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Ulla Holmquist Pachas: "El Museo Larco es un oasis en esta loca ciudad"

“El Museo Larco te permite conectarte con la contemplación y la reflexión, pero el detonante inicial no es cognitivo sino afectivo y sensorial. Te abre la puerta para que estés en una situación de receptividad al asombro, al descubrimiento”, nos explica.

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Fecha Actualización
Esta nota fue publicada originalmente en octubre de 2018; sin embargo, la actualizamos debido el nombramiento de Ulla Holmquist Pachas como nueva ministra de Cultura.
De padre danés y madre peruana, Ulla Holmquist Pachas es una apasionada del Perú precolombino. “No llegaré al extremo de decir que es como una religión, pero lo siento como una manera de entender a los seres humanos que es muy afín a mi propia comprensión y espiritualidad”, nos dice la directora del Museo Larco, que recientemente ha sido catalogado como el mejor de Sudamérica y en el puesto 20 del ranking mundial de TripAdvisor. Sentados en medio de helechos, al lado del jardín del museo de Pueblo Libre, conversamos de sus 25 años dedicados a los museos, de que le ha entregado su vida a la arqueología, que tal vez ha sido una excusa para buscar su raíz, hurgar en su identidad, tratar de hallar su esencia. Estamos cerca de la huaca Mateo Salado, frente a la cual vivió su infancia y tal vez donde empezó esta historia.
Andrés Álvarez Calderón, hijo de Ysabel Larco, señala que el secreto del museo es que es “sexy y toca el alma”. ¿Qué otros secretos tiene?
Un aspecto primordial en el museo es saber que estamos ofreciendo una experiencia que es, como puerta de entrada, sensorial y afectiva, que pone las bases para disfrutar del espacio. Cuando un lugar como este, que es seductor, te acoge, ofrece una experiencia visual y auditiva, es una suerte de oasis en medio de esta loca ciudad. Te permite conectarte con la contemplación y la reflexión, pero el detonante inicial no es cognitivo, sino afectivo y sensorial. Te abre la puerta para que estés en una situación de receptividad a la pregunta, al asombro, al descubrimiento de algo nuevo.
¿Y por qué es necesario que sea así?
Porque así es como los seres humanos entablamos con la realidad. Somos cuerpo y mente.
Lo que, de alguna forma, contradice esta visión clásica del museo como una estructura rígida e inaccesible.
Los museos partieron como un espacio para ‘civilizar’ a la gente. Una perspectiva un poco decimonónica. Asociada a la noción de la alta cultura. Pero eso ha ido cambiando. Estamos en una buena ruta. No hay que ver el vaso medio vacío, sino medio lleno. El museo no debe ser un espacio cultural para que te esfuerces, para entender un texto difícil o recibir una clase maestra, es una perspectiva incorrecta de lo que debe ser un museo. Es un espacio de disfrute y de inspiración. Hacia allá estamos avanzando. La experiencia debe ser agradable, amable, bonita. Los museos peruanos han hablado en ‘arqueoñol’ durante 100 años, y nosotros no. Hablamos en términos familiares, pero sin vulgarizar el tema. La palabra clave es conectar con lo que de seres humanos tenemos en común.
Así está la Dama de Pacopampa, que simboliza el empoderamiento femenino, tema del que se habla en este tiempo.
El pasado no existe en sí mismo, lo reconstruimos hoy en día.
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¿Un museo cómo hace frente al avasallamiento tecnológico?
La gente está buscando espacios donde poder conectar con su esencia de ser humano. Es como cuando nos vamos a la playa a simplemente ver el mar. Hay momentos en que la vertiginosa vida nos pide silencios y simplemente ver. Los museos tenemos que ofrecer la posibilidad de la contemplación. Si bien no es un espacio de quietud monacal, sí debemos comunicar que el museo es una oportunidad para conectar con ese pasado que sigue vigente.
En diciembre se cumple un año de la partida de Ysabel Larco. ¿Cómo era ella?
Era una mujer de vanguardia. Retomó el trabajo de su padre para sacarlo adelante. Cuando vine con menos de 30 años, con mis ímpetus juveniles después de haber estudiado en Nueva York y, a veces, uno toma decisiones con un manual, ella me enseñó a ubicarme. No se trata de venir con una fórmula. Llegas con una mochila de herramientas y hay que saber cuáles usar para lo realmente necesario.
Vayamos al pasado personal. Tras 25 años dedicada a los museos, ¿cómo elige el camino de la arqueología?
Mi ruta venía más ligada a la educación. Vengo de una familia donde hay varias maestras. Desde el colegio me gustaba enseñar. Pero también me gustaba el arte y, dentro de ello, la cerámica. Finalmente, estudié Arqueología y tuve que hacer mi excavación respectiva. Esa experiencia me marcó porque tuve que excavar en la tumba de un personaje que yo estaba estudiando. A raíz de ello, no quise regresar a campo. Y así retomé mi línea inicial de docencia y comunicación de la historia. Entonces, empecé a hacer prácticas en museos.
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¿Qué sentía que pasaba cuando excavaba?
Era como excavar la tumba de mi abuela. Todos los elementos que estudiaba en el papel iban apareciendo físicamente mientras excavaba. Fue muy fuerte.
¿Qué le ha enseñado trabajar en el museo como espacio?
Que la experiencia física no tiene reemplazo. Agarrar el objeto es historia, porque fue hecho hasta hace 3 mil años. Y acá en el Museo Larco hay unos 30 mil objetos.
Su padre era danés y su madre es peruana, pero se inclinó más por lo peruano.
Toda mi vida he comido gastronomía danesa. A las navidades en mi casa le faltaba la nieve de Dinamarca (risas). El pato danés, la col morada danesa, cantábamos villancicos en danés. Y yo no sé danés. En la universidad recién conocí más de la realidad peruana.
¿Qué tienen en común Dinamarca y Perú?
La bandera roja y blanca (risas). Son bien diferentes.
¿Y dónde se encuentran?
En mí. En no sentirme dividida.
¿Su padre qué le dijo sobre su orientación final hacia lo peruano?
Nunca lo vio como algo extraño. Quizá lo vio como algo intelectual. Pero él siempre estuvo orgulloso de mí y siempre fue muy claro en sus afectos. No se guardó ni los “te quiero” ni los “estoy muy orgulloso de ti”.
Autoficha:
“Nací en Lima. Tengo 49 años de edad. Por el trabajo de mi padre, hemos estado en Europa, Asia y cada dos años íbamos a Dinamarca. Eso me ha marcado. Al terminar la escuela, llegué con una perspectiva muy cosmopolita del mundo. Estudié Arqueología en la Católica y la maestría sobre museos en Nueva York”.
- “Al regreso de Estados Unidos, estuve de curadora freelance. En el año 1998, empecé a trabajar en el Museo Larco, donde he estado en tres etapas distintas. Este año volví. También he sido subdirectora del museo nacional, cuando el director era Lucho Lumbreras”.
- “He sido curadora de colecciones precolombinas en el MALI; dirigí el museo del BCR y enseño en las maestrías de las universidades Católica y Ricardo Palma. Además, soy parte del Consejo Consultivo del Bicentenario, integrado por más de 40 académicos, especialistas y personalidades de diferentes ámbitos”.