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30 de setiembre de 2019
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Pasada la euforia del momento, es difícil celebrar lo ocurrido, pues la crisis es tremenda y tiene para rato. Pero lo cierto es que el Legislativo llevó la situación a niveles inviables. El gobierno tenía que hacer algo y decidió cortar la raíz del problema: al Congreso.
El Congreso pudo evitar este desenlace. En la mañana, el bloque mayoritario debió llevar la moción de confianza a debate y votación, pero, en cambio, decidió probar suerte para ver si llegaba a los votos suficientes que le permitieran copar el TC. La arrogancia fujiaprista y la actitud gamonal de Olaechea se impusieron, repitiendo la prepotencia que los ha caracterizado, colocando al gobierno entre la espada y la pared.
Habría que ser ingenuos para no darse cuenta de lo que hicieron: en la mañana forzaron la votación para elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional, hasta que se dieron cuenta de que no tenían los votos necesarios (salvo para uno, el primo de Olaechea). Llegaron al punto de usar un voto fraguado. Luego, al ver que no podían seguir porque no tenían los votos para los otros candidatos, se detuvieron para replantear su estrategia y pasar a un supuesto “diálogo”. Pero esta era una nueva mecedora y una muestra más del cinismo al que nos han malacostumbrado.
El debate sobre la constitucionalidad de la medida no ha terminado. Es una situación límite, pero que ha sido construida por legisladores que sistemáticamente han hecho lo imposible para obstruir y destruir, y que intentarán seguir haciéndolo, a pesar de que luego sean acusados de usurpación y sedición.
Lo que hemos visto es un momento histórico y revelador de la forma en que estamos llegando al bicentenario.
Si de algo debe servir este trance, es para romper con la medianía política que ha marcado las últimas décadas y establecer un nuevo comienzo.
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