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Hace un año se reportó el primer caso de COVID-19 y todo cambió
No teníamos idea de la magnitud del alcance mortal del temido virus y de los contagios que iban a ocurrir en el país.
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Hace un año se anunció lo que veníamos observando en China y Europa como algo lejano: el coronavirus llegaba al Perú. Un joven piloto que había estado en Italia y en otros países del Viejo Continente se convirtió en el caso cero, generando zozobra, un sinnúmero de interrogantes, pues se trataba de un virus desconocido, que cinco días después una preocupada Organización Mundial de la Salud –debido a su rápida propagación y alta letalidad– calificó como pandémico.
Nuestro precario sistema de salud estaba desprevenido, desorganizado sin los soldados ni armas suficientes para luchar contra este enemigo invisible. Las autoridades a cargo, en esos días, no imaginaban la magnitud del bombardeo de casos y bajas que se nos venía, tanto en pacientes como en personal sanitario.
La entonces ministra de Salud, Elizabeth Hinostroza, dijo que estábamos preparados para enfrentar la llegada del virus con 75 camas para casos graves y cinco hospitales de Lima equipados, sin tomar en cuenta las regiones. Tampoco se creyó que pasaríamos de los 50 mil casos. Los contagios se empezaron a propagar y el 11 de marzo el entonces presidente, Martín Vizcarra, declaró emergencia sanitaria nacional por un plazo de 90 días –vigente hasta ahora– y anunciaba el cierre de las escuelas públicas y privadas. Las universidades también hicieron lo mismo. La educación se transformó sobre la marcha y pasó a ser virtual.
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El 15 de marzo, cuando se reportaban más de 86 contagios y pacientes internados en hospitalización y UCI, Vizcarra aplicó el primer martillazo: cuarentena general por 15 días –que se extendió hasta el 1 de julio–, se anunciaron los bonos para apoyar a las familias vulnerables, así como el cierre de las fronteras, se suspendieron vuelos nacionales y extranjeros, así como los viajes interprovinciales terrestres, marítimos, pluviales. Nadie entraba ni salía.
Miles de peruanos quedaron varados en el extranjero, durmiendo en aeropuertos o en hoteles proporcionados por la Cancillería, hasta que se habilitaron los vuelos de emergencia, gracias a acuerdos con algunos países que también buscaban el retorno de sus compatriotas.
Las calles de Lima y del resto del país, las primeras semanas, estaban vacías como veíamos en las imágenes de Wuhan (China), con estricto control policial y militar. Se suspendió la mayoría de las actividades económicas y todas las sociales y deportivas. Debíamos usar mascarillas y guantes. Ya no podíamos celebrar cumpleaños, ver familiares ni mucho menos abrazarlos. La desinfección era extrema: alcohol y lejía era la norma. El 19 de marzo se reportaron los tres primeros fallecidos y desde entonces ya no hubo despedidas, sino arrebatos...
Luego llegó el segundo martillazo: se extendió el confinamiento, empezaron los despidos masivos, el teletrabajo, los mercados se convirtieron en foco de contagio y hubo aglomeración con las salidas por género.
El 15 de abril se levantó la cuarentena de facto ante la necesidad económica, aumentó el comercio ambulatorio y empezó el éxodo interprovincial. Miles, sin trabajo, decidieron regresar caminando a sus ciudades de origen, obligando al gobierno a aplicar un plan de retorno. Los casos se dispararon en varias regiones del país –Iquitos mostró el peor escenario–, escaseó el oxígeno y su precio se disparó, llegando a S/6 mil un balón. Pero la solidaridad también estuvo presente: las donaciones de las iglesias, sector privado y la ciudadanía para hacer frente a esta y otras necesidades, como plantas de oxígeno, medicinas o víveres.
En julio se empezaron a reactivar algunas actividades económicas en diferentes sectores. Abrieron los restaurantes, centros comerciales, con reducido aforo, y los viajes nacionales aéreos y terrestres se restablecieron con rigurosos protocolos. Ese mes también llegamos al pico de 1,049 muertes diarias y volvieron las restricciones de los domingos. Luego llegó un periodo de calma, descenso de casos y la población bajó la guardia, le perdió el miedo al virus y trató de volver a la normalidad.
En noviembre nos golpeó una crisis política. El Congreso sacó a Vizcarra y puso a Manuel Merino, lo que desencadenó marchas a nivel nacional en contra del golpe de Estado, que terminaron con la juramentación de Francisco Sagasti. Con el cambio de gobierno todos nos enteramos de que no teníamos firmado contrato con una sola vacuna. Sinopharm se convirtió, luego, en la única esperanza, cuando la segunda ola ya estaba encima de nosotros. Aunque la entonces ministra de Salud, Pilar Mazzetti, insistía en que se trataba de un brote, en varias regiones los hospitales ya estaban colapsados.
