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(OPINÓN) Mariana Alegre: “Lluvia que no moja”
La ayuda queda corta y la presencia del Estado –incluso cuando llega– es risible.
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Ciudades sin alcantarillado ni sistemas de drenaje, ríos con precarias defensas, construcciones de viviendas hechas al champazo que ni terremotos ni tormentas resisten, señala la columnista. (Foto: GEC)
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Para variar, Lima es lo único importante para la agenda del gobierno. Al igual que con las protestas, que eran invisibles hasta que llegaron a la capital y las advertencias sobre los efectos del ciclón Yaku, que recién se hicieron escuchar cuando inminentemente llegaban a Lima, los primeros efectos del fenómeno de El Niño solo se sienten porque arde la ciudad mayor. No importa si es que la temperatura en la costa norte haya alcanzado niveles altísimos ni tampoco si es que en la costa sur más ciudades se inundan. Total, esa inusual tormenta tropical que cae en Piura y alrededores parece que no moja.
Un nuevo fenómeno de El Niño nos acompaña a solo seis años del último reportado. Además, esta vez es uno de efecto continuo que hará desaparecer al invierno y nos ofrecerá un verano larguísimo y eterno. Temperaturas altas, lluvias intensas, desbordes de ríos y pérdidas de cosechas serán recibidas por ciudades a las que poco les interesó prepararse para su llegada y solo esperan enfrentarlas con su vulnerabilidad maximizada. Ciudades sin alcantarillado ni sistemas de drenaje, ríos con precarias defensas, construcciones de viviendas hechas al champazo que ni terremotos ni tormentas resisten.
¿Y el gobierno? Una lágrima. Con la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios (ARCC) escudándose en una mala ingeniería institucional por no poder hacer su trabajo. Si lo advirtieron a tiempo, sus pedidos no fueron escuchados y, la verdad, apegarse al formalismo fue una de las razones de su fracaso. Aún recuerdo al funcionario de la ARCC que me dijo enfáticamente y bastante molesto que no, que a ellos no les interesaba el tema de planificación urbana. Que ese no era su mandato.
Mientras tanto, la ayuda queda corta y la presencia del Estado –incluso cuando llega– es risible pues la imagen que nos llevamos todos es la de esa ministra que no se moja en medio del desastre norteño. ¿Es acaso nuestra vulnerabilidad el castigo divino de los pecados de una sociedad que solo se mira el ombligo? ¿Hemos recibido una maldición que nos hace incapaces de pensar en los demás, de no ser corruptos y de apostar por atender –de verdad– a la ciudadanía? ¿O es que no podemos soñar con prosperar ni con un futuro mejor pues nuestra vulnerabilidad es tan alta que siempre nos mata? No es verdad que la lluvia del norte no moje; al contrario, llueve sobre mojado.
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