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La borrasca del censo
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El censo 2017 ha sido como esas maldiciones que enviaban los dioses sobre los pueblos causando inconvenientes y desgracias. Su convocatoria dividió frontalmente a quienes querían meter a la reja a todo aquel que saliera de su vivienda, incluso habiendo sido censado. El otro bando reclamaba libertades y criticaba por doquier la modalidad de censar dispuesta y su utilidad.
Hubo un pequeño grupo gritón que criticó duro aquello de si uno era blanco, mestizo, amazónico, insistiendo en tener el derecho de poner cholo. Una ex candidata con madre francesa se definió como quechua, aunque el minitemporal amainó concluyéndose que era un asunto de autopercepción y cada uno diría lo suyo. El asunto religioso también fue controversial.
Pero en la población menos conflictuada el tal censo despertó ilusión y novelería bulliciosa. Se sentían incluidos, se comentaba si recibían o no en casa al empadronador, si les robarían o no. La logística fue desbordada porque hay una enorme cantidad de personas que viven en cuartos, a veces una familia entera. Ergo, quedaron fuera del arca de Noé, con la consiguiente frustración por ser ignorados. Finalizado el censo, comprobamos que había pasado un vendaval. Tanto que una congresista confusa tuiteó si ya tenían el resultado a boca de urna del censo.
Si todos fantasearon con el censo, no se calculó que los cacos y malandrines también tenían sus desvaríos. Robaron a algunos empadronadores, unas damas borrachas le pegaron a una muchacha y se llegó al paroxismo de lo repulsivo: la violación de una joven que fue a censar a un pobre diablo. Con gran cinismo, dijo que todo fue consentido. Esta barbarie nos increpó a todos. El que menos se pregunta por qué abunda tanto criminal que abusa de las mujeres sin que podamos hacer nada.
Añadiendo más repulsa a lo vivido, dos locutores de una radio local bromearon con la violación, creando un ¡verbo!: “la violinizaron”. Algo feo ocurre en lo profundo del alma nacional y que no se ataca. La política, como el diablo, siempre aparece en estos escenarios. La universidad de un ex candidato ‘colaboró’, ‘compró’ o auspició parte del censo con ‘merchandise’ incluido. Y el INEI tenía presupuesto que, además, no utilizó totalmente. La paranoia es que manejará información personal.
La tromba no amaina, ahora se consigue la renuncia del jefe del INEI, asignándose culpas múltiples. Cuando todos somos responsables de la fragmentación, la rivalidad y la agresividad en la que estamos sumergidos.
Siempre superficiales, los peruanos permanecemos ciegos y paralíticos frente a lo que ocurre en nuestra sociedad. La cereza, siempre la hay, es que hay colas de colas para pagarles sus 50 mangos a los esforzados empadronadores. Los únicos que tuvieron educación cívica. A ellos, nuestros respetos.
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