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Todo por una alcachofa
Mi hijo único, Carlitos, el amor de mi vida, está molesto conmigo. Dice que soy una mala madre. No quiere verme. Hace tres años se fue a estudiar a Austin, Texas, y me ha dejado sola en Lima y no quiere volver ni por Navidad.
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Jaime Bayly,Un hombre en la lunahttp://goo.gl/jeHNR
Yo quiero ir a verlo pero él me frena, me dice que no es el momento, que no está preparado para verme. ¿Cuándo va a estar preparado? Parece que cuando estén preparándome para enterrarme. Es una pena tremenda que Carlitos, el sol de mi vida, esté molesto conmigo. Siempre fui una buena madre con él. No era estricta ni controladora ni entrometida, lo llevé a Disney dos veces y le pagué todo su colegio y sus cumpleaños se los celebré siempre en el club con mago y payaso (que a veces eran el mismo chico). Carlitos y yo nos llevábamos bien hasta que ocurrió la desgracia. No debió ocurrir, le he pedido disculpas y no me cansaré de pedírselas, pero él no me perdona, es rencoroso como yo y se aferra al mal recuerdo, a la pelea que nos dividió. Yo no quería pelearme con él, lo adoraba, era la luz de mis ojos. Pero llevaba años viuda y abandonada desde que su papá falleció en un choque en la Costa Verde, ebrio, con dos travestis en el carro. Para mí fue una humillación que encontraran a mi esposo muerto y borracho y con dos travestis alicorados. Todo el mundo se enteró de que mi marido había muerto sacándome la vuelta con dos travestis. Fue el peor momento de mi vida, sin contar mi matrimonio religioso. Tuve que ir al entierro y llorar a mi marido y luego (yo ante todo soy una dama) fui al velorio de los travestis y presenté mis sentidas condolencias a sus familiares y les bajé un sencillo en sobre cerrado para que no me fueran a enjuiciar. Nunca más tuve relaciones con nadie. Quedé traumada. Me dediqué a ser una buena madre y a cuidar a mi hijo único Carlitos. Me dediqué también a la bebida, es cierto, pero moderadamente y sin excederme, no soy perfecta tampoco. Creo que, mal que mal, fui una buena madre. Fui madre y padre y no hubo mañana que no llevara a Carlitos al colegio y nunca me atrasé en sus pagos y lo llevé a Disney no una sino dos veces, la segunda vez que casi vomito, tengo fobia a la gente y más fobia a la gente feliz. Quién hubiera dicho que mi hijo y yo terminaríamos peleados: nadie, éramos íntimos. Hasta que pasó la desgracia. Yo llevaba años retirada de las cosas del amor. Ya soy una mujer mayor, tengo cincuenta y dos años, no me hacía ilusiones de que alguien viniera a humedecerme la vida. Desde que me enviudó mi marido habían pasado ocho años y yo estaba reseca y no me metía con nadie ni me tocaba solita: por respeto a mi hijo, nunca quise comprar un juguete erótico como los que recomendaba una gorda en televisión que después se volvió flaca. Yo soy una dama y ante todo me preocupaba mi imagen ante mi hijo. Quería ser un ejemplo para él. No quería fallarle, traer hombres a la casa, confundirlo, ni quería tampoco que me encontrase un día un juguetito como los que recomendaba la gorda mañosa en televisión. Pero hace tres años ocurrió la desgracia y hasta ahora Carlitos no me perdona. Una tarde a la salida del banco se me acercó un moreno bien plantado que me quería vender corazones de alcachofas. Yo le dije que no educadamente, pero el moreno me persiguió, me acosó, me dijo cosas que nunca me habían dicho y despertó a la mujer volcánica que yo tenía dormida. Era un negro lindo, alto, fibroso, y me miraba con ojitos de caramelo. No sé qué le vi que lo hice pasar a mi departamento para no quedar como una sobrada racista. Le ofrecí una bebida, un plátano, una gelatina. Me puso en la mesa sus corazones de alcachofa. Negociamos el precio. Le compré todas, a pesar de que odio las alcachofas. Y de repente, de la nada, el muchacho, que podía ser mi hijo, se me vino encima y me empezó a besuquear y toquetear. Yo no sabía que todavía vivía en mí la mujer que ese moreno juicioso supo despertarme aquella tarde. Yo juraba que esa mujer ya estaba muerta, reseca, decrépita. Pero, quién lo hubiera dicho, el vendedor de alcachofas se bajó el pantalón y en ese momento perdí la cabeza y me enamoré de él. Perdón por la franqueza, pero así fue: amor a primera vista. Y perdí por completo la noción del tiempo y me puse de