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El día más largo todavía no termina [CRÓNICA DESDE CIUDAD DE MÉXICO]

En esta capital del país, donde el tiempo es gris, los voluntarios son el color y la vida.

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Fecha Actualización
Por Elia Baltazar (Periodista mexicana)
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Han transcurrido horas difíciles que empeoran con la lluvia que ahora cae sobre la capital del país. A esta hora, todos en esta capital seguimos esperando que salga con vida, de los escombros, algún otro niño o niña que quedó atrapado en la escuela Erique Rébsamen. Que los rescatistas levanten su mano para pedir el silencio que revive las esperanzas de hallar a alguien más con vida entre los restos de la fábrica textil de Chimalpopoca y Bolívar. Que de los edificios colapsado de Lindavista, Del Valle, Portales, Condesa, entre otras, pueda salir alguien más. Que a los pueblos de Xochimilco llegue la ayuda, a pesar del tráfico desbordado por la necesidad de dar que todos tenemos aquí. Y que ya no caiga un edificio más...
Son horas difíciles para todos. Sobre todo para quienes siguen esperando que aparezca la persona que esperan, que salga de donde está, que de los rostros de los rescatistas brote el gesto que todos esperamos alrededor. Pero las posibilidades son cada vez menos y en las caras de los cuerpos de ayuda del Ejército, la Marina, las policías, los topos, los voluntarios se va borrando la esperanza. A pura fuerza y coraje mueven piedras, levantan cubetas con arena y tierra, colocan polines. “Qué desesperación”, dice una mujer que lleva en las manos bolsas de comida y agua para todos los que ayudan en el perímetro de la fábrica textil de la colonia Obrera.
El tráfico es lo peor. La desesperación de no llegar, no avanzar hacia donde alguien espera algo de todos nosotros. Pero en estas horas todos estamos dispuestos a aguantar, a avanzar lento con tal de llevar los víveres, cobijas, medicamentos, equipo de rescate… Lo que sea, con tal de saber que en algo hemos contribuido para que estas horas duelan menos a quienes más han lastimado: a los que se quedaron sin un padre, una madre, una abuela, un abuelo, un hijo, una hija, un vecino, algún amigo. Muchos, en esta ciudad, lo perdieron todo en estas horas: su casa, por ejemplo. A los edificios derrumbados, se suman decenas más que han sido desalojados por daños en sus estructuras o por riesgo de colapso. Allí hay gente que no se quiere mover. Otros, por el miedo, han decido hacer una mudanza de emergencia y llevarse consigo lo que puedan. Pero la mayoría sigue a la puerta de sus casas, esperando no saben qué. Personal de Protección Civil de la Ciudad de México va de un edificio a otro, explica a los vecinos el daño en sus casas y edificios, intenta convencerlos de que pasen la noche en otro lado, con algún familiar, en un albergue. Algunos ceden y otros no. ¿Quién les asegura que no les robarán lo que les queda? La imagen se repite una y otra vez por el rumbo de las colonias Roma y Condesa, dos de las más caras zonas para vivir en la ciudad, donde edificios de departamentos de lujo, construidos hace no más de 5 años, tal vez menos, presentan daños.
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A las puertas de los servicios forenses van y vienen familias que ya recorrieron hospitales y revisaron listas y llegaron aquí, al último lugar al que quisieran acudir, a buscar a los que les faltan en casa. No hay consuelo que alcance para ellos.
En esta capital del país, donde el tiempo es gris, los voluntarios son el color y la vida: cientos de jóvenes, mujeres, hombres, familias enteras que no paran de llevar ayuda a todos los centros de acopio, algunos ya rebasados, y donde el problema es cómo y a dónde llevarlo todo. Hay mucho y parece insuficiente. Pero nada detiene el trabajo. Ni en las calles ni en los centros de acopio, donde las manos no dejan de moverse para clasificar la ayuda, hacer paquetes de botiquines, de comida, repartir entre los muchos jóvenes que a bordo de bicicletas y motos han sido el medio más útil para hacer llegar los paquetes de ayuda.
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Cuadrillas completas, con picos y palas, cubiertas sus bocas, bajo cascos de colores, recorren la ciudad para ofrecer sus manos, su fuerza todavía fresca, para relevarse unos y otros. Cualquiera en auto para y les ofrece llevarlos. A donde sea, no importa. Todos quieren llegar a algún lado. Pero ahora llueve, y todos sabemos que allá afuera hay gente a la intemperie. Llueve y la lluvia la sentimos todos, aun quienes estamos bajo techo en este que ha sido el día más largo y más triste para la Ciudad de México, desde aquel 19 de septiembre de 1985.