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Legado del 'Cabezón' a un año de su partida [INFOGRAFÍA]

De los cinco mundiales que jugó la bicolor, Daniel pudo vivir cuatro de ellos, aunque el primero, el de México 70, era solo un bebé.

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DANIEL Y SU BARRIO
Si Pueblo Libre pudiera hablar, nos contaría la historia de un niño que se hizo hombre en sus calles, en sus parques y en esa vida de barrio que ya casi no se ven en estos tiempos. Daniel Peredo amó tanto a Pueblo Libre que nunca quiso irse. Ni siquiera cuando se casó con su amada Milagros. La mayoría de sus amigos se fueron pero él no. Ese distrito convirtió a ese niño, nacido el 17 de junio de 1969, en un periodista acucioso, que en cada pichanga imaginaba el partido del fin de semana en el estadio, a los equipos que salían a la cancha al abrigo de sus hinchas.
En cada peloteo, él ya se veía en una cabina transmitiendo emociones, haciendo llorar o reír. Porque en cada periódico que leía, imaginaba su propia columna hablando de los protagonistas de la noticia. Pueblo Libre le dio esa ‘calle’ que le sirvió para matizar sus comentarios o sus entrevistas sin ser grosero y siempre respetando al personaje. Daniel se sentía tan cómodo en Pueblo Libre que ese distrito lo ayudó a desarrollar esa seguridad que transmitió a lo largo de su carrera.
DANIEL, ANTES QUE GOOGLE
¿Qué hace la gente cuando busca información? Acude al Google. Pero antes que existiera ese buscador, todos buscaban a Daniel Peredo cuando necesitaban un dato exacto. Es decir, Daniel fue el buscador humano. Su prodigiosa memoria —esa a la que dio forma leyendo desde niño las secciones deportivas— era un tesoro del que disfrutaron sus compañeros en cada sitio en el que trabajó. Lo gozaron sus lectores, sus oyentes y sus televidentes. Daniel sabía cuándo había debutado tal jugador o en qué momento se retiró aquel otro, pasando por alineaciones completas de un equipo o cómo formaba determinado club.
Cuando escuchaba la radio o veía la televisión y un colega o amigo daba un dato errado, no tenía reparos en enviar un mensaje o llamar para dar el dato correcto. Así era de solidario. Quizá lo único que quería olvidar el ‘Cabezón’ era que también intentó ser futbolista, pero no pasó de los ‘calichines’ de la ‘U’. Tanto así que su colega y amigo Nelson Alvarado bromeaba al decir que Daniel era el futbolista peruano que más rápido se retiró sin siquiera llegar a juveniles.
DANIEL Y LA SELECCIÓN
De los cinco mundiales que jugó la bicolor, Daniel pudo vivir cuatro de ellos, aunque el primero, el de México 70, era solo un bebé. Pero el destino no quiso que viera el Mundial que más esperó, el de Rusia 2018. Peredo tenía una frase acuñada: “El orgullo que me da hablar de mi selección”. Por eso la acompañó en sus narraciones, creó emociones como “con los huevos de Vargas”, la apoyó, nunca le perdió la fe, la criticó constructivamente y por 25 años estuvo a su lado. Se ‘comió’ derrotas humillantes y otras frustraciones.
Hasta que llegó el camino a Rusia, donde fueron más los triunfos que los lamentos en cada 90 minutos narrados y donde 36 años de dolor murieron. Inolvidable la serie contra Nueva Zelanda en la que logramos el boleto y Daniel nos lo contó todo. El destino quiso que físicamente no estuviera en Rusia, aunque su legado viajó en primera clase. Y a pesar de que muchos lo nombraron la voz de la selección, él jamás se la creyó, pero nosotros sí.
DANIEL, EL COLUMNISTA
Luego de sus crónicas y reportajes en la revista Once, llegó un nuevo desafío: escribir para el histórico diario El Comercio. En ese tiempo, su amistad con Carlos Salas —editor de la sección deportes en ese entonces— lo llevaba a proponer temas, a escoger momentos, su versatilidad para encontrar “la nota” y poner el titular ya era admirada como su capacidad para marcar la diferencia. Entre las charlas con su esposa y el barullo de las niñas, allí estaba Daniel con su laptop terminando sus columnas y exponiendo sus ideas que los lectores adoraban. ¿Cuál era el secreto del éxito? El 'Cabezón' iba a la fuente, hablaba con jugadores, ex jugadores, técnicos, periodistas, árbitros y con ese conocimiento plasmaba —con base— su opinión y, claro, era rápido para escribir y no dejaba de ver fútbol. 
