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Walter Alva, arqueólogo: “El museo de Sipán es parte de mi vida, es como mi hijo”

El arqueólogo Walter Alva cumplió 70 años y se dispuso su cese. Tuvo que dejar la dirección del Museo Nacional Tumbas Reales de Sipán, pero dice que “el capitán que construye el barco no lo puede abandonar”. Perú21 lo entrevistó.

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Tenía 12 años y caminaba por un sitio huaqueado, en el valle de Virú. Recorrer esos lugares era como un pasatiempo adolescente. De pronto, halló parte de una vasija que tenía la imagen de un hombre parecido al Señor de Sipán. Pieza que conserva y que, advierte, es lo único arqueológico que tiene en su casa. Se convirtió en un amuleto. Un hecho mágico, que fue como encontrar una señal que, en realidad, venía del futuro.
Los museos han sido su casa por 39 años. En Brüning, desde los 24 años de edad, vivió con su primera esposa e hijos arqueólogos. La sala, el comedor y los cuartos estaban a pocos metros de su oficina, donde fue director de este museo por 25 años.
Cuando empezaron las excavaciones del Señor de Sipán, que él descubrió en 1987, no volvió a casa por tres años. Dormía en el campamento abrazado de su escopeta española Colibrí, una herencia familiar. Vigilante, a veces disparaba al aire para espantar a los malhechores. Cuando se construyó el museo Tumbas Reales, instaló su casa dentro del recinto, donde estuvo por 14 años. Eran casas asignadas al director, que entonces vivía su segundo matrimonio. Hace unos dos años fue conminado a dejar aquella casa y ahora, al cumplir 70 años, se dispuso su cese definitivo por límite de edad como director del Museo Nacional Tumbas Reales de Sipán en Lambayeque. Un acto ajustado a la norma, pero injusto e ingrato.
Contesta el teléfono. En medio de la señal entrecortada, escucho la voz grave y pausada del arqueólogo norteño. Está en su hogar. “Finalmente, tengo casa propia”, me dice. Hecha de adobe, el verdadero material noble, tiene un estilo que él llama neo moche colonial. “Debo ser consecuente con lo que pienso”, agrega. Es de una planta, con algunos ornamentos y acabados que tienen cierta reminiscencia mochica. De ventanas y puertas recicladas. Sobre la periferia de la ciudad. “Mientras otros destruyen las casas antiguas, yo edifico casas antiguas”, dice. Pero vive a cinco minutos en carro del museo de Sipán, su otro hogar. Cerca, vigilando su obra cumbre. Walter Alva tiene un catalejo de marinero que lo saca en cualquier momento para mirar el museo. Como un capitán de barco, que mira su nave a lo lejos.
-Hace tres años lo entrevisté y me dijo que un arqueólogo nunca se jubila.
Eso hay que repetirlo ahora más que nunca. Física y mentalmente estoy en plena actividad. Siento que estoy reanudando con más entusiasmo el trabajo de investigación, están pendientes muchos proyectos que tienen que seguir. De ninguna manera una cosa formal puede significar un cambio.
-¿El cese a los 70 años está bien o debería reconsiderarse?
Yo creo que también esa norma debería depender de la responsabilidad que tiene a quien jubilan y de su condición, de cómo están sus aptitudes. Esta jubilación a los 70 años estaba establecida para un régimen laboral; otros no contemplan ese tope. Pero más allá de los temas administrativos, está la vocación de trabajo que tengan las personas y la responsabilidad que han asumido.
-Esta norma debería adecuarse a cada caso.
Claro. Estos cargos de responsabilidad deben ser de confianza.
-¿Es irreversible esta decisión?
Tengo que acatar las disposiciones, pero estoy también en espera de la probabilidad de que pueda ser convocado o que puedan recontratarme en esa función o en otra tarea, y ya con otro régimen laboral. Ya es decisión del gobierno. Lo único que siento es que me he liberado de trabajos administrativos. Pero sigo coordinando algunas investigaciones pendientes. El museo es parte de mi vida, tendré que ir siempre.
-Un museo que prácticamente usted lo ha edificado.
Es como mi hijo, lo he gestado y lo he creado.
-¿Hay melancolía o rabia?
No tengo ningún sentimiento negativo porque siempre he sido una persona que ha tomado todo de manera positiva. Esta situación no cambia para nada mi actitud frente al trabajo. Me libero de actividades administrativas, pero no de la responsabilidad de seguir investigando. La profesión es una vocación y una pasión. No podemos dejar de trabajar para lo cual hemos sido formados.
