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Cabitos: Una noticia modesta e impostergable
“Después de la derrota de Sendero, Ayacucho era una sociedad hecha trizas, desmoralizada, naturalmente temerosa”.
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Ayer, tomados por la dispersa protesta de los maestros y los atentados en Barcelona, no prestamos suficiente atención a una noticia que también debió ser tratada con importancia, especialmente en una sociedad como la nuestra donde la justicia tiene tantos pendientes. Ayer, luego de 12 años de proceso, el Poder Judicial dictó sentencia sobre el caso Los Cabitos. Los jueces encontraron culpables a los coroneles retirados Edgard Paz y Humberto Orbegozo, quienes se desempeñaron en las jefaturas de inteligencia y del cuartel militar ayacuchano, respectivamente. Ellos fueron procesados por tortura, desaparición forzada y ejecución extrajudicial de 53 personas en Huamanga en el año 1983. Si bien quedaron algunos pendientes, la sentencia se basó en pruebas irrefutables.
Como se recordará, fue la Comisión de la Verdad y Reconciliación la que recomendó judicializar este caso del que ya existían diversos testimonios que indicaban, inclusive, la existencia de un horno clandestino en esa unidad militar dedicado a cremar a las víctimas para no dejar ninguna huella. Un espanto. Un crimen que se justificó en su momento “a favor de la sociedad” y que hoy ha sido sometido por fin a la justicia que nuestra sociedad sí se merece y del que debemos sacar las lecciones respectivas si no queremos que se repita estúpidamente. Más aún en estas semanas de confusión callejera y oportunismo político.
Acaso en la guerra casi todo se torna miserable; sin embargo, ahora sabemos que así no se iba a vencer a los terroristas. Estos delitos abonaban a favor de la perversa causa senderista: no solo fueron inefectivos sino que le quitaron autoridad moral a aquella democracia torpe que le tomaba la posta a la torpe dictadura militar. Para vencer al dogmatismo se necesita algo superior a la mera fuerza. Sendero Luminoso recién comenzó a caer en el campo cuando las fuerzas armadas se aliaron con las comunidades campesinas. Y en la ciudad fue el trabajo de inteligencia policial, y no la impunidad de los comandos paramilitares, lo decisivo.
Inmediatamente después de la derrota de Sendero, Ayacucho era una sociedad hecha trizas, desmoralizada, naturalmente temerosa, que apenas podía sobrellevar sus heridas, a excepción de esas mujeres que buscaban a los suyos, de cuartel en cuartel, de pueblo en pueblo. Quienes trabajamos con ellas no podemos olvidar su terquedad incansable y su esperanza injustificada. Si no fuera por ellas, esta precaria democracia en la que vivimos no habría tenido ayer la oportunidad de redimir, luego de 35 años, sus negligencias. Y las nuestras. Cuánto les debemos a esas familias. Es urgente sacar esta noticia de la cobertura modesta que ha tenido en las últimas 48 horas. Nos la debemos todos.
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