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Socialista americano
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Cuando Bernard Sanders irrumpió en la política nacional de los EE.UU. arrastraba consigo un bagaje político peculiar y hasta hace poco considerado tóxico. Pues, después de todo declararse socialista en el país que más férreamente combatió a la URSS y que fraguó su conciencia nacional en las antípodas de aquellos ideales, era considerado un suicidio político.
Alcalde, Congresista y Senador, Bernie – como es conocido entre la juventud y sus bases- saltó a la fama durante la campaña del 2016. Lo que comenzó sobre tarimas improvisadas y picnics vecinales frente a jubilados, terminó en estrados multitudinarios y en debates a nivel nacional. El anciano de pelo níveo y desgreñado, de acento profundamente neojerseíta lo había logrado: había resucitado al socialismo de las tinieblas, y esta vez con un radical cambio de diseño, convirtiéndolo en algo cool, chévere, en definitiva, moderno.
Pero, ¿qué es exactamente lo que lo convierte en una figura tan popular? Muchos estudios concuerdan que la calidad de vida de esta generación será peor que las de sus padres; la deuda universitaria, la falta de transparencia en los seguros de salud, los costes de vida al alza y la destrucción del tejido industrial norteamericano están empujando a la población hacia ideas que, si bien a primera vista parecen suculentas, al final generarán más problemas.
Sin embargo, la mayoría de estos lastres encuentran su origen en malas políticas públicas que el Estado no ha hecho más que emporar. Tomemos el ejemplo de la abotargada deuda estudiantil que se ha convertido en la segunda categoría de deuda más grande después de la hipotecaria, alcanzando los 1.4 billones de dólares. Esto debido a que el Gobierno Federal avala las deudas que los estudiantes contraen, lo que impelió a las universidades a incrementar sus matrículas groseramente. Después de todo, el Estado nunca quiebra.
La alternativa según Sanders es condonar la deuda estudiantil y convertir en gratuita la educación superior. Creo que es debatible la primera propuesta; en ningún lugar del mundo los jóvenes deberían quebrar por recibir una educación universitaria. En cuanto a lo segundo, lo bueno de los EE.UU. es que aquello puede ser relegado perfectamente al plano estatal y que de esa forma se libre una competencia entre aquellos Estados que no quieran financiar un sistema público universitario y los que sí lo quieran. Pero si algo nos ha demostrado el Reino Unido es que si se pueden tener universidades públicas de primer nivel, aunque no totalmente gratuitas.
Por otro lado Bernie buscaría implantar un sistema de salud universal (algo que su rival a las primarias demócratas, Elizabeth Warren, le ha copiado) en detrimento de las aseguradoras privadas. Durante mucho tiempo la falta de transparencia en el negocio asegurador en los EE.UU. ha jugado en contra del consumidor, ya que a la hora de contratar un seguro no existe información fiable y transparente con la que ponderar, gracias a que Washington, sirviéndose de leyes y presionado por algunos lobbies, otorgó facilidades a las aseguradoras y colocó barreras a la libre competencia, en concreto a la accesibilidad de información.
Esto hace que, por ver a un mismo especialista, dos personas paguen tarifas completamente diferentes, permitiendo a las aseguradoras cobrar primas leoninas y cada vez más altas a los norteamericanos. Si bien el sector de salud representa un 18% del PIB en los EE.UU. el plan de Sanders reduciría ese porcentaje, pero el gasto vendría completamente del sector público, es decir de impuestos y deuda.
Por supuesto, la pregunta más importante que se están haciendo los estadounidenses es ¿de dónde saldrá el dinero para pagar todas estas propuestas? No está claro aún, pero la mente maestra detrás del plan económico de Sanders es la economista Stephanie Kelton escritora del lucido libro “El mito del déficit” y ferviente partidaria de un sistema universal de salud. Solo queda esperar y ver qué pasara en estas primarias tan raras.
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