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Renato Cisneros: “Cuando mi hija dice que soy escritor recién me lo creo”

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Fecha Actualización
Luego de publicar La distancia que nos separa (Planeta, 2015), algo sucumbió en la vida de Renato. Hurgar y escribir con una honestidad conmovedora sobre el pasado de su padre, un militar estricto, infranqueable y admirador de dictadores asesinos, no solo le permitió alcanzar la notoriedad suficiente para dedicarse a la escritura y recolectar elogiosas críticas. También hizo algo mejor: permitirle “descrifrar el enigma de mi padre antes de convertirme en padre”.
Hoy Renato ya es padre. Lo es de Julieta y juntos están descubriendo el mundo. Para sortear los vaivenes propios del matrimonio y la paternidad, ha escrito Algún día te mostraré el desierto (Alfaguara, 2019), un libro que no solo es el diario de un atolondrado padre, también es la promesa de una cita futura con su hija. Desde el bar Ardoka en Madrid, Renato responde la llamada a través de Whatsapp. Su fotografía de perfil es el pie derecho de Julieta.
-Has pasado del hijo que busca al padre, al padre que trata de entender el universo del hijo. ¿Cuándo decides escribir sobre la paternidad?
Al poco tiempo de enterarme de que iba a convertirme en padre. Ocurrió en Cracovia, luego de conocer un campo de concentración nazi. Me pareció potente la paradoja de los mensajes de la muerte con los de la vida. Sentí que ahí se activaba una grieta a través de la cual se podía escribir algo que no tenía la finalidad de ser un libro, pero sí la de convertirse en un diálogo conmigo mismo.
-¿Quién eras antes de la llegada de Julieta?
Empezaste la conversación aludiendo al libro sobre mi padre y así como uno no es el mismo después de hacer una investigación sobre su padre muerto –porque es el territorio de la ausencia del hombre más importante de tu biografía–, también hay un territorio lleno de incertidumbre en cuanto al hijo por venir. Es una criatura que, como el padre muerto, no está en este mundo, pero opera sobre tu psicología. Entre el hombre anterior y el nuevo hay un abismo de diferencias. De hecho, la crisis que se genera luego del nacimiento es el punto de choque entre dos sujetos: el escritor que no quiere renunciar al mundo que ha diseñado y el hombre que tiene que encargarse de una vida además de la suya.
-¿De qué te has desecho?
La literatura sigue siendo mi vocación, pero no tiene ningún punto de comparación con la paternidad. Preferiría pasar una tarde con mi hija que escribiendo. Yo soy un sujeto que siempre he sido muy solitario, introspectivo, lleno de manías, neurótico, y entonces un hijo es una vida que se impone con una serie de desórdenes que tú no puedes controlar. . Eso me ha obligado a poner en un segundo plano todo lo que para mi era gravitante o lo que yo creía que y trascendental: mi oficio, el periodismo, algunos de mis afectos. Hoy todo lo miro a partir de las necesidades que tiene mi hija y mi mundo se construye inmediatamente después de eso.
-En el libro cuentas que la autonomía está sobrevalorada. ¿Cómo fue ese cambio de pensamiento?
De joven uno tiene idealizado conceptos como ‘amor verdadero’, ‘libertad’ o ‘autonomía’ pero cuando empiezas a conocer los detalles de la complejidad de la vida adulta te das cuenta que todo se reduce a tener un poco de armonía y nada más. Hoy me basta con eso. Cuando tenía menos responsabilidades no sé si era una mejor persona.
-Pero esa autonomía un deseo que aparece de forma recurrente.
Definitivamente. Un artista que está vinculado a las labores creativas es alguien que está incómodo permanentemente. Así como ahora te digo estas cosas, hay una parte de mi que aspira a lograr conquistar cosas que ahora no tengo. Quizás encontrar una dinámica de escritura más intensa, como cuando escribí La distancia que nos separas o Dejarás la tierra.
-Te preocupaba el mundo que encontraría Julieta al nacer. Finalmente, ¿qué encontró?
Es una preocupación importante porque el libro más allá de una crisis matrimonial, más allá de las inquisiciones de un tipo de 40 años que teme perder lo poco que ha ganado, es un libro que trata sobre la masculinidad. Sobre cómo uno, llegado el momento, contrasta todo lo que la educación le dijo que era con lo que la vida le termina demostrando.
-¿Y qué nos dijo esa educación?
Uno crece sabiendo que un hombre a los 40 años debe de tener su vida resuelta, capaz de organizar una familia, sin miedos o dudas. Pero de pronto llega esa edad y te das cuenta de que en ti hay mucho más de cobardía, miedo y paranoia de lo que estaba calculado. En esta época en que la masculinidad se está revisando mucho me parece importante hablar de los hombres que nos sentimos vulnerables en determinadas situaciones.
¿Se habla más de la maternidad que de la paternidad?
Es obvio porque el impacto de la maternidad es tremendo; sin embargo, el hombre no es un actor secundario. Culturalmente los hombres hemos tomado el mandato de reproducirnos. Por eso a mi también me gustaría que el libro sea un pretexto para que lectores que aún no son padres piensen si de verdad están hechos para serlo. No hay nada malo, pero la sociedad también los estigmatiza. Me parece que muchas veces se contribuye más no siendo padres. Claramente hay gente que no debería reproducirse.
-¿El Perú es un buen lugar para tener un hijo?
