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Su larga noche ha terminado. Roger Aparicio es libre. Por fin, carajo, por fin.

A eso de las cuatro de la tarde de ayer, cuando ya se había ido la visita y estábamos todos echados en medio del patio como lagartos al sol, de repente entró corriendo Ccotaccallapa y me gritó:

- ¡Oe' Aparicio, saca tu colchón!

Sacar tu colchón y devolverlo significa que sales en libertad. Mi corazón dio un salto, pero como tantas veces me han hecho el mismo chiste cruel, preferí pensar que no era cierto:

- Habla bien, oe' Gringasho… tampoco te juegues así. – Tu colchón, causa, la firme, te vas pa' la calle. – ¿La firme? ¿Ahora sí me voy pa' la calle? – Pa' la calle, mi querido Huracán Carter…

El patio se volvió un arrebato. Justin Bieber, Hulk y Mahler me abrazaron, se tiraron encima mío como si acabara de meter un gol, me cargaron en hombros. Yo no podía creerlo, sentí que me desmayaba, que se me apagaba el televisor, estaba llorando como un niño, ¡mi libertad, por fin!, ¡Dios mío, no podía creerlo! Lo primero que hice fue correr al teléfono público, había una colaza pero todos me cedieron su turno mientras me abrazaban, o mejor dicho, me apanaban. Llamé a todos los números que me sé pero, ¿qué crees? ¡Nadie me contestaba!, ¡qué desesperación! El técnico empezó a renegar: ya, ya, ya, apúrese, oiga, ¿total?, ¿te quieres ir o te quieres quedar? Subí corriendo a mi celda donde ya todos se arranchaban mis cosas, chapando cada quien lo que podía –mi ropa, mis libros, mis útiles de aseo– como si fueran los herederos de un millonario que se ha muerto. ¡Quédense con todo, bateríaaa! –les grité y salí de esa pequeña celda para siempre. Pero, en eso, cuando ya estaba saliendo del pabellón me acordé de mis cuadernos, ¡mis diarios, mis cuentitos, mis poemas, todo lo que he escrito en estos cuatro años! Quise volver –¿puedes creer?– quise volver para recogerlos pero ya era tarde, los candados se estaban abriendo, las rejas se estaban abriendo una por una ante mí como tantas veces lo había soñado. La calle me esperaba. Ya no debía volver atrás. Mientras esperaba los trámites de mi libertad, leía y releía ese papelito mágico: "Por orden de la Sexta Sala Penal de la Corte Superior de Lima se concede LIBERTAD POR HÁBEAS CORPUS al interno Roger Joel Aparicio Avendaño en virtud del artículo 20 del Código Penal". Leía y releía para estar seguro de que no estaba entendiendo mal.

***

Los periodistas tenemos el olfato desarrollado. Es una deformación profesional. Cuando nos están tratando de dar gato por liebre, nos la olemos. Intuimos. Maliciamos. No somos psicólogos ni brujos, pero a los villanos, a los malignos los sacamos en una, sí. Somos sacadores. Cuando tenemos a un miserable enfrente, todas las alarmas se activan, distinguimos al policía derecho del chueco al ojo, al tiro. Y lo mismo sucede cuando tenemos delante a un buen tipo. Podemos equivocarnos, claro. Pero casi siempre funciona. Es una destreza que se adquiere a fuerza de pasarse la vida hablando con la gente. Y la primera vez que conversé con Roger Aparicio en la cárcel de Ancón 2, tuve la automática certeza de que ese chico de sonrisa limpia nunca le había hecho daño a nadie en su vida. Pero aunque sonreía, Roger caminaba entre tinieblas. La primera vez que conversamos, me pidió que me ahorrara cualquier esfuerzo por levantarle el ánimo porque era inútil, porque él ya estaba resignado –horrenda palabra– a aceptar su injusto destino. Desenvolvió ante mí, su inmensa amargura y me dijo que su suerte estaba echada, que antes de que cumpliera los brutales diez años que le dieron al confundirlo con un ladrón, nada ni nadie lograría sacarlo de allí. Porque esta era la vida y este era el país que le habían tocado. Porque eso era lo que había, porque así nomás era. ¿Cómo contradecir tu fatalismo? Si yo mismo he admitido, tantas veces, la espantosa posibilidad de que la mayoría de gente sea –en efecto– una mierda.

La mayoría quizás, Roger, pero no todos –quise argumentar pero me di cuenta de que era una falta de respeto, que podía irme un poco al carajo con mi monserga de autoayuda, que él ya no tenía paciencia para soplarse un sermón más. La mayoría, Roger, pero no todos. A las pruebas me remito: Por cada diez carceleros malvados y corruptos, por diez cerdos que te maltratan y te humillan, que se roban los víveres de la paila para venderlos y te sirven comida de loco, hay uno bueno que te trata con respeto, con solidaridad y hasta con cariño, que se hace tu causa y que no te cobra cupo cuando te entrega la carta de un amigo o un encargo de tu mamá.

La mayoría quizás, pero no todos. Por cada uno de los malos abogados de oficio que no tuvieron compasión, que, en vez de defenderte, te aconsejaron que aceptaras haber hecho lo que no hiciste y te desgraciaron, hubo uno bueno: Luciano López, que apenas leyó tu expediente aceptó ser tu defensor sin cobrar un centavo, supo que tenía que sacarte libre, estudió tu caso como si en ello se le fuera la vida y te defendió como si fueras su hijo. Cómo me hubiera gustado que tú escucharas su brillante alegato de hace dos semanas ante la Corte Superior; los estudiantes, los portapliegos, la gente que caminaba por los pasillos del Poder Judicial y lo escuchaba, se metía a la sala para ser testigo de aquella escena que parecía sacada de una película de corte. Cuando terminó, creo que todos tuvimos que reprimir las ganas de aplaudir y salimos de allí con una discreta sonrisa victoriosa. No metas a todos en el mismo costal. A muchos de ellos quizás, pero no todos. Por cada uno de los malos jueces que dilataron y suspendieron perversamente tus audiencias al infinito, por cada una de las malas juezas torvas, indolentes o cretinas que te juzgaron, esta vez te tocaron por fin tres magistrados justos: gracias, doctores Julio Enrique Biaggi Gómez,Óscar Enrique León Sagástegui y Juan Emilio Gonzáles Chávez de la Sexta Sala Penal de la Corte Superior para Reos en Cárcel por haberle devuelto a este joven la vida que este Perú al que tanto quiere, le arrebató. Y gracias, por supuesto, a todos mis amigos periodistas que nunca se cansaron de apoyar la causa de Roger y a todos aquellos que en las redes sociales compartieron su tristeza, su indignación pero también su poderosa esperanza. Como alguna vez escribió Roger en esta misma página hace meses: No pretendo quitarte la buena intención, si tú me dices que tenga esperanza, está bien: tendré esperanza. No pues, no es cierto que todo se pudre, que todo se hunde en el fango. Roger Aparicio es la prueba. La buena noticia que estábamos necesitando. Gracias por el coraje, cholo lindo. Arriba, la esperanza.