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[Opinión] César Luna Victoria: Yala, yala, yala, nola
“Los contratos no son un juego de azar. Son lo que tenemos para construir sociedades. El mejor contrato es el que permite que todos ganen. Pero no lo aplicamos en política: somos incapaces de celebrar el contrato más elemental”.
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Ya la tengo, no la tengo son los ecos del mercado de las figuritas de los álbumes de nuestra infancia. Las repetidas eran las fáciles, las escasas eran las difíciles. Una difícil valía muchas fáciles. Pasaba también con las canicas. Las comunes eran las de vidrio transparente con alguna franja de color. En cambio, por alguna sinrazón, aquellas salpicadas de vidrio blanco eran las lecheras, las que traían suerte y, por eso, valían más. Luego crecimos a otras cosas. Armabas el club de barrio, con estatuto y junta directiva. Chanchita para comprar las camisetas y para alquilar la cancha. Te matriculabas en las academias para aprender inglés. Comprabas los libros, cuadernos y demás útiles para el colegio y, con el tiempo, tu propia ropa. Consumías la propina en cines y en los primeros cigarros y cervezas. Comenzaste cachueleando en las ferias, sobre todo en Navidad. Subías a los büssing, los ómnibus cuando aún no había micros, para ir a otros mundos. Y así, contratando, aprendimos a vivir.
En Derecho, el curso de Contratos parece fácil porque, como te la has pasado contratando, habría poco por enseñar. Pero es difícil porque, cuando te haces mayor, crees que el mejor contrato es aquel con el que ganas más. Y allí empiezan las frustraciones porque, a fuerza de encontronazos, aprendes que el que pierde tiene todos los incentivos para incumplirlo. Los contratos no son un juego de azar en el que uno gana y otro pierde. Son lo que tenemos para construir negocios y sociedades. El mejor contrato es el que permite que todos ganen.
Pero no lo aplicamos en política, donde somos incapaces de celebrar el contrato más elemental. Elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional, por ejemplo. El Congreso anterior lo quiso hacer de un modo. El presidente Vizcarra planteó que fuese de otro. Gran lío entre ellos. El presidente disolvió el Congreso y elegimos uno nuevo para que, entre otras cosas, designara a los magistrados. Pero luego dijimos que no, que mejor los debía elegir el futuro Congreso. El Congreso no hace caso y decide seguir adelante; una jueza lo impide por una acción de amparo; el Congreso insiste, pero no consigue los votos suficientes.
Sin acuerdos políticos nos estamos yendo al diablo. Nadie quiere eso, pero pocos están aportando para tener un futuro en paz y en libertad. Cada uno de nosotros debería recuperar esa habilidad de contratar y negociar, de saber intercambiar para que nadie se quede con todo, para encontrarnos donde todos ganen algo. Lo hicimos de niños, funcionó y fuimos felices.
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