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Jeremías Gamboa y la conquista de Lima en Ciudad de Cuentos
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El virus obliga a Lima a iniciar una gran transformación

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Fecha Actualización
Lima está desnuda. Por culpa de la cuarentena a la que obligó el coronavirus (o gracias a ella) las calles de la ciudad lucen vacías, el canto de los pájaros no compite con la bocina de los autos, el agua de los ríos luce transparente y la flora y fauna han recuperado su espacio a orillas del mar. Pero también han quedado expuestos problemas que ignoramos debido a la rutina diaria y otros a los que ya estábamos habituados.
Enfrentar al coronavirus requiere orden e higiene, pero esas necesidades se estrellan con mercados insalubres, un sistema de transporte informal y la falta de agua en millones de hogares. Todos son problemas que nos exponen a una realidad difícil, pero también a oportunidades de cambio.
Mercado de virus
El Mercado de Frutas de La Victoria fue clausurado este viernes por la municipalidad distrital, luego de que el 90% de comerciantes diera positivo a la prueba del COVID-19. No es novedad. Los mercados de Lima (y del Perú) se han convertido en los principales focos infecciosos. Lo que antes teníamos como un entrañable espacio cotidiano, hoy se revela como insalubre.
“La manera como se ha establecido el negocio de los mercados en las últimas décadas tiende a la informalidad”, explica el sociólogo Julio Calderón, especialista en gestión y planificación urbana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. “Por ejemplo, en Chile un mercado es un atractivo turístico. Uno va a comer y todo está limpio. Acá nos hemos habituado al mercado insalubre. Y la fiscalización se hace muy difícil porque está parcelado, porque cada comerciante es dueño de su local”.
Calderón recuerda que a inicios del siglo XX los mercados de Lima eran propiedad municipal. Cada local era arrendado, lo que permitía mayor control. Eso se fue perdiendo en los últimos 40 años con el avance de la lógica de privatización. “Detrás de esto está el desprestigio del espacio público. Eso creó las bases para privatizarlo todo y no siempre funcionó. En los mercados, cada comerciante se adueñó de su local, los municipios perdieron autoridad para fiscalizar y esos pequeños propietarios no se preocuparon por mejorar la atención. Por eso los grandes inversionistas no quieren entrar en ese negocio, porque es difícil tratar con tantos propietarios”, explica.
El Ministerio de Agricultura y Riego ha lanzado un programa de mercados itinerantes a nivel nacional con protocolos de sanidad para evitar que se conviertan en espacios de contagio. El plan contempla capacitación a los comerciantes de los mercados para que tengan estándares mayores. Nuestra necesidad de alimentos es algo que no cambiará. Lo que sí debe cambiar son las condiciones de los lugares donde vamos a comprarlos. Es una exigencia de la “nueva normalidad” que mencionan las autoridades y que nos espera al final de la cuarentena. El tiempo corre.
Recuperar el barrio
Según el observatorio Lima Cómo Vamos, el 75% de limeños utiliza el transporte público. Además, un estudio del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) indica que los habitantes de Lima gastan en promedio más de 2 horas en el transporte público cuando viajan de casa al trabajo. La pandemia solo revela lo que siempre fue una realidad: la mayoría de los ciudadanos de Lima, sin recursos para adquirir un vehículo propio, están más expuestos al contagio. Pese a los esfuerzos para que en el Metropolitano y en la Línea 1 haya una permanente desinfección y se respete la distancia entre los pasajeros, no hay perspectiva de que en combis y colectivos se tomen medidas serias para evitar la propagación del virus.
“Esta pandemia nos confronta con situaciones que habíamos aceptado como normales, como viajar apretados en un bus o una combi, o no tener servicios de calidad”, dice Mariana Alegre, directora de Lima Cómo Vamos.
“Es evidente que la desigualdad es enorme, que no todos podemos enfrentar al coronavirus con los mismos recursos. Hemos construido una ciudad desorganizada y dispersa, de grandes distancias, atravesada por un sistema de transporte que nos expone al peligro”.
La solución que plantea el futuro, explica Alegre, no solo pasa por una red de ciclovías o un transporte público organizado, sino por cambiar las rutinas que implican largos viajes permanentes. Nuestra vida en la ciudad debe obligarnos a movilizarnos menos, recuperando la vitalidad y dinámica social, cultural y económica del barrio.
“Hay que ser menos consumidores y recuperar ciudadanía. Hay que recuperar el valor de los servicios públicos y tener al barrio en el centro de esa recuperación. Debemos fortalecer la lógica de la escuela y del centro médico del barrio. Con más servicios a la mano, nos trasladaremos menos innecesariamente. Hay que romper esa idea individualista de que no necesitamos nada del Estado. Un norte al que debemos apuntar es la autosostenibilidad a través de una nueva vida en comunidad”, explica.
Agua nuestra de cada día
“Hay muchas personas bienintencionadas que repiten que para enfrentar al coronavirus debemos lavarnos las manos con agua y con jabón. Eso es verdad, pero no refleja la realidad de miles de limeños”, explica Miguel Romero, arquitecto urbanista y teniente alcalde de Lima.
Al menos 700 mil personas en la capital no cuentan con acceso a agua potable en sus hogares, según cifras de la Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento (Sunass). Algunos especialistas incluso dicen que la cifra es mayor.
“Hoy el debate se centra en ciclovías o veredas más anchas. Esas son cosas importantes, pero lo urgente es la falta de agua en la ciudad. Ese debe ser el primer tema en la nueva lista de preocupaciones. ¿Cómo es posible que haya gente que riegue su jardín con agua potable cuando hay miles que no tienen acceso al agua para su higiene personal o para cualquier otra cosa? Lo peor es que a estos últimos les cuesta más el agua porque les llega en camiones cisterna. Es un tema nacional. Por eso nuestras ciudades están tan expuestas a una pandemia”, comenta.
Pese a las dificultades a las que nos enfrenta el coronavirus, pese a los problemas de organización, higiene y ausencia de servicios, “el 70% de Lima es una ciudad por construir y esa es una oportunidad para hacer de esta una capital moderna y más habitable”, dice Romero.
Puede que esa oportunidad sea la última que tengamos para cambiar la ciudad y cambiarnos a nosotros como sociedad.