rodillas y comencé a comerle la alcachofa. Y en esas estaba cuando entró mi hijo, malaya mi suerte, y me encontró de rodillas, comiéndomela toda, el moreno jalándome los pelos y diciéndome lisuras como nunca nadie me había rebajado tan rico. Pobre mi hijo, qué impresión tan tremenda se llevó de mí, no debe de ser fácil ver a tu mami en esa posición pecaminosa y un poquito ingrata a primera vista. Desde ese día todo se echó a perder con Carlitos. Dejó de verme como a una madre ejemplar. Me perdió el respeto. Me dijo que era una tal por cual, una borracha, una pe, que se la comía al primer vendedor callejero, que cuántas no me habría comido mientras él estaba en el colegio. Apenas terminó el colegio, se ganó una beca por jugar bien al fútbol y se fue a estudiar a Austin, Texas. No es beca completa, es media beca, así que yo le mando cada semestre su plata para que esté contento y me perdone. Pero no me perdona. No quiere verme. Dice que no está preparado para verme. Y así me tiene sufriendo ya tres años. Es una pena muy grande la que llevo. Reconozco que no debí comerle la alcachofa al moreno, reconozco que quedé como una hetaira ante mi hijo, pero soy humana, no soy perfecta, llevaba años respetando mi viudez hasta que ese bandido me tentó en la calle, me persiguió y se metió a mi casa y me mostró la boa constrictora. Qué trauma tan tremendo le quedó a mi hijo Carlitos, que apenas pudo se alejó de mí y no me habla más, hasta el día de hoy no me habla. Bueno, yo tampoco le hablo porque no sé su número de celular en Austin, pero le escribo e-mails y él me responde fríamente y siempre tratando de sacarme plata. Yo tengo plata, soy millonaria, vivo de la herencia que me dejó mi madre, que Dios tenga en conserva. Plata no me falta, plata me sobra, no me va a alcanzar el tiempo para gastarla en mi único vicio, que es la bebida. Mi hijo sabe que tengo plata y por eso se propasa conmigo y me pide más y más. Y yo le doy, pero cada vez que le mando una remesa me ilusiono con que me va a perdonar. Y no. No me perdona. Es orgulloso y altivo como yo, o como era yo hasta que conocí al vendedor de alcachofas. Tampoco me perdona que le haya comprado una casita a mi amigo moreno, que por cierto se llama Diosdado y me visita tres veces por semana para hacerme mi terapia. Cuando digo terapia me refiero a mis masajes, porque Diosdado es un masajista consumado, y también a lo otro, que se me ha vuelto un vicio, una necesidad. Y mi hijo sabe que le he regalado una casa a Diosdado en este barrio noble de Miraflores, frente a la huaca, y no me lo perdona, me dice que soy una idiota y una pe y que Diosdado me está sangrando. Mi hijo me juzga, me condena, no entiende que soy su madre pero también una mujer y tengo unas necesidades sentimentales y de las otras. Ya no sé qué hacer con Carlitos. Ahora me ha pedido plata para comprarse un carro carísimo. ¿Le mando plata o no le mando plata? Es una dilema tremendo. Me hace sufrir. Por un lado pienso: si no quiere verme, entonces que no me pida tanta plata. Por otro lado pienso: si le doy más plata, quizá quiera verme. Y al final cedo y le doy. Y rezo para que me perdone y me quiera ver, pero ya no me hago ilusiones y creo que mi hijo no me va a perdonar nunca por haberme encontrado de rodillas haciendo una mamada que me cambió la vida. Soy otra. He renacido. No vivo con Diosdado pero lo tengo acá cerquita y lo veo cuando lo necesito. No le pido a mi hijo que acepte Diosdado y sea su amigo en Facebook, tan solo le pido que me perdone con caridad cristiana, que se borre esa imagen libidinosa que tiene de mí y que entienda que antes de quedar embarazada de él y traerlo al mundo yo ya era una mujer y tenía mis fantasías y ahora me he vuelto a enamorar y no veo ningún problema de que Diosdado sea moreno, ¿por qué los gringos pueden tener a un presidente moreno y yo no puedo dejar que me presida mis partes un moreno? ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo sacar a un peruano de la pobreza? ¿Qué tiene de malo traerlo de Surquillo y hacerlo residente en Miraflores? ¿Qué tiene de malo haberme hecha adicta al sexo? ¿A quién le hago daño? ¿A quién? Hijito, por favor perdóname, por favor dime que estás preparado para verme, te prometo que los días que vaya a visitarte a Austin no hablaremos de Diosdado y te compraré el carro que quieras.
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