Utilizar informes de entidades como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Banco Mundial (BM), podría ser un deporte de aventura. Y esto acaba de ocurrir con uno del BM. A medida que el Perú y otros países de América Latina se acercan a alcanzar sus metas de inflación para 2024, como señala el Banco Mundial, en un informe que publicó recientemente, se alimentan propuestas de reconfigurar los sistemas tributarios, volviendo a aparecer los famosos salvavidas como los impuestos a la riqueza pintados como herramientas para reducir desigualdades y estimular el crecimiento.
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¿De dónde sale la idea del impuesto a la riqueza? En América Latina, las tasas de impuesto a la renta son de las más altas del mundo, con un promedio del 24.7%, por encima del 23% OCDE, y del 19% de Asia. Esto desalienta la inversión y la innovación, lo que explica la propuesta de desplazar parte de la carga tributaria hacia activos fijos como propiedades (riquezas), que son inamovibles y difíciles de evadir. Sin embargo, este enfoque ignora un principio fundamental del libre mercado: más impuestos, sin importar a qué se apliquen, tienden a generar ineficiencias. Un impuesto a la riqueza, según Camila Costa, directora y economista de la Asociación de Contribuyentes, puede aumentar los costos de inversión y desincentivar la acumulación de capital, promoviendo la fuga de capitales. Estos capitales en vez de invertirse en el Perú se irían a países que no tienen tanta carga tributaria y otros aspectos positivos como seguridad jurídica.
Un informe reciente del Banco Mundial, utilizado equivocadamente por sectores prointervención y crecimiento del Estado, sugiere que gravar propiedades es un impuesto “menos dañino” para la economía, al afectar menos el crecimiento económico versus gravar impuestos a la renta o consumo, pero esto no es absoluto. De hecho, un análisis de gabinete, general y poco aterrizado puede afirmar algo así, pero la realidad es diferente. Así, en Perú este argumento subestima el impacto que mayores impuestos pueden tener en la inversión y el ahorro, además en un contexto de inseguridad, inestabilidad y de un gobierno que malgasta el dinero y no brinda servicios públicos de calidad (en los últimos cinco años, el Estado peruano ha dejado de ejecutar S/146 mil millones en inversión pública, pero S/7 de cada S/10 los sigue usando para incrementar su planilla y su sueldo).
En un contexto así, donde el Estado no funciona y no sirve a los contribuyentes, los propietarios, al enfrentar mayores cargas impositivas, podrían reducir sus inversiones en mejoras de sus propiedades o incluso buscar alternativas en otros mercados.
En ese mismo informe, mal utilizado, el Banco Mundial también afirma que el 80% de la riqueza en América Latina está compuesta por propiedades, pero esta solo contribuye con el 2% de la recaudación, como advirtiendo que se le debería gravar con más impuestos. Sin embargo, ese dato nos debería llevar a otras preguntas más importantes: ¿por qué en Latinoamérica se acumula riqueza en propiedades? ¿Cómo fomentamos una mejor cultura financiera? ¿Cómo generamos otras formas de ahorro? ¿Qué estamos haciendo para generar más confianza en el mercado de modo que el capital se traslade a instrumentos diferentes?
En última instancia, la idea de que un impuesto a la riqueza podría mejorar el crecimiento en Perú es difícil de creer. El aumento de la carga tributaria sobre las propiedades no solo generaría costos administrativos, sino que también afectaría negativamente la inversión, el ahorro y, en consecuencia, el crecimiento económico. En lugar de buscar soluciones en más impuestos, la verdadera reforma debería centrarse en reducir el gasto ineficiente, mejorar la ejecución del presupuesto y crear un ambiente más propicio para la inversión y el desarrollo del sector formal. ¿Error o intencionalidad en la mala lectura de estos informes? Difícil de saber. Leer con más cuidado, fácil de pedir.
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