Por: Ricardo Briceño, Presidente de Textil del Valle y Agrícola Don Ricardo
Hoy, después de más de seis años en los que me ha tocado enfrentar un juicio injusto por lavado de activos, con el que no tengo absolutamente nada que ver, recién puedo mirar hacia atrás y entender que cometí algunos errores.
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Visto en retrospectiva, cuando el fiscal José Domingo Pérez decidió investigarme por haber desarrollado una campaña en apoyo a la inversión privada desde Confiep, tal vez no debimos salir a argumentar que no habíamos apoyado ninguna campaña electoral, tal vez en lugar de desgañitarnos explicando que jamás recaudamos fondos en favor de ningún candidato; tanto Confiep como yo debimos haber salido a reafirmar, desde un inicio y con la frente en alto, que nos sentíamos orgullosos de defender el modelo económico que durante dos décadas había traído progreso y bienestar a los peruanos. Y que no íbamos a permitir que se criminalice la libertad de pensamiento. Ese fue el propósito de nuestros programas de apoyo a la inversión privada, que se tradujo en piezas de comunicación sin ninguna carga política, que se financió con dinero limpio y que la Fiscalía inexplicablemente quiere criminalizar.
¿Por qué, en su momento, no dijimos en voz alta, que defendíamos la libre empresa, el modelo capitalista con respeto a los derechos fundamentales de los ciudadanos, el derecho a generar riqueza y dar trabajo sin vergüenza ni temor? ¿Por qué no salíamos a decir que los empresarios, como cualquier otro ciudadano, tenemos el derecho de apoyar y contribuir con los partidos políticos que coincidan con nuestras ideas? ¿Es acaso un delito?
Los últimos años han sido de zozobra y angustia para todos, y los empresarios hemos mantenido un perfil bajo con el temor de que se nos encaje gratuitamente el sambenito de corruptos o se nos enjuicie por tratar de cambiar las cosas. A lo largo de este tiempo, hemos sido testigos de un deterioro constante de nuestra sociedad y nuestras instituciones. El resultado de las elecciones de 2011 dio inicio a un proceso de polarización en las preferencias políticas y un retroceso en el plano económico que no pudo mantener el impulso de crecimiento al que estábamos acostumbrados.
Luego, en 2016, creímos que volvíamos a la senda trazada cuando dos candidatos con planes de gobierno favorables a la economía social de mercado pasaron a la segunda vuelta. Los empresarios estábamos esperanzados en que un Ejecutivo y un Legislativo con la misma visión de desarrollo podrían reformar el Estado y dar las leyes necesarias para afianzar el crecimiento y beneficiar a más peruanos, pero nos equivocamos. Otra vez la polarización, las fuerzas políticas sin voluntad de diálogo, las mezquindades personales, las miradas cortoplacistas se impusieron y provocaron que tuviéramos cinco presidentes y tres congresos de la República entre 2016 y 2021; y que los pilares que sostienen una nación como son los poderes del Estado (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) entraran en un proceso acelerado de descomposición que ha hecho nuestro país ingobernable.
Hemos sido testigos asustados de un desmantelamiento del Perú y nuestra voz ha dejado de sonar con la contundencia de otros tiempos. Los empresarios hemos asumido gremialmente los delitos de algunos, que no son todos y no son la regla, y hemos actuado como si querer el desarrollo de nuestro país fuera un pecado. Pero ya estuvo bueno.
Pese a lo vivido, a las persecuciones injustas, a ver cada día cómo se toman las peores decisiones para nuestro futuro, me ha regresado el optimismo. Soy un convencido de que el Perú es un país viable, lleno de recursos y sobre todo de gente muy valiosa, donde la suma del empeño, el talento y la resiliencia de nuestra población conforman nuestro activo más importante. Soy un convencido que ahora es momento de que un nuevo empresariado comprometido diga basta. Basta a la satanización de quienes quieren generar riqueza y puestos de trabajo.
Basta de enfrentar a los peruanos pensando que si uno tiene recursos, el otro se queda sin nada. Basta de tergiversar un modelo que no plantea la bonanza de unos cuantos, sino el bienestar de la mayoría, porque una economía de mercado se robustece si mejoro yo y mejora ese otro que está a mi lado. Solo así habrá más peruanos con más poder adquisitivo, más industrias saldrán adelante, y habrá más trabajo.
Para que ese sueño de una sociedad próspera vuelva a tener sentido, cada uno debe hacer su parte. Ya no son tiempos de “el cholo barato”, es nuestra obligación poner en valor el empeño, el esfuerzo y la creatividad de nuestra gente para insertar cada vez a más peruanos en la economía de mercado y sacarlos de la informalidad. Tampoco hay espacio para el proteccionismo y el mercantilismo, ahora competimos a nivel global y para eso contamos con una generación de empresarios capaces de hacerlo.
Al final de todo túnel siempre hay una luz. Hace unas semanas, cuando se inició el juicio en el que estoy injustamente involucrado, la Confiep sacó un comunicado protestando enérgicamente por este atropello e indicando que jamás hice un uso fraudulento de dinero alguno. Fue ese comunicado emitido el 2 de julio, por acuerdo unánime del directorio, lo que renovó mis esperanzas de que el mundo que habito hoy es diferente.
Estamos listos para demostrar que somos un empresariado consciente, que trabaja por su país, y que no teme defenderse gremialmente ante los abusos de cualquier forma de poder. Pero para eso nos tenemos que hacer cargo y si eso implica participar en política habrá que hacerlo sin temor y con la frente en alto.
Por eso aprovecho mi renovado optimismo y hago un llamado a la nueva generación de empresarios: abandonen su zona de confort, participen activamente en el debate nacional, sean actores directos en el proceso electoral que ya se inició. El 2026 está a la vuelta de la esquina. Ya viene siendo hora de que volvamos a confiar en nosotros mismos, en nuestro país, en su gente y que seamos los protagonistas de construir un futuro mejor. Es hoy, no mañana. Sin miedo y con mucho orgullo.