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A la corta y a la larga
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Las cosas políticas ocurren en Perú a tal velocidad que no las podemos entender del todo. Para no perdernos en ese torbellino de corta duración, Fernand Braudel propuso analizar los hechos como manifestaciones de estructuras, que él llama la historia de larga duración. Por ejemplo, podemos estudiar el siglo XX a partir de las dos guerras mundiales, de la bomba atómica, de la conquista del espacio, de la caída del Muro de Berlín o desde el fútbol. Pero, para la larga duración, lo más destacado ha sido el uso doméstico de la electricidad. La luz eléctrica amplió el tiempo útil; los artefactos eléctricos ahorraron trabajo; la radio, la televisión, el teléfono, las computadoras funcionan a electricidad y acercaron a la gente; las industrias también funcionan con electricidad; y, para generarla, se explotó gas y petróleo que aceleró el daño al medio ambiente. Son estos procesos de larga duración los que nos cambian la vida.
¿Qué larga duración está pasando este siglo? Pues mucho y en poco tiempo. El ataque a las Torres Gemelas en 2001 evidenció que el terrorismo se financiaba desde cuentas en paraísos fiscales y se acabó el secreto bancario. El tsunami en Tailandia en 2004 fue reportado por miles de personas desde sus teléfonos celulares y cambió el modo de hacer noticia. En la crisis de 2008 los bancos centrales más liberales salieron al rescate de las financieras, eran demasiado grandes para dejarlas caer. Ahora, los Estados que mejor han enfrentado la crisis sanitaria del COVID-19 son los que han podido rastrear a sus ciudadanos. El común denominador es una nueva forma de relación política, con Estados cada vez más poderosos. Van a dirigir la economía porque, en la recesión post-COVID, serán los únicos que pueden generar estímulos para reactivarla o producir déficits e inflación para frenarla. Van a tener tanta data sobre nosotros que, como anécdota, la Sunat española ha acotado impuestos a Shakira, demostrando con sus posts en Facebook e Instagram que vive en Barcelona y no en Bahamas.
Despreciamos la política y ahora nos asusta porque va a tener un poder enorme. El precio carísimo que hemos pagado no ha sido la fortuna dilapidada en corrupción, sino la destrucción de las instituciones diseñadas precisamente para protegernos de excesos y violaciones. Los escándalos alejaron a los mejores. De pronto amanecimos analfabetos de una realidad que aún no aprendemos a leer. Esa es la tarea pendiente. Y, para eso, hoy más que nunca, hay que observar, pensar, opinar, compartir, debatir y conciliar.
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