En la conferencia de prensa en la cual Cienciano lo presentaba —orgulloso— ante toda su hinchada, Christian Cueva pidió que, por favor, no hablen de su vida privada; pero cómo no hacerlo si día a día demuestra más y más que es el peor ejemplo para todos los que lo admiran.
Y no salgamos con la excusa alcahuetera de “fuera de la cancha, él puede hacer lo que a él le dé la gana”. ¡Pues no, señor! Porque así como hay millones que imitan la disciplina y el trabajo de Cristiano Ronaldo o admiran el talento innato de Lionel Messi, hay algunos miles de niños que sueñan con ser como ‘Aladino’.
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“De grande, yo quiero ser el 10 de mi selección” y “yo juego como Cueva” son frases que todos hemos escuchado en algún recreo, parque o pista al menos una vez en los últimos años y, si no, basta con ir al estadio cuando juega la bicolor y ver el número y el nombre en la espalda que más se repite.
¡Es simple! Uno no escoge a sus ídolos, solo sucede de golpe en una jugada, sombrero, huacha, barrida, entrega, frase o celebración que caló en nuestro interior; desde ese momento, nuestra vida, por lo menos la deportiva, comienza a girar en torno a alcanzar a ese semidiós que nos acaba de enamorar.
Todos, futboleros o no, sabemos qué significa un “siu”, un “¿qué mirás, bobo?” y un “dame luz”. Lo repetimos o escuchamos en algún momento del día y los niños, adolescentes y jóvenes son los que más lo gritan. Entonces, ¿cómo no les van a afectar los ampays del ex Cuevita?
¿Cómo detener el impulso de justificar a nuestro 10 cuando es borrado de la selección por excederse en su celebración? ¿Cómo argumentar cuando no le renuevan o no lo reciben porque “siempre es lo mismo”? ¿Cómo defender a tu ídolo cuando lo denuncian por maltrato físico?
Por todo eso y mucho más, si Christian Cueva no tiene la fuerza, nosotros deberíamos de extirparlo del fútbol y de la sociedad.
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