Quienes nacimos antes de 1980, crecimos gozando de una libertad que los niños y adolescentes de hoy no podrían imaginar. Era común lastimarse jugando en la calle o el colegio. Nos caíamos, nos cortábamos y golpeábamos; nos equivocábamos al hablar y actuar; hacíamos el hazmerreír; pero lo superábamos y seguíamos adelante sin cuestionar nuestra existencia. Podíamos salir de casa sin que nadie supiese dónde estábamos y, al regresar, saludábamos a los mayores, los escuchábamos atentos y, a veces, hasta nos uníamos a sus conversaciones.
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Hoy esto sería impensable. Los niños están tan sobrevigilados y sobreprotegidos que les cuesta socializar, valerse por sí mismos, aceptar el fracaso y tolerar la frustración. Sumergidos en sus celulares, bombardeados por chats, stories y likes, disfrutan cada vez menos del placer de salir a jugar, de leer libros y conversar, muchos ya ni saludan. El efecto ya es evidente en las generaciones Y y Z que, aunque distintas, comparten los impactos nocivos de la adicción a los teléfonos inteligentes y las redes sociales, así como alarmantes tasas de depresión, ansiedad y suicidios.
Por eso, causa revuelo el bestseller La generación ansiosa, del psicólogo social Jonathan Haidt, quien postula que las redes sociales han causado una epidemia de enfermedades mentales en jóvenes (sobre todo en niñas) a partir de 2010, cuando se masificó el uso de teléfonos inteligentes en la infancia. El libro equipara el efecto nocivo de las redes sociales con el del alcohol y el tabaco, y plantea la necesidad de restringir su uso en hogares y escuelas, una propuesta controversial que ya está en el ojo de legisladores en EE.UU., Reino Unido y Europa.
De todas las revoluciones tecnológicas, la de los teléfonos inteligentes podría resultar la más devastadora para nuestra especie por el riesgo que implica la adicción a las redes, los videojuegos y la inteligencia artificial; la marea de información que rebasa nuestros cerebros; la presión social que distorsiona la percepción de la realidad, de uno mismo, y de las interacciones humanas. El Homo anxiosus ya está aquí.
Si antes veíamos la ansiedad como un fenómeno individual, hoy debemos abordarla como un problema colectivo de rápida “propagación. En 1959, Nat King Cole cantaba “ansiedad, de tenerte en mis brazos, musitando, palabras de amor”. La ansiedad era entonces una emoción, no una enfermedad mortal.
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