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Esa ciudad también existe
A mí me gusta el barrio donde vivo.
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Sandro Venturo Schultz,Sumas y restasSociólogo y comunicador
A mí me gusta el barrio donde vivo. Los parques están bonitos y en la mayoría uno se puede echar en el pasto a matar el tiempo. Tienen juegos infantiles donde los padres disfrutan con sus pequeños hijos. En las madrugadas los vecinos salen a caminar y trotar, y en las tardes a patinar y contemplar, si es verano, la puesta del sol. Nada más amable que la convivencia entre las familias residentes y las familias que vienen de toda la gran ciudad: el malecón y el parque municipal brillan, verdes y plurales.
Un distrito donde la delincuencia ha decrecido notablemente debido a programas inteligentes. La policía y el serenazgo trabajan en equipo y tienen un buen equipamiento gracias a los tributos municipales; y hacen red de información con cientos de personas que conviven en la calle: conserjes, taxistas, vigilantes, ambulantes y, por supuesto, vecinos organizados. En este distrito no existen linchamientos y en la Comisaría no te cobran ni te hacen favores.
El ornato ha mejorado, o se ha recuperado, en las últimas dos décadas. Lo que fue una huaca abandonada ahora es un atractivo vecinal y turístico. Las casonas antiguas pueden conservarse con un fondo generado obligatoriamente por las inmobiliarias. En las cuadras donde anidaban los delincuentes, hoy existen restaurantes, tiendas y otros negocios que generan trabajo. Los discapacitados tienen una atención callejera digna. Y hasta los malos choferes se sienten obligados a moderarse cuando ingresan a este pedazo de la metrópoli pues las cámaras de seguridad funcionan y las calles están señalizadas. Y así etcétera.
Por supuesto existen cosas por mejorar: hay constructoras que deben ser ajustadas, el trámite de licencias municipales todavía es confuso, el activismo cultural podría convertirse en una política interesante, todavía hay vecinos conchudos desconectados del nuevo espíritu de estas novedades urbanas, entre otros pendientes.
Aquí hay mucha experiencia para compartir con el resto de la ciudad. No hay misterio. Las políticas básicas continúan entre un mandatario y otro a pesar de las discrepancias. Los alcaldes tienen experiencia municipal previa. La inversión pública y privada juegan en pared. El Estado funciona. La ciudadanía valora, por lo menos intuitivamente, el espacio público. Y como en este distrito, existen otros igualmente avanzados donde el verde per cápita es alucinante, los veraneantes –residentes y visitantes- comparten la playa bajo las mismas reglas, y los antiguos parques zonales se han convertido en espacios de encuentro y distensión. Ese tipo de ciudad también existe en Lima. Debemos aprovecharla para revertir tanto desbalance y tanta mala onda.
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