La vida brota incluso en los rincones más estériles. Que mi hija haya nacido en España hará que sus primeros años transcurran en una sociedad más igualitaria, pero también me impone el reto de elaborar un discurso del Perú para ella. De hecho, el título [Algún día te mostraré el desierto] tiene un montón de resonancias. Por un lado está el desierto, que es la crisis personal, y la promesa de algún día mostrarle ese lugar físico, pero también es decir ‘algún día te contaré de Lima’, la ciudad de donde vengo. Es algo que no pensé cuando ponía el título.
Una cosa que no te he dicho es que el hecho de tener una hija mujer en estos tiempos es una gran oportunidad para los hombres que nos hemos educado en el machismo más recalcitrante para empatizar mucho más con el universo de las mujeres y ponernos en su lugar siempre. Me parece que ella me está criando más a mi que yo a ella.
-Y también conocer sus miedos
Quizás me toque vivirlos más adelante. Por ahora con lo me relaciono más son con mis miedos Nunca antes sentí miedo, ni cuando dejé de entrar a la universidad en dos oportunidades. Quizás cuando murió mi padre sí por la incertidumbre que de pronto se instaló en mi vida, pero el miedo a que le pase algo a tu hijo es tremendo y hay mucha literatura al respecto. Es curioso, hay pocos libros que hablan sobre la celebración de la paternidad, pero hay muchos que hablan de hijos enfermos o perdidos.
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-Ahora con Julieta en brazos, ¿entiendes un poco a tu padre?
Cuando uno es hijo está menos dispuesto a disculpar los errores de los padres porque esperas que ellos sean infalibles. Solo cuando envejeces entiendes las dificultades de la adultez y comprendes un poco mejor a tus padres. Yo lo último que he querido ser es un padre autoritario, pero hace poco –no lo he escrito en el libro– estuve en un supermercado y Julieta tuvo una rabieta y yo, en un arrebato un poco violento, para poder colocarla en un cochecito, tiré al suelo un portarretrato de vidrio que se rompió. Todo el mundo volteó y fue una situación muy incómoda. Allí sentí que surgió algo de mí que no estaba calculado. Quizás tengo más del gen autoritario del que pensaba tener. En todo caso, ser consciente es el primer paso para controlarlo.
-¿Julieta ya te ha visto llorar?
Como la crisis matrimonial supuso una separación de casi un año, ahora que he vuelto a vivir con ella sí ha habido muchos momentos en que me he sentido atormentado por la culpa y me he quebrado. Es como si hubiese llegado tarde a alguna de sus reacciones. Creo que ella me ha visto llorar pero aún no entiende el llanto.
-¿Eres un tipo familiar o lo fuiste en algún momento?
-No sé si me definiría como alguien familiar porque hay algo de mi tiende a la soledad, pero no te voy a negar que hay momentos en familia que disfruto y me siento plenamente justificado en el mundo solo por estar ahí.
-Escribes: “Un hijo te distingue, te salva de la banalidad, te convierte en alguien importante por primera vez”.¿De qué otras cosas te ha salvado Julieta?
Hay una broma que siempre hacemos. Julieta dice el nombre de su papá y su mamá y cuenta en qué trabaja cada uno. “Mi mamá se llama Natalia, trabaja en el hospital y es doctora”. “Mi papá es Renato, trabaja en la casa y es escritor”. Cuando ella dice que soy escritor recién me lo creo. Cuando los críticos o los lectores lo repiten, me halagan, pero cuando me lo dice Julieta con su inocencia, sin siquiera comprenderlo, es cuando me lo creo por primera vez. Siento que me ha salvado de ser mediocre.
-Terminas indicando que seguro ella tendrá muchas preguntas al leer tu libro. ¿Cómo te preparas para eso?
La vida de un padre y un hijo es una preparación para una conversación que a veces no ocurre. Me encantaría tener con Julieta las conversaciones que no tuve con mi padre. El libro es sobre el amor y el miedo, una carta de amor al hijo, un tratado del amor en estos tiempos, pero en realidad su única destinataria es Julieta. Es bonito saber que tenemos una conversación pactada.
-Habrá cuestionamientos...
Sí porque, además, el principio de autoridad está totalmente en entredicho. Los padres ya no somos ni emanamos la autoridad que tenían nuestros padres. . No sé como explicarlo pero los hijos hoy crecen sin esa actitud de respeto y sumisión que antes los hijos teníamos a nuestros padres. Es casi una cuestión química.
-¿Y eso es bueno?
Es difícil. Ernesto Sábato tiene una frase muy bonita:“ El padre es mucho más (y mucho menos) que un amigo”. Es decir, un padre no puede pretender ser un amigo de sus hijos porque tiene que normar sus vidas. Es un papel un poco ingrato. Pero junto con eso tienes que tratar de poder abrir una grieta para la simpatía y complicidad. El desafío es ese.
AUTOFICHA
- “Soy Renato Cisneros. Conduzco un programa en RPP con Fernanda Kanno y Hernán Vidaurre y tengo una columna en Somos. Estoy abocado también a la escritura de una novela, aunque por ahora no tengo más que notas e ideas. Vivo en Madrid, pero en noviembre participaré en el Hay Festival Arequipa”.
“Julieta tiene dos años y va a la guardería. El próximo año nos tocará con Natalia escoger un colegio y lo importante es que sea laico y mixto, lo más parecido a la vida. El colegio no debe ser una burbuja que te proteja de la realidad sino un espacio que te entrene para afrontarla”.
“Estos primeros años he visto que mi hija ha tenido tantos descubrimientos que me da pena que no los vaya a recordar. La veo conectarse con el mar con todo el asombro que implica las primeras veces y pienso que quizás yo a esa edad fui así. Es como conectar fugazmente con el niño que fui a los dos años”.
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