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(OPINIÓN) Mariana Alegre: Seguridad alimentaria
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El concepto de seguridad alimentaria no suele ser muy conocido y, por lo tanto, no suele ser muy atendido. Por eso, el proyecto de ley No. 6847 de seguridad alimentaria y nutricional era una buena noticia. No solo porque iba a facilitar el tan necesario presupuesto para las más de 2,000 ollas comunes que operan en el país y que alimentan a más de 200,000 personas, sino porque incorporaba a la atención de emergencia la urgentísima provisión de alimentos.
La pandemia ha agudizado las condiciones de vida de muchísimas personas y las ollas comunes fueron de las primeras estrategias en reproducirse para paliar el hambre de cada día. A más de un año de la declaración del estado de emergencia, finalmente, se veía venir una política pública de apoyo consistente a las ollas comunes y no solo la ayuda que por caridad recibían producto de donaciones y múltiples estrategias de recaudación de fondos.
Así, la decisión del Congreso de la República de evitar que esta propuesta legislativa ingrese siquiera a debate es como una cachetada con la que los congresistas nos dicen que no les importan los esforzados intentos de sobrevivir. Es un gesto con el que nos confirman que no saben lo que es el hambre pues nunca la han sentido. Peor aún, la aparente manipulación política con la que habrían actuado debería quitarles, por siempre, el título de padres de la patria y lo único que deberían sentir es vergüenza. ¿No se supone que son servidores públicos? ¿No se supone que deben velar por el bienestar colectivo? ¿No se supone que nos representan?
Las voces airadas y dolidas de las mujeres representantes de la organización Ollas contra el Hambre son las voces de todos quienes creemos en la solidaridad y en la capacidad colectiva de hacer frente a los momentos más duros. Es increíble lo indolente que pueden ser los políticos que, velando por sus propios bolsillos, ponen al borde del abismo a miles de personas, adultos y niños, que solo quieren irse a dormir sin el dolor que genera el estómago vacío, sin la sensación de impotencia de padres y madres que no pueden ofrecer a sus hijos un plato de comida.
Mi abuelo, Manuel Scorza, escribía en uno de sus poemas más bellos (“Epístola a los poetas que vendrán”) varias verdades.
Mientras alguien padezca,/ la rosa no podrá ser bella;/ mientras alguien mire al pan con envidia,/el trigo no podrá dormir; mientras llueva sobre el pecho de los mendigos, /mi corazón no sonreirá.
Quizá los congresistas harían bien en leerlo y ver si sus corazones de piedra se conmueven algo siquiera. Yo no les tengo fe pues les he perdido toda confianza, pero quizá, muy en el fondo, recapaciten y se den cuenta de que sus decisiones afectan a muchos y ahora les están haciendo daño.
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