que trabajé me dieron más productos, me enseñaron toda la parte del back, como la calidad y los procesos; fue una buena escuela para crecer.
-¿Y en qué momento nace la pastelería física?
También me gusta que la gente me diga “qué rico tu producto”. Sentía que necesitaba conectarme con mis clientes. Dentro de las cosas que había puesto en mi corcho era tener una tienda. Así alquilamos este lugar (Av. La Mar 698, Miraflores), pero nos demoramos como dos años construirlo, también porque tenía trabajo con la cafetería.
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-¿Por qué tuviste éxito?
Trato de hacer productos clásicos para despertar la nostalgia y trato de cuidar la frescura de los productos. Me encanta lo que hago. El postre es para compartir, para alegrar los corazones.
-¿Qué más había en el corcho?
Una foto de cómo me gustaría que sea mi tienda. El carro que me gustaría (ríe). Tu hijo, tu hija. Un collage de todo lo que me gustaría. Los sueños.
AUTOFICHA:
- “Soy de cábalas: las uñas rojas; un perfume específico desde hace 15 años; si un día no me va bien, no me vuelvo a poner el mismo polo. Mis amigas me dicen: “Sábado y domingo tienes que ir a las tiendas, pobrecita”. Pero yo soy feliz, me encanta venir a las tiendas”.
- “Cuando entro a los comités me pongo mis audífonos imaginarios en el momento que empiezan a hablar de las ventas. O trato de llegar tarde para no escuchar esa parte. No sé ni quiero saber cuánto facturamos. Mi esposo se pasa de vueltas, le parece raro”.
- “Si me comienzas a meter presión de que hay que vender, ya no funciono, me apago. Por eso, el complemento con mi esposo es súper, porque él ve la parte dura y yo veo la parte divertida. Si me dices que debo vender 10 mil soles, ya me estresé, ya no quiero nada. Pero sí me gustaría abrir fuera del Perú”.
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