El término overkill en inglés se traduce, más o menos, como que se está exagerando —en demasía e innecesariamente— con el esfuerzo, intención o atención que se está usando para conseguir algo, básicamente por un exceso de celo o de falta de criterio. Es buscar enérgicamente destruir, obliterar o acabar totalmente con algo utilizando una fuerza desmesurada en relación con lo que se necesita para dicho objetivo. Literalmente, sería un “matar en exceso”.
Pues eso está sucediendo con el detenido, general Nicolás de Bari Hermoza, al que el IDL pretende procesar con un nuevo juicio (por el fugaz secuestro o detención arbitraria, según se vea, de Gorriti durante el autogolpe fujimorista), a pesar de su edad avanzada (cumple 90 años en diciembre), de sus notoriamente deterioradas facultades físicas y mentales, y de haber ya pasado 23 años en prisión (por delitos ciertamente inexcusables). Ese afán del IDL, entusiastamente acompañado por una nota —ponzoñosa, para variar— publicada ayer en La República, me hace pensar que se debería añadir también “por exceso de maldad o sadismo” a una definición que sea exclusivamente peruana de overkill.
¿El afectado Gorriti, su abogado del IDL, Juan José Quispe, Mohme y su redactora Elizabeth Prado conocen las palabras “piedad” o “misericordia”? ¿Por qué le perturba tanto al abogado del IDL, Quispe, que un casi nonagenario no sea procesado o que, eventualmente, se le disponga una prisión domiciliaria (cuando ya su cuerpo de por sí es una prisión…)? ¿Qué ganan todos ellos ya, pateando a un virtual muerto en vida, a un viejo reblandecido y ya encarcelado por décadas, haya sido este lo delincuente que otrora fue? ¿Es por sentirse poderosos? ¿Por usarlo como advertencia a los demás de hasta dónde pueden llegar? ¿Por simple perversidad? ¿Por morbo político? ¿No tienen empatía alguna con la familia de Hermoza? ¿No se sienten todos ellos enfermos de ser tan despiadados e implacables con sus semejantes?
Muy retorcidos todos estos. Ciertamente, muy retorcidos.