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Las estremecedoras confesiones en un diario secreto del siglo XIX recién descubierto
En el diario retrató la vida de ese entonces, tocando temas como el sexo, el crimen y la religión. Fue descubierto en un castillo en los alpes de Francia.
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"Feliz mortal: cuando leas esto, ya no estaré aquí. Mi historia es corta, sincera y franca, porque nadie más que tú verá mis escritos", se lee en parte de los escritos que dejó un francés en el reverso del piso de madera de un castillo de Picomtal, en los Alpes franceses.
"Estas son las palabras de un trabajador común, un hombre del pueblo. Él dice algunas cosas que son muy personales, porque sabe que no van a ser leídas sino en un futuro muy lejano", señala el historiador Jacques-Olivier Boudon, de la Universidad de la Sorbona.
Los grabados, firmados por un tal Joachim Martin, fueron descubiertos cuando decidieron renovar los pisos en algunas de las habitaciones. Se presume que fueron escritos a lo largo de varios meses entre 1880 y 1881 por él mientras instalaba el piso, dado que era un carpintero.
Cuatro bebés enterrados
"En 1868 pasé, a la medianoche, por la entrada de un establo. Escuché gemidos. Era la amante de uno de mis viejos amigos que estaba dando a luz", nos cuenta. Con el tiempo, la mujer dio a luz a seis hijos y cuatro de ellos están enterrados en el establo.
Quien habría cometido los asesinatos fue su amigo y amante de la mujer. "Este (criminal) está ahora tratando de arruinar mi matrimonio. Con solo decir una palabra y apuntar a los establos puedo mandarlos a prisión. Pero no lo haré. Él es mi amigo de la infancia. Y su madre es la amante de mi padre".
Los infanticidios eran ciertamente un delito, pero es muy posible que en una época en la que no existían los métodos anticonceptivos, fuera una práctica extendida.
El cura lascivo
"Primero, me parece muy mal que se meta en nuestros asuntos de familia, preguntando cómo uno hace el amor con su esposa (de hecho usa una palabra más vulgar)", en referencia a uno de los sacerdotes locales, el Abad Lagier.
Para el carpintero, el cura era un mujeriego obsesivo que abusaba de los creyentes durante la confesión de sus pecados para obtener gratificación sexual. "Quiere saber cuántas veces al mes", dice el carpintero, y en qué posiciones. "Habría que colgar a ese cerdo".
El historiador Boudon, explica que es posible que el Abad Lagier se estuviese comportando dentro del marco de lo permitido al preguntarle a las mujeres sobre su vida sexual durante la confesión.
"Tenían el deber de convencer a las parejas de no practicar ninguna modalidad sexual que no favoreciera la concepción de un niño", señala el catedrático de la Sorbona.
Los sacerdotes y la medicina
Aquí surge otro dato fascinante sobre la vida en los pueblos. Resulta ser que muchos curas párrocos cumplían también la función de sanadores, para oprobio de los médicos.
En la zona donde vivió Martín, no había muchos médicos, con lo cual los curas se ocupaban con frecuencia de acompañar a los enfermos; y el abad, como médico, no era bueno.
Cuando pidieron cambiar de cura, el pueblo pidió que fuera protestante dado que el pastor sí podía casarse y, por ello quizás, fuera menos libidinoso, lo cual resultaba bastante atractivo.
Sobre el autor
Joachim Martin nació en 1842 y murió en 1897. De joven ganaba dinero tocando el violín en las fiestas de pueblo y llegó a tener cuatro hijos. No se sabe mucho más de él, tampoco se conserva ninguna fotografía suya.
Para Boudon, el carpintero era, evidentemente, un hombre de una gran inteligencia y sensibilidad. En su diario de madera, él le habla directamente al lector desconocido con la esperanza de que un día encuentre este tesoro.
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