-¿El Perú es justo con usted?
Lo que me ha impresionado es la cantidad de mensajes cuando la gente se ha enterado de mi cese. Creo que esa es la mayor satisfacción. Y creo que lo justo sería que me permitan seguir aportando a la cultura y al país porque estoy en condiciones de seguir trabajando. Tengo que seguir velando por el museo. El capitán que construye el barco no lo puede abandonar.
-¿Cómo podemos entender el presente político y pandémico desde la mirada de los mochicas?
Quienes investigamos el pasado podemos entender que todos los pueblos y culturas del mundo pasan por transiciones, por avatares políticos, por crisis que siempre se superan, especialmente en Perú con un territorio tan difícil. Los mochicas tuvieron que vencer el desierto para convertirlo en valles fértiles, sufrieron fenómenos difíciles de controlar como son las sequías y las lluvias catastróficas que destruyeron sus sistemas de riego y supieron pasar esas crisis y reorganizarse. El Perú en 200 años ha pasado por momentos difíciles como la guerra con Chile, hemos tenido pandemias, crisis políticas y siempre el país rehace su destino. Somos un país todavía en formación y entendiendo nuestra realidad pluricultural, multiétnica, una realidad llena de conflictos, pero también con un tremendo potencial, que está justamente en nosotros mismos.
-¿Cómo le fue a los mochicas en su organización política?
Yo creo que se organizaron bien. Los mochicas evolucionaron de jefaturas a señoríos, que fue donde alcanzaron su máximo esplendor; señoríos que eran manejados de una manera muy sabia, por valles, que estaban a su vez bajo la base económica de la agricultura y la irrigación. De los mochicas hemos heredado muchos avances tecnológicos.
-¿Qué aún no hemos comprendido de ellos?
Nos han dejado no solo las obras de arte y sus monumentos, sino también una extraordinaria tecnología de riego en el desierto que aún no podemos superar, y el manejo equilibrado de su ecosistema, que tanto nos preocupa hoy. Supieron manejar sabiamente su ecosistema sin depredar los bosques, manteniendo los ciclos de lluvia con cultivos variados. Uno de los grandes problemas que tenemos hoy es el monocultivo.
-¿Qué deja pendiente en el museo?
Tenemos monumentos que estamos investigando, como en Purulén, Ventarrón, El Chorro, que darán datos para reconstruir esa parte esencial que es el surgimiento de la civilización de esta parte del Perú. También está Úcupe, donde podemos encontrar relaciones y datos para conocer cómo surgen los mochicas y sus relaciones entre los valles.
-Cuando lo entrevisté hace tres años, me dijo que quería escribir una novela histórica, que quería que exista un museo en cada pueblo y tenía planes para su tierra, Cajamarca. Ahora, pisando los 70 años, ¿cuál es su futuro?
Justamente eso. Estamos apoyando la iniciativa de construir un museo en Cajamarca, los trabajos de investigación, las publicaciones. Mis amigos me animan a escribir un libro de memorias y creo que valdría la pena hacerlo.
-¿Cómo quisiera que de acá a 100 años lo recuerden?
Como un trabajador de la cultura. Nada más.
-¿Cómo es un trabajador de la cultura?
Alguien que tiene que trabajar en todo: organizar un museo, hacer una excavación, publicar, promover, difundir. Un cura de pueblo, que tiene que hacer de todo.
-El cura Walter Alva.
(Risas). Cuando me han propuesto cargos en Lima, siempre he dicho que prefiero ser un cura de pueblo y no un arzobispo (ríe).
AUTOFICHA:
- “Soy Walter Leonel Alva Alva. Mis padres eran de la provincia de Contumazá, Cajamarca. Ellos eran primos, pero no cercanos. También nací en Contumaza, en la casa de mis padres, mis abuelos y bisabuelos. Una casa que debe tener 250 años, de la época colonial. Cumplí 70 años el 28 de junio. Un mes más y resultaba patriota (ríe)”.
- “En Contumazá he vivido hasta los 8 años. Migramos a Trujillo, porque mi padre fue a trabajar. Él era profesor e ingeniero químico. Mi madre también era profesora. Estudié Arqueología, que era mi obsesión, a pesar de que a mi padre no le gustaba mucho la idea”.
- “Estoy trabajando en un libro y me está ayudando mi esposa. Ella está ordenando, es una mujer muy disciplinada. Un libro sobre los mochicas para el gran público, no es un libro para académicos. Se llamará Los Mochicas”.
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