En pocas semanas alcanzamos un pico similar al de la primera ola, por la llegada de cepas más agresivas. Aunque en marzo de 2020 teníamos 99 camas UCI y hoy 2,264 y las camas hospitalarias pasaron de 555 a 22,017, enfrentamos una catástrofe sanitaria por falta de organización, escasez de recursos y, entre otros, de oxígeno, vital para luchar en esta guerra en la que han muerto de manera oficial 47,306 –Sinadef dice que son 109,943– y se contagiaron 1 millón 349 mil 847 personas; y que, además, tiene otros frentes que son la corrupción, donde exfuncionarios lograron saltarse la fila para vacunarse primero.
DATOS
Durante la emergencia sanitaria y la cuarentena se implementó el pase laboral y el pase vehicular para poder circular fuera del horario permitido.Un total de 1,554 personas fueron intervenidas en Lima por participar en fiestas COVID. A nivel nacional, la Policía intervino a 8,434 personas por no respetar las normas de bioseguridad. Las multas van hasta S/387.Cerca de 60 mil peruanos fueron repatriados y 80 mil extranjeros retornaron a sus países, a través de vuelos humanitarios entre estados. Las gestiones se realizaron a través de Cancillería, Indeci, FF.AA. y Mincetur.Durante el éxodo migratorio, un promedio de 65 mil connacionales fueron movilizados vía aérea y terrestre, por el MTC, Indeci, Minsa y la Policía.Durante la pandemia, muchas personas y negocios tuvieron que reinventarse, cambiar de rubro y adaptarse a las nuevas exigencias.
Carlos Bromley - Médico psiquiatra
“La vacuna inyecta esperanza”
La pandemia ha ocasionado un incremento de problemas de salud mental en la población en general. Primero, el agravamiento de quienes lo tenían y, segundo, la aparición de problemas en aquellos que no lo tenían. Se trata de ansiedad, depresión, estrés y aumento de consumo de licor.
Esto se debe a la restricción de las atenciones y, en segundo lugar, al confinamiento, la pérdida de relaciones sociales, el trabajo remoto, dificultades económicas, asentamiento de pobreza, negocio informal y, de manera referida a los últimos meses, la fatiga pandémica (agotamiento emocional de la persona después de 11 meses para cumplir con las indicaciones de seguridad y protección).
Algunos se adaptaron, pero otros no. Todo apunta a que este año se resuelve con la vacuna, que da un mensaje de esperanza, que inyecta optimismo. El saber que tiene un término genera bienestar, ya no hay esa angustia ni incertidumbre.
Gabriela Minaya - Infectóloga
“Se desnudó el sistema de salud”
El coronavirus ha dejado desnudado todo el sistema de salud precario y fragmentado. No hay un sistema único que maneje una rectoría, ya que tenemos diferentes tipos de conducciones: Fuerzas Armadas, Policía, clínicas, Minsa y Essalud.
Todo ha sido básicamente manejado a nivel hospitalario porque, al principio, se cerraron las postas, cuando debieron estar preparadas con especialistas y balones de oxígeno. La Organización Mundial de la Salud promueve la atención primaria como la base del sistema de salud.
Así hayamos mejorado nuestro equipamiento, son decenas de miles los fallecidos porque no tenemos un sistema de salud único, organizado, fuerte, con un horizonte enfocado en la atención primaria. En consecuencia, la única forma en que podríamos decir que hemos aprendido, es fortalecer el sistema de salud público. Si no son conscientes que debe haber una reforma, no hemos aprendido nada.
Miguel Palacios - Decano del Colegio Médico del Perú
“Hubo terquedad política”
A lo largo de la pandemia, como Colegio Médico propusimos cuarentenas focalizadas, pruebas moleculares, cerco epidemiológico, que es lo que usó China y toda Asia, dando excelentes resultados. Eso cortaba la transmisión y permitía funcionar la economía. El problema es que hubo mucha terquedad política, pensando que las decisiones deben ser políticas y no técnicas.
Se dio una cuarentena larga, indiscriminada e innecesaria, que luego fue desacatada y el virus agarró velocidad, haciendo el contagio incontrolable. La factura son las decenas de miles de muertes.
El Colegio Médico ha perdido a 366 profesionales, muchos de ellos con dos especialidades. Hay muchos huérfanos.
El escándalo de las vacunas para nada enturbia este gesto de generosidad, de amor al prójimo de estos médicos que murieron al lado de sus pacientes. Son héroes de carne y hueso, hombres y mujeres en todo el Perú.
CIFRAS
366 médicos fallecieron durante la pandemia y 50 están en UCI.33 enfermeras perdieron la vida trabajando durante la pandemia.642 policías murieron como consecuencia del virus, desde el 16 de marzo 2020 hasta el 2 de marzo de 2021.5 Ministros de Salud pasaron desde que llegó el COVID al Perú: Elizabeth Hinostroza, Víctor Zamora, Pilar Mazzetti, Abel Salinas y Óscar Ugarte.157 miembros de las FF.AA. perdieron la vida como consecuencia de la pandemia.
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