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Yo también soy de la Banda de Hola Yola
“La recordaré siempre como Yola, como Hola Yola. Mucho se dirá ahora, pero solo sonarán en mi memoria las canciones, el color, las risas, la alegría, la infancia…”.
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Por Eduardo Abusada Franco:
Hay una etapa del crecimiento de cada hombre y mujer en la que se guardan para siempre los recuerdos en la memoria. Es la infancia. La fragancia rechazada de una comida que no nos gusta; el tono de la voz de una tía o algún familiar que nos da cariño; el miedo insuperable a, por ejemplo, los caballos o los perros grandes, por una caída que tuvimos o una mordida inadvertida. Un trauma que dudará, probablemente, el resto de la vida. Quedan en un cajón de la memoria, que no se puede abrir, los recuerdos de los juegos con los amigos en el parque, en el barrio, en el colegio. Las imágenes que se superponen: un juguete que anhelamos y nos regalaron, o tal vez no; el baile un trompo, el chocar de unas canicas, el póster de una estrella.
Junto a todo ello se graban también las melodías, las canciones, los ritmos de hace décadas. Algunas letras y canciones que ya de adultos nos daría vergüenza cantar delante de otros, pero que igual lo hacemos cuando estamos solos, en la ducha, manejando quizás en el auto, o con varias copas en una cantina o en un karaoke. Suenan entonces, de pronto, al fondo de la cabeza unas panderetas, instrumentos simples, quizás un triángulo. En nuestra imaginación estamos bailando en ronda con unas primas “arroz con leche”, una voz entona “buenos días su señoría mata tiru tiru lá”. Alguien canta “tengo una muñeca de vestido azul… la llevé a la misa, se me constipó”. Nos figuramos todos en el puente de Avignon de camino a la feria de Cepillín. Interrumpe el ring ring ring, contestamos, aló, quién es, porque el telefonito es una necesidad, llamada tras llamada y bla bla bla blá (te aseguro que al leer esto le pondrás música en tu imaginación, su respectiva melodía). Irremediablemente suena en la conciencia colectiva de mi generación otro estribillo, alguien va, es una marcha, allí va, “va la Banda de Hola Yola, uno tras de otros en filas indias…”.
Este frío domingo de julio, Yolanda Piedad Polastri Giribaldi cerró sus enormes ojos por última vez. Julio helado y lluvioso este 2024. Los días previos salió algo de sol. Pero esta tarde, aunque sin lluvia, es un día ófrico, apagado. Un domingo sin panderetas ni colores. Yolanda Piedad Polastri Giribaldi ya no contará más, ya no animará nuestra niñez a través de la televisión y con su voz. Los niños que fuimos en los 80s, incluso los de dos generaciones, la conocemos como Hola Yola, o simplemente Yola. Sonriente, colorida, enérgica, incansable. Inacabable. Hasta que acabó. Este frío domingo de julio.
En cinco años habré cumplido medio siglo de vida. Y a lo largo de estas décadas he escuchado millones de canciones, letras, poesías; he memorizado rezos, juramentos, escenas de películas, partes de la misa, números de teléfonos, claves de tarjetas y claves de aplicaciones, etc. Las canciones de Yola nunca las necesité aprender de memoria. Simplemente se quedaron allí. Y permanecerán allí hasta que me muera, pues la memoria de la infancia se fija como un tatuaje en alguna parte profunda de la psiquis.
Eso significó Yola para mí, para mi generación. Un recuerdo que no se puede borrar ni con terapia. Un estribillo constante a lo largo de la vida, en la oficina, en el bus, en el semáforo. Veo unos malabaristas callejeros y de pronto siento la musiquita, los imagino moviéndose con la canción de la banda de Hola Yola de fondo.
Eran tiempos en que no había ni siquiera cable, apenas antena de conejo que tenías que ubicar bien para que entre la señal. Que recuerde, solo había el canal 2, 4, 5, 7 y el 11. A veces entraba el 13. Nada más. Escuchar al Hermano Pablo con su Mensaje a la Conciencia era un plomazo. Había otro programa, creo que era mexicano, Chiquilladas. De pronto empezaron a emerger programas infantiles en América Latina, como el de la archifamosa Xuxa, en Brasil, quien fuera novia de Pelé. Pero antes, si la memoria no me falla, estuvo Yola. Pionera. Primera, única. Hogaño, en que la televisión se ha vuelto una máquina acelerada para encallecer el pensamiento, ni siquiera existen programas para niños en las parrillas de contenidos de la televisión nacional.
Empero, en ese tiempo, en Perú, nació nuestra reina de los niños, la imagen de la televisión, la que llamaron la ‘Chica de la Tele’. Su cara y voz se volvieron tan reconocibles como la luz del sol. Yola en las mañanas, Yola en la radio, Yola en los juegos de la tarde; luego, Yola en las entrevistas, en las noticias, en la enfermedad, en las caídas. Yola, el ser humano. Las críticas, los rumores. Separar al mito de la biografía, el deber ser o lo que quisiéramos que sea de lo que es. Como si cada ser humano no fuera una contradicción, como si la esencia de una persona no sea el balance entre las fuerzas de arriba y de abajo, entre el bien y el mal.
Desde pequeña amó las tablas, el espectáculo, los reflectores. Bailó ballet y se preparó en el Club de Teatro de Lima. Apenas con 17 años entró al Canal 5, participando en varios programas como el de la estrella del momento en programas para niños, el Tío Johnny.
Pero su programa que más recuerdo, el que yo viví, fue el de Hola Yola, en Canal 4. En el que salían las burbujitas y los burbujitos.
En este frío domingo de julio, su pandereta reposa en algún cajón. No vibrará más. Como es habitual, empezarán las voces, dirán la verdad, su verdad, querrán descafeinar al mito, que era así, que detrás de los flashes era asá. Ya lo han hecho antes en las páginas de farándula. Querrán vestir de carne la imagen, la carne que siente, que escupe, que se pudre. Más el mito es eso, ya no tiene cuerpo, no tiene tiempo; no se degrada, sino que crece. Yola ya desde hace muchos años quedó registrada para siempre como ‘La Chica de la Tele’. Así se quedará. Se dirá de todo. Pero su leyenda pasará como un fantasma ante nuestros ojos y al oído nos dirá la única verdad, que “juntos formamos una banda, la banda de Hola Yola, y somos juguetones”. Esta es nuestra banda y ella fue nuestra líder.
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