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“Así no se veía Cervantes”
“Así no se veía Cervantes”
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Una nación puede sobrevivir al hambre, a la esclavitud, al terrorismo, pero ninguna se resigna a vivir sin sus héroes. Y estos requieren una imagen que venerar. Si no existe, se inventa. Hasta 1911 la cara de Miguel de Cervantes era desconocida. A partir de ese año fue además una estafa. El retrato que se ha difundido mundialmente en textos escolares y todo tipo de ilustraciones es falso. Lo fraguó José Albiol López, quien lo obsequió a la RAE. Allí lo recibieron unos cervantistas emocionados y otros escépticos, y los primeros impusieron el cuadro de marras en el salón oficial de los académicos. Albiol pidió a cambio de su “descubrimiento” un empleo y lo consiguió. Es una de las estafas más exitosas de la historia.
Sabemos del rostro de Cervantes lo que él nos cuenta en el prólogo a las Novelas ejemplares, donde también refiere que fue retratado por Juan de Jáuregui, y Albiol no dejó de incluir la firma de este. Es mucho lo que ignoramos sobre el creador de la primera novela moderna. Sabemos que fue un buen soldado y un mal dramaturgo. Al parecer el símbolo máximo de nuestra lengua era tartamudo. Su paternidad de una hija natural con una mujer casada es un misterio disparatado. Hay documentos donde vemos a un tal Cervantes acusado de herir a alguien en un duelo. Si fue Miguel, eso explica su viaje a Italia como soldado, pero bien podría haber empezado el oficio sin escapar de la justicia. Retornó al cabo de diez años, cinco de ellos como esclavo en Argel, y con el brazo izquierdo inutilizado. Melveena McKendrick observa en su biografía que, irónicamente, el destierro por esa cantidad de años y la amputación de una mano era el castigo normal para ese delito.
Las tradiciones prescinden del rigor de la historia, pues las rigen otros dioses. Ahora sabemos que ni Cervantes ni Shakespeare murieron el 23 de abril. El primero lo hizo el 22 y el inglés, el 3 de mayo de nuestro calendario. Como Inglaterra usaba por entonces el calendario juliano, aparece como 23. Tampoco podemos decir mucho del rostro de Shakespeare. Lo más cercano a un retrato suyo es el pésimo dibujo, casi caricatura, que apareció en la primera edición (incompleta) de sus obras, siete años después de su muerte. De un cuadro que podría ser su retrato, todo es cuestión de fe. Y también de retórica: Inglaterra, como España, se niega a quedarse sin una imagen tangible a la cual adorar.
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