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“Del cuero se hacen las correas”
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La expresión surgió posiblemente del gremio de curtidores. Dicen que el mejor cuero es el que se usa para fabricar correas. Cuanto más resistencia y calidad tiene el cuero, se pueden cortar correas más finas, aprovechando mejor la piel.
El uso más común del dicho significa que no es posible crear un bien sin tener los recursos para fabricarlos. Una idea tan simple y obvia que sorprende que tenga que existir un refrán para recordárnosla. Sin materia prima nada se puede fabricar.
El Perú de hoy demuestra la utilidad de recordar el refrán: periódicos, noticieros y redes sociales llenos de declaraciones que básicamente dicen, con otras palabras, que lo importante es tener correas y no cuero.
Esta es la crisis más seria y compleja en generaciones. La pandemia, sumada a la incompetencia del gobierno, ha destruido (o impedido generar) una cantidad enorme de recursos. En otras palabras, hay menos cuero.
Pero, además, ha afectado la productividad para convertir el poco cuero existente en correas. Los costos de generar bienes y servicios se han incrementado. Los costos de la interacción humana esencial para producir han crecido por el distanciamiento social. Los muchas veces absurdos e irracionales protocolos para producir ‘legalmente’ ahogan los esfuerzos de reactivar actividades, a tal punto que han tenido que ceder frente a la realidad, demostrando que quien los diseñó estaba pensando con los pies. A ello se suma la distracción de recursos productivos para atender necesidades inmediatas como la salud. Hoy conseguir cuero y convertirlo en correas es mucho más costoso.
Es llamativo cómo se reclama contra el mejor mecanismo que ha creado la humanidad para coordinar la generación de recursos: la interacción humana por medio de mercados. Es atacada precisamente por no haber generado “el cuero necesario”, mientras el gobierno consume las reservas de cuero generadas, por medio de impuestos a las actividades que se dan en ese mercado. Sin cuero no solo las correas privadas son inviables, también lo son las estatales.
Las grandes reformas económicas se han originado en severas crisis, en las que la escasez e ineficiencia nos pusieron contra la pared, haciéndonos notar la falta de cuero para hacer correas y la pérdida de productividad para fabricarlas. La caída del muro de Berlín o la catástrofe económica de Alan García en su primer gobierno demuestran que tenemos que llegar a extremos para darnos cuenta de que sin cuero no se pueden hacer correas.
Obtener cuero implica inversión. Hacerlo eficientemente, sin desperdiciar recursos, implica reducir costos burocráticos y productivos. Atraer inversiones, reducir barreras burocráticas, flexibilizar absurdas normas laborales son la única manera de incrementar la capacidad de fabricar correas que nos permitan enfrentar la crisis. Ofrecer bienestar sin producir recursos es un espejismo cruel, que nos muestra agua que nunca podremos beber.
Roles como el de la Presidencia del Consejo de Ministros para liderar la simplificación de trámites burocráticos, de Proinversión para desarrollar proyectos productivos y de infraestructura, y del Ministerio de Trabajo para terminar con el espejismo de que nuestra economía puede soportar cualquier condición de trabajo que se nos ocurra, se han vuelto tanto o más importantes como el del Ministerio de Salud para combatir pandemia.
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