Amador Chambilla es el empresario ganadero de Puno que quiere contratar formalmente a sus trabajadores, pero a quien no le alcanza para pagarles el sueldo mínimo. También, es el dueño del restaurante que no puede asumir los costos para cumplir con todas las formalidades, incluyendo un lactario. Además, es el empresario del centro de Lima que quiere contratar formalmente a su sobrino, pero no tiene los recursos para cubrir los exorbitantes costos laborales, aportaciones e impuestos requeridos.
También es el jefe de Recursos Humanos que no puede contratar a los vigilantes o al personal de limpieza debido a la inflexibilidad laboral, y opta por subcontratar estos servicios.
Amador Chambilla es también el trabajador del ganadero de Puno, quien sabe que su empleador quiere contratarlo formalmente, pero el factor del sueldo mínimo se lo impide. Es el sobrino del distribuidor del centro de Lima que, con un presupuesto ajustado, se ve forzado a aceptar una modalidad informal para alcanzar su nivel de ingreso necesario. Además, es el vigilante de la transnacional que desearía estar en la planilla de la empresa que cuida, pero debe hacerlo a través de una empresa de vigilancia.
Amador Chambilla es el vocero de cerca del 75% de las personas que trabajan en el Perú y desean estar en una planilla formal mientras observan cómo las normas laborales hacen inviable esa aspiración. Este vocero mira con suspicacia que el Gobierno anuncia aumentos del sueldo mínimo, preguntándose cuántas personas adicionales tendrán que pasar a la informalidad con esta medida. Se preocupa cuando el Congreso aprueba normas que les complican la vida a los empresarios, cuestionando cuántas empresas dejarán de ser viables debido a los nuevos requisitos.
Amador Chambilla tiene una sana envidia de la élite de trabajadores que tienen doce sueldos al año, dos gratificaciones, 30 días de vacaciones, jornadas máximas de 48 horas, CTS, participación de utilidades, horas extras, 16 días de feriados no laborables, seguro médico y una pensión digna de jubilación, entre muchos otros beneficios. ¿Qué maravilloso sería pertenecer a este club de privilegiados al que solo acceden unos pocos y en el que cada día es más difícil hacerse socio? Y lo peor es que, c
Si Amador Chambilla pudiera decirles algo a quienes legislan, sería: “No me ayudes, compadre”. Sabe que el remedio es peor que la enfermedad y que con amigos así no necesita enemigos. Tiene claro que no puede esperar nada del Estado y que debe arreglárselas por su cuenta, tal como lo ha hecho siempre. Esta es la lamentable realidad que se vive en el Perú.