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Desplazados
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Todos deben haber visto a los grupos de los mal llamados “caminantes”, huyendo de Lima para llegar a sus regiones, escapando del hambre y el desempleo. El gobierno calcula que alrededor de 160 mil peruanos no pudieron aguantar ni un día más en la capital y se vieron forzados a emprender el retorno hacia Apurímac, Áncash, Piura, San Martín, Arequipa y otras regiones para sobrevivir. También hay venezolanos que llegaron a Lima caminando y que ahora regresan sobre sus propios pasos. Tres de ellos murieron atropellados por un camión mientras dormían al lado de la Panamericana Norte. Difícil imaginar una historia con tanta desgracia.
Este es el mayor desplazamiento interno que hemos visto en años y será la primera vez en un siglo que la migración sea desde y no hacia la capital. Es un proceso de migración inversa sin precedentes y un fenómeno que seguro también se repetirá dentro de las mismas regiones: el desplazamiento de las ciudades de vuelta al campo. Frente al desempleo y la miseria urbana, el campo ofrece más opciones, sobre todo si alguien tiene una familia o comunidad en la que apoyarse para que la sobrevivencia en tiempos de escasez sea menos dolorosa.
Es difícil saber si entraremos a una etapa de decrecimiento de las ciudades, pero no deberíamos descartarlo cuando estas se han convertido en productores de una desigualdad que el virus ha revelado de la peor forma. Porque esta crisis no es igual para todos. Si al inicio el virus tuvo más presencia en los distritos acomodados de Lima, hoy está en los más populares. Cercado, San Martín de Porres, San Juan de Miraflores, San Juan de Lurigancho y Villa el Salvador son los más afectados, demostrando la estrecha relación entre pobreza, salud y vulnerabilidad.
Y pensar que, aún así, hay muchos que están más preocupados por unas aplicaciones de delivery que ni siquiera abarcan todo Lima.
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