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Primera entrega de ‘Ella’, la novela de Pablo Cermeño

El autor ha publicado ‘Norma’ y ‘Diez años después de mi muerte’ con la Editorial Caja Negra. Cada sábado compartirá en este diario su novela ‘Ella’.

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Fecha Actualización
Ella
Por Pablo Cermeño
Voy a narrarles la historia que me contó una persona que conocí mientras vacacionaba en las Islas Turcas y Caicos. No podría asegurarles si es verdad o no, pero el nivel de los detalles que me dio me hace pensar en que sí lo es. El hecho central, que hace que la historia valga la pena de ser contada, es la muerte de Carla Rospigliosi, una acaudalada empresaria limeña que hizo su fortuna desde cero. Pero lo que –estoy seguro– van a disfrutar son las circunstancias ligadas a su inesperado deceso.
La relación de Carla ya estaba desgastada después de la montaña rusa que habían sido esos cinco años de matrimonio con el poco exitoso escritor peruano Luciano del Carpio. A sus treinta y ocho años, fue encontrada por él, muerta, en su exclusivo departamento del barrio de Chacarilla. Había sufrido un ataque al corazón, mientras dormía. Ella padecía de una arritmia cardíaca, por lo que, inicialmente, no hubo ninguna sospecha de asesinato. La pobre mujer ya estaba fría cuando su esposo la vio. Todo parecía indicar que su débil corazón ya no había podido seguir. A Luciano se le quebró la voz cuando la Policía tomó su declaración.
Los millones que Carla había logrado amasar con el paso de los años, fruto de su esfuerzo y su amplia capacidad para hacer negocios, habían quedado a nombre de su esposo, el escritor fracasado.
Nadie tenía mucho que decir sobre lo ocurrido, pues, con el paso del tiempo, Carla se había alejado de su familia y amigos en pos de conseguir el éxito que siempre había soñado. Todos aceptaron la noticia sin mayor reparo o pena. Carla se había convertido, para los que alguna vez fueron parte de su círculo cercano, en un recuerdo lejano, deslustrado. Solo había una persona que podía dar una mejor aproximación sobre los últimos días en la vida de la empresaria. Esa era Sara Bustamante, una hermosa contadora cinco años menor que ella, que se había convertido en su brazo derecho. Podríamos decir, incluso, que Sara fue, hasta el momento en que Carla cerró los ojos, su mejor y única amiga. Ella estaba en plena capacidad de revelar un sinfín de detalles muy privados acerca de la vida de Carla, que podrían hacer que sus últimas horas sean vistas como el devenir natural de un padecimiento crónico, que muchas veces responde únicamente a la voluntad del azar. O, en una perspectiva muy diferente, para los entendidos en investigación y criminología, como un acto planificado escrupulosamente y con una ganancia secundaria para los autores de tan perverso proyecto.
En todo caso, yo voy a encargarme de contarles la historia con todo el detalle que está en mis manos, y ustedes podrán sacar sus propias conclusiones, así como yo también saqué la mía cuando esta persona, cuya identidad no puedo revelar, luego de haberse tomado varios tragos conmigo, me la contó.
En primera instancia, no supe qué hacer con toda esa información. Definitivamente, era una buena historia para un periodista de investigación como lo soy yo. Aunque, claro, ninguna de las partes involucradas era conocida, famosa o parte de la socialité, por lo que la nota, muy probablemente, no sería bien recibida por ninguno de los editores con los que había trabajado. Verán, es importante para los periódicos y cualquier otro medio publicar cosas que sean de interés público. Al final, se trata de un negocio como cualquier otro: si no vende, no funciona.
Pero, algunas semanas después, ya habiéndome reincorporado a mis labores cotidianas, mientras tomaba un rico café pasado, entendí que esta era la oportunidad que había estado buscando durante toda mi vida. Por fin, tenía una buena historia para convertirla en una gran novela. Esa misma noche, regresé a casa y no paré de escribir hasta que mis ojos, siempre con mayor poder de decisión que yo, se cerraron. Al día siguiente, desperté y seguí escribiendo, y así, no paré sino solo para comer y para alguna otra necesidad impostergable.
Terminé de escribir la novela hace pocos días. He enviado el manuscrito a varias editoriales donde tengo algún conocido. Todavía no llega ninguna respuesta. No importa, ya lo harán. Y alguna de las editoriales querrá publicarlo, de eso estoy seguro. Esta vez, no se trata de una de mis historias mal construidas, con personajes poco creíbles o personalidades con las que es difícil empatizar, como tantas veces me lo han repetido diversos editores de narrativa. Esta vez, mis personajes son tan reales que me conmueven. Esta vez, leo mis palabras y me da un poco de miedo pensar en todo lo que es capaz de hacer el ser humano. Pienso en el amor, el recelo, la envidia, el odio y todo lo que puede llevar a una persona a planificar una venganza. Pienso en las miserias de la gente y pienso en ella. En si habrá sido cierto todo lo que me contó. Veo sus ojos cuando cierro los míos. Y su bella sonrisa ahora me asusta. Recuerdo la libertad con la que me lo dijo y el tono de su voz tan desconectado de los hechos que me iba describiendo. Y así, con todo eso, reprochable de ser cierto, no dejo de pensar en ella.

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