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Vigésimo capítulo de Ella, la novela de Pablo Cermeño

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ELLA
Pablo Cermeño
Carla Rospigliosi se encontraba en su oficina cuando Mary fue a buscarla. La secretaria había sido una pieza clave para que Carla cerrase el multimillonario trato con Víctor Villavicencio. Así que, desde hacía buen tiempo venía buscando un sustancial aumento. Pero, la permanente ausencia de la empresaria, le había impedido solicitarlo. En ello, en cuanto la vio, decidió hacerlo.
Mary se llevó una sorpresa al entrar. Carla se encontraba sentada frente a su computadora, pero con la mirada perdida. Ni siquiera había respondido a su saludo. En su mano tenía la pluma con la que firmaba contratos. Una gran mancha de tinta azul se extendía, desde la pluma, sobre algunos papeles y llegaba hasta el puño de su hermosa blusa. <<¿Cuánto tiempo habría estado allí para que la tinta se derramara de esa manera?>>, pensó. Las luces de la oficina y la pequeña lámpara verde de su escritorio estaban encendidas. <<¿Acaso estaría allí desde anoche?>>, pensó. Un mosquito aterrizó sobre la frente de su jefa, sin inmutarla. En ese momento, se dio cuenta de que traía puesta la misma ropa que el día anterior. <<No puede ser>>, balbuceó. Sin quitarle la vista de encima, empezó a retroceder hasta que tropezó con una de las cajas que estaban al lado de la puerta, apoyándose en lo primero que pudo para no perder el equilibrio, un florero de cristal. Este cayó, quebrándose y trayendo a la empresaria de vuelta.
–Mary –dijo Carla, desprovista de toda emoción.
No hizo el intento de ayudarla, ni mostró una reacción acorde a lo ocurrido. Desde el piso, Mary seguía tan impresionada que ni siquiera sintió el corte que el cristal roto le había hecho en la mano. Carla le quitó la mirada y emitió un suspiro de cansancio, haciendo sentir a Mary insignificante. Al intentar incorporarse, el fragmento de cristal se le incrustó más y le causó dolor.
–Dime –pronunció Carla.
–¿Cómo? –respondió Mary, fastidiada y confundida.
–¿A qué has venido? Dime. Estás aquí, en mi oficina. Debes haber venido para algo.
Ese trato tan frío que le dio Carla, le dolió más que el corte de su mano. Se sintió decepcionada. Se retiró el pedazo de cristal y se puso de pie como pudo. Estuvo a punto de retirarse sin decirle nada, pero miró otra vez el corte de su mano y eso la llenó de ira.
–He venido a pedirte un aumento.
Carla no respondió.
–Carla –insistió Mary, levantando la voz.
–Sí, Mary. Sí te escuché –dijo Carla, todavía sin mirarla–. Solo que no creo que sea un buen momento para eso.
Mary estaba tan molesta por todo lo que acababa de pasar, que ya no estaba pensando en el aumento, sino solo en pelear. Y eso hizo. Normalmente, Carla no habría tenido problemas con el aumento, pero no se encontraba nada bien y las decisiones más simples, le parecían imposibles. La discusión escaló muy rápido y las cosas llegaron a un punto al que jamás debieron llegar. En ese momento, las dos eran un par de leonas en pie de guerra.
–No es el momento, he dicho –elevó la voz Carla.
–Que no se te olvide con quién estás hablando, Carla –amenazó Mary.
–¿Me estás amenazando?
–No. Amenazas recibiste de Jorge Sánchez. Y tú y yo sabemos cómo terminó él. Yo solo te estoy aclarando las cosas, por si se te han olvidado.
–Vete –dijo Carla–. Fuera de aquí.
–Que no se te olvide que yo sé que tú eres la responsable de su muerte –dijo Mary–. Así que nunca más vuelvas a hablarme de esa manera. Y espero un buen aumento para el día de mañana, un gran aumento, si es que sabes lo que te conviene. Lo que ganas tú, lo quiero yo. Tú sabrás explicar el porqué del aumento. Lo quiero todo claro, en papeles y firmado por ti.
Mary se dio media vuelta y se fue.
Algunos días después, Sara Bustamante salió de la oficina al terminar la reunión semanal con Víctor Villavicencio, y sin haber desayunado siquiera, se dirigió al apartamento de Carla, llegando al medio día. La empresaria tendría que haber asistido a la reunión, pero no lo hizo. Después del altercado que tuvo con Mary, días antes, no regresó a la oficina. Estaba escondida, sin salir de la cama para nada. Para entrar, la contadora tuvo que usar la llave que Carla le había confiado. Fue directo a su dormitorio, temiendo lo peor.
–¿Carla? –llamó Sara, al abrir la puerta.
No hubo respuesta. Entró con cuidado, todo estaba a oscuras. Ya cerca de la cama, trastabilló y se fue de bruces contra Carla, quien dio un grito del susto. Ya cuando las dos estuvieron tranquilas, Sara abrió las cortinas, iluminando el dormitorio. El lugar se encontraba en un estado penoso, al igual que la empresaria, que había adelgazado mucho y despedía un hedor terrible.
–Estaba preocupada por ti –dijo Sara–. Desapareciste. No fuiste a la reunión de hoy, tampoco contestas el teléfono.
–¿Qué día es hoy?
Mary se dio cuenta de lo mal que se encontraba. Solo tenía que mover su siguiente ficha con cuidado y descubriría lo que ansiaba saber. Aunque Carla trató de ocultarlo lo más que pudo, finalmente terminó contándoselo todo. Mientras Sara la consolaba maternalmente, ahora sabía a detalle sobre la muerte de Jorge Sánchez.
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