DANIEL Y LA ESPERANZA
Si bien es cierto que Daniel Peredo no pudo ver a la selección en Rusia 2018, con su brillante narración nos hizo partícipes del camino que nos llevó a la Copa del Mundo luego de mucho tiempo. Pero nada fue sencillo. La bicolor tuvo un comienzo muy difícil, tanto así que la mayoría de hinchas pensaba que la historia sería la misma, la del fracaso. Pero como él mismo narró, “no hay mal que dure 36 años”.
Daniel siempre creyó en la selección y esa fe lo hizo vivir momentos indescriptibles. “Gloria al Perú en las alturas”, dijo tras el final de la victoria en Quito. “La tocó, la tocó”, relató tras el empate de Paolo Guerrero ante Colombia en Lima, el resultado que nos metió en el repechaje. O cuando dijo “Jefferson Agustín Farfán Guadalupe, por su madrecita”, tras el primer tanto de la ‘Foquita’ a Nueva Zelanda. Su emoción, su pasión, queda en el recuerdo de todos los peruanos. 
DANIEL, CRISTAL Y EL AMOR
Fue en el Rímac donde el ‘Cabezón’ halló el amor. Daniel Peredo encontró en Milagros a la compañera perfecta para el resto de su vida. El periodista se convirtió en jefe de prensa de Sporting Cristal a inicios del 2000 y fue allí donde conoció a Milagros Llamosas, quien trabajaba en el área social del club, aunque muy ligada a las divisiones menores. La atracción fue instantánea, tanto así que él les dijo a algunos trabajadores que ella sería la madre de sus hijos. Las conversaciones en el comedor de esa entidad, al inicio casi siempre de fútbol, y la química hicieron el resto hasta que se casaron el 10 de mayo de 2008.
Él la convirtió en su reina y ella siempre comprendió el arduo trabajo periodístico que lo tenía viajando y viviendo en estadios. Incluso, el nacimiento de Daniela —la segunda hija tras Fátima, nacida en 2007— fue programado para el final de la Copa América de Argentina. Daniel había hecho la promesa de estar en el parto y no solo llegó, sino que le trajo a su pequeña unas botitas, una falda y una blusa. Eso y la mejor de sus sonrisas.
DANIEL, IMAGEN DE CMD
Cable Mágico Deportes. Así se llamó el canal, resumido luego en CMD y posteriormente renombrado como Movistar Deportes, que quizá nunca pensó que aquel profesional que contrató en 2003 iba a ser su imagen total. Daniel Peredo entró en silencio, pero muy seguro de sí mismo a aquellas instalaciones que están al costado del Campo de Marte, en Jesús María.
Participó en cada proyecto, cogió un micrófono, pisó la cancha y arrancó narrando lo que le decían: la baja, la Copa Perú, partidos sin gran trascendencia, pero convertidos en vibrantes encuentros por su relato. El rating empezó a decirles a los directivos que el 'Cabezón' era su llave del éxito y la publicidad incluso aumentó. Pero nada cambió al buen Daniel, quien nunca tuvo un cargo jerárquico, pese a ser el rostro del canal. Su lealtad era a prueba de todo.
DANIEL Y SU PASIÓN
Eran los días de la televisión en blanco y negro, de las gigantescas radios a tubos, de los periódicos tamaño sábana. Eran los días de ‘Pocho’ Rospigliosi, de Humberto Martínez Morosini y de ‘Rulito’ Pinasco. Y Daniel Peredo no se perdía programas o partidos de fútbol narrados por ellos, los que prendieron en él esa llama apasionada del periodismo deportivo. Daniel era adicto a las páginas deportivas de los diarios de Lima, en especial del desaparecido La Prensa, el único que le ponía puntajes a la actuación de los futbolistas tras un partido.
Se formó en la Universidad San Martín de Porres y comenzó sus prácticas en Radio Callao. Luego llegó al diario Ojo y no paró. Fue editor del suplemento deportivo Crack, pasó a El Bocón y de allí dio el salto a la televisión gracias a Alberto Beingolea, quien lo llevó al programa Goles en acción. Pasó por la revista Once junto a Umberto Jara y luego a CMD (hoy Movistar Deportes), donde afianzó su carrera a lo largo de 15 años, matizados como columnista de El Comercio y comentarista en diferentes programas de radio. Peredo, desde niño, siempre tuvo claro que quería ser periodista deportivo. Su verdadera pasión.
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