Esta semana se realizó la convención del Partido Demócrata en Estados Unidos. Como cada cuatro años, tanto este encuentro como su equivalente en el Partido Republicano (que se realizó hace un mes) son un hito clave del calendario electoral. En ambas convenciones se oficializan las candidaturas presidenciales y se dan encuentro los principales líderes de cada partido para manifestar su apoyo al candidato seleccionado.
La convención demócrata de este año concitaba especial interés dado el giro radical que la campaña tuvo hace cinco semanas con la renuncia de Joe Biden. Y es que, normalmente, la construcción de una candidatura en Estados Unidos es un proceso que toma muchísimos meses (o años), a lo largo de los cuales se desarrolla un perfil del candidato, se crea una narrativa, se consigue financiamiento, se define a un vicepresidente y un equipo, etc.
Este año, en cambio, todo este proceso ha tenido que darse en poquísimos días, algo sin precedentes en los más de dos siglos de democracia norteamericana. Y así como el equipo de Harris ha tenido un trabajo monumental para lograrlo, los ciudadanos norteamericanos también se han enfrentado al reto de conocer más y formarse una opinión sobre Kamala Harris en poco tiempo. Si bien ella ya era una personalidad pública (ha sido fiscal general de California, senadora, y vicepresidenta desde hace cuatro años), nada se compara a la atención y escrutinio que recibe un candidato presidencial.
Los resultados de este proceso han sido sorprendentemente favorables para los demócratas. En pocos días han pasado de una campaña que se percibía como a la deriva a una de renovada energía y sensación de esperanza que, de acuerdo con varios analistas, no se percibía desde la primera campaña presidencial de Barack Obama.
Y efectivamente esa ha sido la atmósfera respirada en la convención realizada en Chicago esta semana. Un entusiasmo al que se sumaron con sus discursos figuras protagónicas de la política norteamericana como el propio Joe Biden, Barack y Michelle Obama, Bill y Hillary Clinton, Bernie Sanders, Elizabeth Warren, entre otros. También tomaron el escenario figuras del entretenimiento, como Oprah Winfrey y Eva Longoria, en lo que terminó siendo una verdadera fiesta para el Partido Demócrata.
Las encuestas parecen dar sustento a ese renovado entusiasmo. Desde que Harris reemplazara a Biden, los sondeos dan cuenta de una volteada de partida —o al menos empate— con Donald Trump en los llamados “swing states”, es decir, aquellos estados que usualmente definen la suerte de las elecciones norteamericanas, como Arizona, Georgia, Michigan, Carolina del Norte, Pennsylvania y Wisconsin.
Por otro lado, en la vereda de al frente se siente la preocupación. Y es que, hasta hace poco más de un mes, los republicanos tenían plena confianza en una victoria. La desastrosa performance de Joe Biden en el debate de junio y la icónica reacción de Donald Trump ante el intento de asesinato que enfrentó en julio habían dado a los republicanos una fortaleza que parecía difícil de revertir.
Lo que no estaba en el radar para ellos fue el repentino cambio de opositor. El enemigo para el que se habían preparado y contra el que habían diseñado toda una campaña ya no iba más. Más aún, la crítica central que habían esbozado contra Biden —su elevada edad— se volteó contra los propios republicanos, pues ahora es Trump el “anciano” de la campaña con sus 78 años frente a los 59 de Harris.
A la fecha, el equipo de campaña de Trump no consigue identificar una narrativa que pegue contra Harris. En el pasado, lo hicieron con éxito ante Hillary Clinton, a quien endilgaron el mote de “Crooked Hilary” (corrupta Hilary) y con Joe Biden, a quien bautizaron como “Sleepy Joe” (Joe dormilón). En el caso de Harris, buscan presentarla como una figura de extrema izquierda, pero la noción no termina de calar, quizás por su pasado como fiscal contra el crimen, un rol que suele estar asociado más con la derecha que con la izquierda en Estados Unidos.
A pesar de este exitoso giro de timón para los demócratas, queda claro que nada está dicho hasta el último día. La prueba más clara fue la derrota de último minuto de Hillary Clinton en 2016, en una elección que los demócratas, los medios y los líderes de opinión ya daban por ganada para la ex primera dama.
Quedan 71 días para la elección, y esto promete ponerse cada vez más interesante.